Fecha de publicación: 5 de junio de 2019

La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes en el calendario de la Iglesia, puesto que actualizamos el cumplimiento de la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora. En este contexto celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar subrayando que cada fiel laico, animado por la fuerza del Espíritu Santo, está llamado a descubrir, en medio del Pueblo de Dios, que es una misión. Ya lo dice el papa Francisco:

La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo (EG, n. 273).

Cuando uno afirma «yo soy una misión», podemos decir que la Misión está dentro de la expresión “yo soy”. La pregunta «¿quién soy yo?» se responde con una más amplia: «quién soy yo para los demás», pues el ser humano, por Jesucristo, llega a su plenitud en la entrega gratuita, en la salida de sí para darse en la misión: ser misionero. Así podemos afirmar que vocación y misión son dos caras de la misma moneda.

La invitación del papa a sentirnos «misión en esta tierra», siguiendo la línea marcada por el Concilio Vaticano II (LG, n. 31), tiene su fundamento en nuestro bautismo. No es un apéndice o adorno, sino que es nuestra vocación. La motivación principal para realizar la misión evangelizadora se halla en el encuentro personal con el amor de Jesús. El papa Francisco afirma, en este sentido, que «no se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo… El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (EG, n. 266).

Como laicos estáis llamados a ser discípulos misioneros de Cristo en la Iglesia y en el mundo, «bautizados y enviados». Sí, ¡bautizados y enviados! En cuanto a vuestra dimensión eclesial, es muy importante que os sintáis protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia (LG, n. 33). Los laicos sois Iglesia, en cuanto que, por el bautismo, os incorporáis a Cristo, participando de su triple función, y a su Cuerpo, la Iglesia.

Vuestro ser Iglesia pone de manifiesto que la Iglesia es un misterio de comunión, donde la diversidad de miembros está en función de la complementariedad y la unidad.

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