Os cuento una anécdota que sucedió aquí, en la Catedral, un día de Viernes Santos. Salía yo después de los Oficios del Viernes Santo con la gente y una mujer, cuando estábamos –era un grupo de gente razonablemente numeroso-, iba delante de mi, no pegada a mí, pero lo dijo en voz alta para que yo lo oyera. Me dijo: “Hay que ver, un día tan importante como el Viernes Santo y nos dejan sin Misa”. Yo dije: “Verá usted, yo no sé si ha caído en la cuenta de que cada Misa es una boda y la novia eres tú. Pero hoy resulta que estamos celebrando que el Esposo está muerto y, entonces, no hay boda, sencillamente”. Está el Señor, el día del Viernes Santo el Señor, desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección, hasta la Vigilia Pascual, el Santísimo está porque hay enfermos y pueden necesitarlo. Se guarda el Santísimo, para poder llevarlo a los enfermos, no se le da culto, aunque exista desde el barroco para acá la costumbre de la adoración de los monumentos. Sabemos que el Señor está. Se le acompaña en la noche de Su Pasión, pero no se da culto a la Eucaristía, y desde luego no se celebra la Eucaristía porque no está el Esposo precisamente.

La mujer fue excelente, porque, después de haber salido, me esperó, se quedó sola y se acercó a mi de nuevo y me dice: “¡Ay!, cómo le agradezco lo que me ha hecho. Llevo toda mi vida yendo a Misa y nunca había caído en la cuenta de eso”. Y por eso echaba de menos que un día tan importante no hubiera Misa. Pero eso indica que no tenemos conciencia de lo que significa la Misa.

En el Evangelio de hoy –de alguna manera- interpreta a la luz de todo esto. Primero se presenta Jesús como Esposo. Segundo, hace referencia a los amigos del Esposo, que es un grupo de personas que participaban formalmente en una boda israelita (igual que las vírgenes de otra parábola de Jesús que están esperando a que llegue el esposo, son las amigas de la novia que están con la novia esperando a que venga el esposo con sus amigos, para terminar celebrando juntos el banquete nupcial), pero llegarán días en que se les quite el Esposo y, entonces, ayunarán.

Nosotros, en la Cuaresma, nos pasa un poco lo que en el Viernes Santo, pero menos fuerte. En el sentido de que hacemos un ejercicio de ayuno, porque necesitamos, nosotros, convertirnos al Señor. Pero el Esposo está. Y a lo largo de nuestra vida, de toda nuestra vida, el Esposo está, Jesucristo está. Aquél, el único que puede llenar todos los corazones de plenitud y de llevarlos a la plenitud, y darnos la alegría profunda y sincera de corazón. El Esposo (con mayúsculas) está, no deja de estar.

Pero nosotros, en este tiempo de Cuaresma, hacemos el trabajo de volvernos a darnos cuenta de en qué consiste vivir para Aquél que por nosotros ha muerto y ha resucitado: vivir para Cristo. Y eso, la Lectura de hoy nos advierte, y nos va ha advertir, de ser una tendencia muy profunda en el ser humano, porque a lo largo de la Cuaresma nos lo va a repetir varias veces: que a lo que Dios le agrada cuando llegan los tiempos de ayuno, no es que hagamos muchas oraciones. Que hay que orar, y que la oración es lo más importante, pero no es hacer ritos, sino cambiar el corazón. Por eso dice: “El ayuno que a mí me agrada son todo obras de caridad”. Es decir, ¿qué le agrada al Señor?, ¿que nos convirtamos en qué? Pues, más parecidos a Él. Y si Él es amor, pues que brille más en nuestras vidas el amor por nuestros hermanos. Ese es el ayuno que a Dios le agrada.

No menosprecio en lo más mínimo ninguna de las prácticas que hay en la Iglesia que educan y sirven, pero que sepamos que el Esposo está. Que nosotros no ayunamos como si toda la vida fuera un Viernes Santo, donde estamos esperando que triunfe el Señor. El Señor ya ha triunfado, está con nosotros, nos acompaña todos los días de nuestra vida. Le tenemos al alcance de la mano. Señor, por muy grandes que puedan ser nuestros sufrimientos, Tu amor es más fuerte que todo el mal del mundo. Y Tu amor está con nosotros. Y el ayuno es un entrenamiento para poder vivir anticipadamente, ya en esta vida, la vida de hijos de Dios y la participación en la Resurrección que Tú haces posible con la fe, la esperanza y la caridad que Tú nos das.

Que el Señor nos conceda las dos cosas: saber que el Esposo está con nosotros y que, por lo tanto, de alguna manera, no nos falta nada. Repito, sean las que sean las circunstancias.

Y, por otra parte, ejercitarnos cada vez en parecernos más al Señor en el amor, en la preocupación por los demás, en el afecto y la atención a las necesidades de los prójimos, de los que tenemos cerca. Y de todos aquellos que se crucen con nosotros a lo largo del día.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
19 de febrero de 2021

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