Fecha de publicación: 10 de junio de 2020

Notáis que los poquitos cantos que podemos hacer en un día, en una Eucaristía de diario, yo corro mucho más que si dejo que los cantemos como nos salen. Pero lo hago muy conscientemente. Os aliento a vosotros a que corramos un poquito más en los cantos. ¿Por qué? Sé que, en general, en la Iglesia, tendemos a alargar las notas y así se hacen cada vez más lentos. Mientras que los cantos, sobre todo los que cantamos de la liturgia diaria, el “Señor, ten piedad” o el “Santo”, cuanto más alegres sean, mejor. Eso no quiere decir que haya que atropellarlos. No hay que atropellarnos, pero hay que cantarlos con mucha alegría, porque son siempre cantos. Hemos pedido perdón al Señor y Le pedimos que tenga misericordia de nosotros, pero sabiendo que la tiene y, por lo tanto, se lo decimos con brío, no como si estuviéramos medio despertándonos que no sabemos si cantar o no cantar, o que no nos hemos espabilado todavía. Y el Santo lo mismo. Cantamos con los ángeles. Cantamos porque viene al Señor a nosotros y convierte este trocito de tierra donde estamos celebrando la Eucaristía en un trocito del Cielo, con las potencias del Cielo, los serafines, los arcángeles. Todos nos unimos en una sola voz cantando al Señor. Eso tiene que ser un canto vivo, alegre.

Segunda cosa. Es una cosa preciosa el comenzar el día con la Eucaristía. Es comenzar el día de forma que el Señor llena ya nuestras vidas con el don entero. Ayer le decía yo a alguien con preocupaciones grandes por su futuro (preocupaciones sanas y muy buenas), pero le decía: “Tú recibes al Señor todos los días, ¿no?, pues ten la conciencia de que cuando recibes al Señor y el Señor te alimenta, primero con Su palabra, con la oración de la Iglesia”, que es la oración de Su cuerpo, de la que participamos todos los que estamos aquí y todos los que en el mundo entero están rezando; y siempre hay miles y miles de personas orando y participando en una Eucaristía en otros lugares del mundo. Incluso cuando nosotros estamos durmiendo o, a veces, queriendo dormir sin poder dormir, pues hay gente que está rezando y está rezando por el mundo entero. Y, por lo tanto, nunca estamos solos. Eso que los Salmos llaman “los terrores nocturnos”, que la gente los tiene. Nunca estamos solos). Nos alimenta con la oración, nos alimenta con Su palabra y nos alimenta con Su cuerpo. Lo tenemos todo. San Pablo decía: “Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios”. En la medida en que nuestras vidas tienen la conciencia de -aunque no la tengamos- que somos de Cristo y Cristo está con nosotros. Si la tenemos, lo que sucede es que la disfrutamos; y si no tenemos esa conciencia, nos lo perdemos. Pero darnos cuenta de que el Señor nos da, con cada mañana, todo lo que necesitamos para vivir, no para ser buenos cristianos, para vivir, porque Cristo ha venido para que podamos vivir bien, vivir de la mejor manera posible, vivir contentos.

El episodio de Elías solo, ante cuatrocientos profetas de Baal, no necesita mucho comentario. El pueblo se había lanzado. Baal era el dios más grande de Canaán. Curiosamente, Baal significa “señor”, prácticamente en todas las lenguas semíticas, y significa también “marido”. No voy a entrar en eso, porque ya comprendéis que no. Pero describía un poquito la función del marido y cuál era la función de la mujer en aquellos pueblos cananeos en los que vivía Israel. Los cultos de Baal eran cultos vinculados sobre todo a la fecundidad de la tierra, pero se habían olvidado de Yahvé. Os acordáis que el nombre de Elías significa “Yahvé es mi Dios”. Aunque uno se sienta a veces que los poderes del mundo son muy grandes y que yo estoy muy solo en medio de esos poderes del mundo cuando estoy en el trabajo, cuando estoy en la vida real, cuando estoy con vecinos… nunca estamos solos. No hay que tentar al Señor. Y si uno se da cuenta de que tiene poca fe, más vale ser prudentes que hacer gestos de este tipo como el que hace Elías, que es una chulería tremenda. Pero cuando el Señor pone en el corazón y da signos de que lo que Él quiere es manifestarse, “Señor, manifiéstate de la manera que Tú quieras”. A veces de la manera que Él quiere es la cruz, o a veces la manera que Él quiere es el martirio. Pero, cuando es el Señor quien lo quiere, da las fuerzas; cuando es nuestra chulería, no las da. Sobre eso, nada más. Pero que nunca hay que tener miedo. ¿Que estoy solo? Había un dicho cuando empezaron los Cursillos de Cristiandad en España que solía decir: “Cristo y yo, mayoría absoluta”. También suena un poquito chulo, pero es que es verdad. Tiene mucho de verdad.

