Fecha de publicación: 15 de diciembre de 2014

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos Hermano Mayor, Junta de Gobierno de la Hermandad de los Dolores;
representantes de la Real Federación y Cofradías (me han dicho al venir que también habéis venido hermanos cofrades de la Hermandad de los Dolores y de algunos otros lugares de la Diócesis, concretamente he oído mencionar Pulianas y Almuñécar);
queridos amigos todos:

Los libros de la Biblia, lo que los judíos le llamaban las Escrituras (el nombre les viene probablemente de que en aquel momento no había otras escrituras, más que esas sí, las inscripciones que había en los palacios, o en los templos, o en los sepulcros, que para nosotros son el testimonio de una historia), lo que contienen es el testimonio de una historia de amor, la historia del amor de Dios por los hombres. Y cada domingo especialmente, cuando se leen las Santas Escrituras lo que se hace es leer algún episodio de esa historia o prepararnos, o vivir, celebrar, o conmemorar alguno de los grandes episodios de esa historia.

La historia comienza con Abraham y con las hadas de aquellas generaciones de profetas, de patriarcas. Luego, el pueblo de aquellas tribus, grandes beduinos, grandes dueños de grandes rebaños que hacían grandes emigraciones, desde el desierto de Siria hasta el Sinaí, y con motivo de algunos episodios, fueron a parar a Egipto. Luego, se relata la historia épica contada como se cuentan los hechos que permanecen en la memoria de los pueblos, como un acontecimiento épico, la liberación de aquellos beduinos que pudieron escapar de Egipto, y a medida que Israel fue avanzando en esa historia, primero en el Sinaí, tuvo la experiencia de la Alianza, del encuentro con el Dios que es, el Dios que iba a mostrar su verdad y su capacidad de salvar al hombre, su poder, acompañando a aquel pequeño pueblo.

Y lo que su pueblo, efectivamente, se fue estableciendo -y aun los historiadores de hoy, historiadores no israelitas además, sino historiadores ni siquiera católicos, que han escrito obras y síntesis, u obras de investigación sobre la historia de Israel, dicen que es un milagro (o sea, que no es humanamente explicable) cómo aquel pequeño pueblo de beduinos ha permanecido, cuando grandes imperios cayeron, grandes imperios de Mesopotamia, cayeron imperios que hoy casi apenas nos suenan los nombres (….), que fueron verdaderas potencias en el Medio Oriente; y durante siglos, que, sin embargo, han desaparecido sin dejar ningún tipo de huella, y la realidad de Israel ha permanecido a lo largo de la historia.

Y eso es, hasta para un historiador que mire con los ojos limpios, un misterio histórico, realmente. Para nosotros, que lo miramos desde nuestra experiencia cristiana, es la historia, efectivamente, del amor de Dios. Ya los judíos en la época de los profetas, el pasaje que hemos leído del profeta Isaías (el que leímos la semana pasada y todos estos días) se lee en la liturgia de las Horas. Precisamente, el profeta Isaías explica que toda la historia de Israel es una historia de amor, hasta cuando parece que Dios se encoleriza con su pueblo por sus pecados, porque su pueblo no es fiel, por la alianza que habían establecido. Hay que entender la alianza siempre en clave no de impacto, sino en clave de una alianza matrimonial, que Dios había establecido con su pueblo en el Sinaí. Y el pueblo ha sido un pueblo infiel y, sin embargo, Dios es fiel, Dios se mantiene fiel. Y una y otra vez le llama, y habla hasta de seducirle, para que comprenda la grandeza de la inmensidad de ese amor.

Ese amor ha alcanzado su culminación cuando el Hijo de Dios se une a la condición humana. La celebración de la noche de Navidad es la celebración de una boda, de la boda que da sentido a todas las bodas, desde la boda de Dios con nuestra condición humana, el Hijo de Dios, y Jesús apelará muchas veces a esta imagen: un rey tenía un banquete preparado para la boda de su hijo. Jesús habla cuando le recriminan porque sus discípulos no ayunan. Dice: “Es que los domingos del esposo no pueden ayunar”, quienes están celebrando la boda con el novio. Es decir, Jesús, una de las formas en que Él expresó su conciencia divina, su conciencia única, era justamente con la imagen del esposo, y el pasaje de Isaías de hoy alude también a esa imaginería, una historia de amor que encuentra su cumplimiento cuando Dios mismo se da por la vida de su criatura, cuando Dios mismo se une a su criatura de una manera que siembra en nosotros la vida divina y que hace que esa vida divina nazca, crezca en nosotros, podamos vivir sostenidos por la vida de Dios. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

13 de diciembre de 2014
Parroquia de San Pedro y San Pablo

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