Fecha de publicación: 20 de febrero de 2017

Eclesiástico 1, 1-10b
Salmo 92

Marcos 9, 14-29.

Cuando volvieron a donde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos escribas discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. Él les preguntó: “¿De qué discutís?”. Uno de la gente le contestó: “Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces”. Él, tomando la palabra, les dice: “¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo”. Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; este cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?”. Contestó él: “Desde pequeño”. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: “¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe”. Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: “Creo, pero ayuda mi falta de fe”. Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él”. Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie.

Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: “¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?”. Él les respondió: “Esta especie solo puede salir con oración”.