En el Evangelio: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas, no he venido a abolir”. Hay que entenderlo. Jesús se saltó el sábado un montón de veces. Se lo saltaban sus discípulos y Él los justificaba diciendo que estaban haciendo un servicio como el que los Sacerdotes hacen en el templo, con lo cual estaba diciendo algo muy gordo de Sí mismo. Que quien tenía oídos para oír entendía, y se ponía furioso porque era verdaderamente casi una blasfemia. Lo más importante de la Ley es “escucha Israel, nuestro Dios es un solo Dios, un solo Señor, nuestro Dios es único, no hay más que un Dios”. Y Jesús actuaba de manera que implicaba una autoridad divina por Su parte. Sin embargo, qué nos enseña este texto. ¿Jesús nos está invitando a ser escrupulosos y “tiquismiquis”? No. Si algo no es un cristiano es ni escrupuloso ni “tiquismiquis”. Los escrúpulos son una enfermedad de la vida moral. Y una forma de orgullo muy sutil. Orgullo que a veces lo que cubre es un desprecio profundísimo que tenemos contra nosotros mismos. No siempre el orgullo es una manifestación de poder, es una manifestación terrible de debilidad. ¿Nos invita el Señor a eso, a ese tipo de mentalidad que todos conocemos cerca de nosotros, o vemos como peligro, o a lo mejor la padecemos esa enfermedad? No, en absoluto.

El Señor lo que nos invita es a poner los Mandamientos en orden. Los Mandamientos en orden empiezan por el que Él dijo que empiezan: “Amarás al Señor, tu Dios, con todas tus fuerzas”, las que tengas, con todo tu ser, ¿que tu ser es pequeñito?, pues “Señor, yo te amor con las fuerzas que tengo. Ayúdame, dame Tú más fuerzas para que sepa amarTe más cada día”.

Y la moral no consiste en lo exterior. Esa es otra lección que está aquí. La moral consiste en la actitud del corazón. Por eso lo que Le pedimos siempre al Señor es que nos cambie el corazón. Y entonces, sí, las cosas más pequeñas tienen su puesto dentro de la jerarquía de los designios de Dios, que siempre empiezan por el amor a Dios y por el amor “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Esas son las dos claves y las dos reglas. Y si uno deja de cumplir un mandamiento de estos que tienen que ver más con el orden de las cosas, o con que hay que hacer esto de esta manera o de otra, por hacer una obra de caridad no tiene uno que tener la menor preocupación si lo hace por amor, por amor a un necesitado. El Señor mismo le dijo, cuando le regañaban los fariseos, a uno “si se te cae la burra en sábado en el pozo…” (la burra era, casi, el mayor instrumento de vida que tenía una familia en Israel); se te cae la burra al pozo, tú la sacas, ¿no? Pues, esta criatura que estaba asediada por el demonio es mucho más importante que la burra. Y mucho más importante que el sábado.

El Señor es más que el sábado. El Señor es más que el templo y el Señor está en nuestros hermanos. Entonces, a veces es dejar al Señor por el Señor. Pero, todo lo que sean escrúpulos, sensaciones de que tengo que dejar contento al Señor y no lo dejo contento si no pongo la vela de esta manera; ese tipo de sensibilidad que a veces se cuela entre nosotros es del Enemigo. Es del orgullo, no es de Dios. No le agrada a Dios más eso. A Dios le agrada, Dios quiere tener un pueblo de hijos libres con un corazón oxigenado, grande, abierto, capaz de reconocerLe en la vida y en todas las cosas. Que el Señor nos dé ese corazón: conocerLe en la vida y en todas las cosas. Que el Señor nos de ese corazón.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
10 de junio de 2020

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