Fecha de publicación: 17 de abril de 2020

Mis queridos hermanos (tanto los que estáis aquí como los que os unís a nuestra celebración por esa misteriosa luz azulita que yo veo desde aquí, y cada vez sé más que estáis ahí participando y unidos a nosotros):

Anécdota del día. Yo he seguido, ayer y hoy, “visitando” por teléfono a las comunidades contemplativas de aquí de la diócesis, que tenemos un buen número de ellas (son algo más de 20 comunidades, y eso es un tesoro para la Iglesia de Granada, Dios mío). Primero, la noticia que os doy es que ninguna de ellas tiene nadie con el virus, gracias a Dios. Sólo una de las hermanas, de las Hermanitas del Cordero. Esa sí, tenía ya muchas enfermedades; ha estado en la UVI una serie de días, pero mis noticias es que o ha salido ya o está a punto de salir de la UVI. Pero, lo precioso es que, hablando con la priora, la superiora de algunos monasterios, han sido varios los que han dicho: “Mire, nosotras antes hacíamos dulces. Aparte de nuestros ratos largos de oración, hacíamos dulces, pero ahora ni se pueden hacer dulces ni hay quien los compre, entonces, ¿qué hemos hecho? Hemos aumentado un poquito nuestra oración”. Y veréis qué es el poquito. Han añadido a la oración comunitaria una hora más por la mañana, que, si antes era una hora, ahora son dos, y otra hora más por la tarde. Y luego, han añadido al rato de oración, que ellas tienen individualmente, una hora más por la mañana y otra hora más por la tarde. Cuatro horas. Y dice: “Para rezar por el mundo, porque el mundo tiene mucha necesidad de oración”.

Eso unas. Otras me dicen: “Antes nosotras teníamos nuestro recreo por la tarde, teníamos nuestro trabajo” (esas no hacen dulces, me parece que eran ornamentos”. Dice: “Ahora, desde las cuatro de la tarde hasta la cena, nos la pasamos orando al Señor, intercediendo por el mundo”. Otras me dicen: “Estamos ahora mismo haciendo batas para los hospitales. Nos han traído telas y un patrón, y nuestro trabajo ahora es haciendo batas para los médicos y para las enfermeras”. Yo les preguntaba a todas si estaban también bien. Y sí, gracias a Dios, Dios mío. También ha sido muy bonito que a todas les llevan comida una vez a la semana el banco de alimentos. Pero unas me han dicho: “Mire, tenemos una hermana más joven, que, además, le gustan mucho estas cosas de la huerta. Y nosotros teníamos hasta ahora la huerta un poquito abandonada. Pero ahora se ha puesto a plantar cosas, a criar conejos y gallinas, de tal manera que antes nos venía el banco de alimentos, pero ya les hemos dicho que no nos hace falta; como nosotros nos apañamos con tan poquito, la verdad es que no lo necesitamos. Y cuando estén las cosas un poquito mejor, que la gente se pueda mover más, hasta nosotras podremos ayudar a familias que lo necesiten con nuestros tomates”. Ahí hay unas cuantas mejicanas y me dicen: “También hemos plantado chile”. Pues, muy bien. Señor, este es nuestro pueblo, esta es nuestra Iglesia, cómo no va a sentirse uno orgulloso, protegido, seguro, en la oración de tantas mujeres que han ofrendado su vida por el mundo.

La verdad es que las dos Lecturas de hoy son dos tesoros, la de Pedro y Juan, que los llevan al Sanedrín por haber curado a un hombre. Y qué es lo que hacen. Pues, lo mismo que le dijeron al hombre −es de esas cosas que se ve que son fruto de la Resurrección−: “No tenemos oro ni plata, pero lo que tengo te doy. ‘En el nombre de Jesucristo, levántate y anda’”. Y hoy, qué le dicen al Sanedrín. “Vosotros matasteis a Jesús, pero Dios le ha resucitado y el nombre de Jesús es el único nombre que se nos ha dado en la tierra por el que debamos salvarnos”.

Señor, el Nombre de Jesús, Tu Nombre. Tú que estás vivo. Tú que has triunfado del pecado y de la muerte, para renovarnos a nosotros y hacernos criaturas nuevas. Mi súplica en estos días, mi canto es la secuencia que cantamos todos los días justo antes del Evangelio: “Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza” y “resucitó de veras mi amor y mi esperanza, apiádate, Señor, de la miseria humana y da a tu pueblo parte de tu victoria santa”. ¿Qué es esa parte? La transformación de nuestras vidas, que, siguiendo siendo pequeños, torpes, mezquinos en muchas cosas, sin embargo, brille en nosotros Tu Vida y Tu Resurrección, y brille de una manera que permita a los hombres reconocer Tu Triunfo.

