Fecha de publicación: 4 de febrero de 2015

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, pueblo santo de Dios,
muy querido D. Javier,
sacerdotes concelebrantes,
queridos todos:

Cincuenta años son muchos años. Muy poquitos para la historia, muchos para la vida de nosotros, pobres seres humanos. Y es muy sencillo, y brota muy espontáneamente el dar gracias a Dios los 50 años de un lugar donde uno puede encontrarse con el Señor, donde uno puede empezar a conocer esta criatura, la más bella que existe sobre la tierra, que es su Iglesia, su Pueblo santo, su Esposa, su Familia. Y yo sé que ésa es la misión última de los clubs, por lo tanto la misión última también de la historia de gracia, misericordia, de amor de Dios que se da en el club por el que hoy damos gracias.

Me decían a la entrada que no era sólo un club para niñas, que era un club además para familias, en un momento en el que la vida de la familia está tan minada por una historia cultural tan desastrosa, que hace tan difícil a veces a los mismos jóvenes y a las jóvenes hasta comprender lo que significa un matrimonio, hasta tener una idea más o menos precisa de lo que significa el don de sí que implica el matrimonio.

Pues que exista un lugar donde se pueda cuidar de las personas, cuidar de la familia; abrir al horizonte de vida y de amor en el que Jesucristo nos ha introducido y nos ha permitido vivir a todos los que somos hijos de Dios y a los que participamos -somos miembros del cuerpo de Cristo-, me parece una cosa tan bella y tan evidentemente motivo de gratitud.

Cuántas personas han pasado por el club a lo largo de estos 50 años; cuántas personas han podido percibir algo de esa belleza, que es la vida de la Iglesia. Sin duda, muchísimas. Cuántas personas se han podido acercar a Dios, han aprendido a reconocerLe como Padre, y a reconocer en Jesucristo el centro de la vida. Sin duda, muchísimas. Hablaban (ndr: en la entrada de la celebración) también de vocaciones. Pues, cuántas personas han aprendido que Cristo puede ser un marido tan fantástico, que uno puede darle la vida a ese marido, no porque no tiene otro lugar a donde ir, sino, sencillamente, porque es el único que es capaz de llenar el corazón hasta desbordar.

Y ese gesto de consagración al Señor ayuda también a las familias; es imprescindible para la vida de las familias. La virginidad consagrada en la vida de la Iglesia, tenga la forma que tenga (y el Espíritu Santo es sumamente creativo y no ha dejado de serlo en estos veinte siglos, y no dejará de serlo en los siglos que vengan), es esencial para que también los matrimonios puedan saber que su amor de esposos tiene la profundidad infinita del amor de Cristo, que está vivo, y que, como está vivo, precisamente porque está vivo, el signo visible son las personas que le consagran a Él su vida y su existencia como esposas, haciendo justamente visible ese misterio sacramental que es la realidad de la Iglesia.

Todo eso sucede -y sucede probablemente no siempre de manera explícita ni con las palabras con que yo lo estoy diciendo- en un club. Por lo tanto, de nuevo, un lugar de acción de gracias. Y hoy, una acción de gracias por la existencia de ese lugar en la ciudad de Granada.

Los clubs siempre han tenido una característica que yo quiero destacar especialmente, porque probablemente es una de las que más han causado, cuando el Concilio hablaba de, ya hace tantos años casi como la fundación del club o en torno a la misma época, cuando el Concilio proclamaba que el drama de nuestro tiempo era la separación entre la fe y la vida. A todos nos suena, me da mucha vergüenza hablar de San Josemaría Escrivá porque aquí hay muchas personas infinitamente más expertas y yo no soy ningún experto, pero sé que una de sus insistencias era la de la unidad de vida. Y esa unidad de vida no se reduce al ámbito como espontáneamente tendemos a entenderlo con más facilidad, que es como la coherencia moral. No. Esa unidad de vida significa que Cristo tiene que ver con todo en la vida. Significa, como el mismo Concilio dijo, que Cristo, al revelarnos la verdad de Dios, nos revela también lo que significa ser hombre, ser hombre y ser mujer, y lo que significa el matrimonio, y lo que significa la vida económica (una vida económica pensada y vivida desde el designio de Dios, y no desde las categorías de esta cultura que, alejada de Dios, termina destruyendo al hombre), o incluso lo que significa de la vida cívica y la construcción de la polis. Todo eso, después de Cristo, está tocado por la gracia del Señor. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

31 de enero de 2015
Iglesia parroquial del Sagrario Catedral

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