Fecha de publicación: 13 de marzo de 2019

Ayer hubo Consejo de Ministros, y la señora Celaá presentó a la prensa los resultados. ¿Pero esto qué es? ¿Qué nos está pasando? Que alguien venga a explicármelo porque no lo entiendo. Se supone que esta persona tiene estudios superiores. Ustedes, ellos y ellas. La segunda y la tercera del plural revueltas. Yo qué sé. Llegará un día, tal vez dentro de diez años, tal vez en época de los niños que están naciendo ahora en que estas expresiones causarán asombro. Ministra, ojo, que esto queda en la hemeroteca. Y lo mismo que ahora repasamos los discursos de Castelar, la gente se hará cruces preguntando que nos pasó a principios del siglo XXI, cuando por ser políticamente correctos, por ser más feministas que el tato, por caer bien y que todos nos quisiesen, fuimos capaces de hablar como analfabetos en los ministerios de la nación.

En fin, corramos un tupido velo de vergüenza ajena. Ayer las ciudades y pueblos desbordaron de mujeres en las calles. En Barcelona y Madrid en particular, era imposible circular. Todo se paró en los centros. 350.000 mujeres en Madrid, 200.000 en Barcelona. Cuando algo así ocurre es evidente que pasa algo. Hay un malestar, ha cristalizado una protesta que comenzó cuando nuestras madres se pusieron la minifalda y se manifestaron en las universidades, o cuando nuestras abuelas exigieron votar como los hombres. ¿Qué desigualdad hay ahora? Preguntará alguno. Bueno, hay diferencias salariales y un techo de cristal en las carreras y ascensos y un exceso de trabajo femenino para llevar adelante lo de fuera de casa y lo de dentro, la educación de los hijos y la tarea doméstica. Y luego está eso otro, muy difícil de erradicar. “Es que menudo carácter tienes, es que eres imposible, no pareces -ojo- una mujer”. O eso otro: que vaya fulano a Oriente Medio, las mujeres no deben exponerse. O aquello que me dijo un director: “Como has tenido tres hijos, has renunciado a tu carrera”. O lo que murmuraron cuando Inés, Ignacio y Felipe nacieron en tres años: “Cristina, la coneja”.

Ok, vale, eso lo entendemos todas. Y hará falta decirlo muchas veces y enseñar a nuestros hijos y que la relación con los varones se consolide como la noble colaboración entre iguales. Ok. ¿Pero alguien me puede decir qué hacían las ministras ayer coreando contra la oposición? ¿Qué hacía la esposa de Pedro Sánchez al frente de la manifestación de Madrid gritando contra el Partido Popular, que está en las redes el sonido? O contra Ciudadanos.

Que yo sepa, todas somos mujeres. También Dolors Montserrat, o Fátima Báñez, o Cristina Cifuentes, o Inés Arrimadas, o Begoña Villacís, o Rocío Monasterio. Todas. Todas hemos vivido cosas dolorosas o hemos tenido ese momento en la adolescencia en que nos hemos preguntado qué era ser mujer y si eso suponía una cortapisa para algo. ¿Por qué se abucheó ayer a Arrimadas o Villacís, que se atrevieron a ponerse delante? ¿Quiénes de entre nosotras tienen derecho a poner una estrella amarilla a las otras? ¿Begoña Gómez? ¿La ministra Calviño? ¿Celaá? ¿Carmen Calvo? Qué vergüenza señoras, qué vergüenza. Dividirnos y señalarnos. Hacer mujeres de primera y de segunda. Progres buenas y conservadoras malas. ¿Alguien, alguna de ustedes me va a toser a mí después de tres hijos y una carrera, de deslomarme preparando comidas en tuppers para que mis hijos pudieran comer mientras yo estaba en Kosovo, en Osetia o en Irán? ¿Ustedes, señoras ministras? Qué bochorno.

Hace un año hice huelga el 8 de marzo, porque queda mucho por hacer. Pero ayer no pude. No pude yo ni pudimos muchas porque nos echasteis vosotras. No los hombres, no los trabajadores, ni los compañeros, ni los ministros. Vosotras, que habéis redactado el manifiesto de convocatoria en el que nos definíais a todas idénticas, superiores, arias puras. Un texto en el que establecíais que la manifestación era de mujeres “antimilitaristas”, “abortistas”, de izquierdas, anticapitalistas. ¿Esto qué es? ¿Qué es esto de llevar en Castellón, cuatro crías, porque eran cuatro crías, una pancarta que decía “Pablo Casado, nosotras te hubiésemos abortado”. ¿Esto es lo que queréis del futuro? ¿De verdad salimos para esto, luchamos para esto? ¿Para el odio?

Me pregunto qué pensarán las mujeres militares. O las que luchan por la vida de sus hijos contra los hombres y la sociedad que las han abandonado con un bombo. Estoy hasta el gorro del acaparamiento del feminismo por los partidos de izquierdas.

Hay que tener cara para quedarse con un pensamiento tan plural, que engloba desde Simone de Beauvoir, vale, a católicas como Edith Stein o Clara Campoamor. Que, por cierto, peleó contra la izquierda por el voto. Feminista fue Cristo, revolucionario en su trato con las mujeres, a las que otorgó calidad de testigos de su resurrección en una época en que ellas no valían y su testimonio no servía ni en los tribunales ni en la sociedad. Jesús, que les dio liderazgo en las comunidades, como a Magdalena, o Egeria, o Santa Elena. Feminista fue Catalina de Siena, que dictaba órdenes al Papa, o la Reina Isabel, que difundió el aprendizaje del latín entre las mujeres de su corte y gobernaba con poderío. Feministas somos todas las que nos dolemos del desprecio cuando queremos tener idéntico trato y ciertos hombres -ojo, CIERTOS hombres- nos tratan distinto. Feministas también las que tenemos hijos, nuestra bandera para pelear como leonas fuertes.

Porque con hijos somos más. No señoras, además de feministas -yo no les niego la mayor, como hacen conmigo- son ustedes dogmáticas, sectarias e intolerantes. Han demostrado que el feminismo no está reñido con la estupidez. Qué pena, señoras.

Cristina López Schlichting
Directora “Fin de semana” COPE