En el Evangelio está expresado ese Triunfo de una manera que el Evangelio lo expresa de otras muchas. Donde está el Señor, hay abundancia; y donde falta el Señor, se nos seca la vida por dentro. Y eso, en la multiplicación de los panes, que lo narran todos los evangelistas, es muy evidente; en las Bodas de Caná, lo que faltaba era el vino y el vino era la alegría de una boda, y estuvo el Señor presente y allí se multiplicó la alegría de una manera sobreabundante. En la multiplicación de los panes, sobraban panes. Aquí, en este encuentro con Jesús, sobraron peces. Ellos no pescaban, pero, vino el Señor, que no era pescador “de tradición”, a 30 o 40 kilómetros lejos del Lago de Galilea, y pescaron mucho más que lo que habían trabajado ellos por la noche. Donde está el Señor hay sobreabundancia. No necesariamente de cosas. Y cuando digo de cosas, también digo de salud. “Es que, si tengo al Señor, ¿voy a gozar siempre de una salud maravillosa?”. Pues, no. ¿Es que no me van a pasar cosas, hasta desgracias, y no me voy a morir, o a envejecer, o no me voy a enfermar? Pues, no. Pero la Presencia del Señor nos hace como crecer por dentro, crecer como personas, crecer como cristianos. Cada uno en nuestra vocación. Las hermanas que han ofrecido su vida al Señor, para entregársela por entero en la vida contemplativa, para orar por el mundo y por la Iglesia. Todas me subrayaban que es por el mundo entero; que el mundo entero necesita ahora mucha oración. Como padres de familia o como trabajadores en este mundo, o como maestros. Cada uno en su misión. Todos, todos, todos si nos transforma el Señor, nos transforma de dentro a afuera y permite que nuestra vida sea distinta.

Voy a terminar también con una anécdota, que me acordé de ella ayer. Es de los cristianos de Egipto allá por el siglo IV, los que llaman los Padres del Desierto. Son anécdotas que contaron ellos a sus discípulos y los discípulos luego, un siglo después, las escribieron, y son muchas de ellas muy bonitas. Algunas son tan sencillas como que dicen: “El padre tal que vivió en el desierto setenta años nunca tuvo en su vida más que una sola cosa: un cuchillo para hacer las cestas que tenía que hacer con los espartos del desierto que era el trabajo que hacían allí en aquella región”. Y dice: “No tuvo mas que un cuchillo y fue siempre feliz”. Esta otra dice: eran dos hermanos de religión, dos monjes del desierto que vivían cerca uno de otro, y un día le dice uno a otro: “Oye, la gente del mundo suele pelearse y discutir y eso, y nosotros llevamos muchos años aquí juntos y nunca hemos discutido, nunca nos hemos peleado, ¿probamos a hacerlo?”. “¿Tú por qué crees que la gente del mundo suele discutir?”; dice, “porque suele haber alguien, uno de ellos dice ‘esto es mío’, el otro dice ‘esto no es tuyo’, y entonces discuten”. Dicen, “vamos a probar”. Cogen un ladrillo de adobe, que es lo que ellos tenían para sus celdas, que era lo único que había en los oasis de Egipto, donde ellos solían vivir, dicen: “Cogemos este ladrillo, yo digo que es mío, tú me dices que no, y entonces ya discutimos”. Entonces, comienza uno, “este ladrillo es mío”, el otro dijo, “sí, es tuyo”, y no pudieron discutir.

Qué el Señor nos conceda vivir en la novedad de Tu Gracia y ser cada uno, en el mundo en el que estamos -no estamos en el siglo IV, estamos en el siglo XXI-…, pero si nuestro corazón está renovado por Ti, por Tu Gracia, Señor, nosotros Te bendeciremos y ayudaremos a otros a que -es una frase de San Pablo- “se multiplique el número de los que dan gracias a Dios”. En medio de tanto dolor. Si cambia nuestro corazón, estaremos dando lugar, con la ayuda del Señor, a que nazca un mundo nuevo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

17 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

Escuchar homilía