Fecha de publicación: 4 de mayo de 2020

Yo me traía hoy la Escritura para continuar con el pensamiento del Cielo, porque es un pensamiento que nos hace falta especialmente en el tiempo en que hemos estado viviendo y en el que vivimos aún, y quiera Dios que no tenga ni vuelta ni repuntes. En todo caso, son tantos los que el Señor se nos ha llevado en este tiempo, cercanos a nosotros, que uno necesita pensar en el Cielo.

Al oír la proclamación del Evangelio del Buen Pastor (porque ayer aunque era el Domingo del Buen Pastor, no era exactamente éste), que dice el fondo del ministerio de Jesús, me cuesta a mí mucho el no comentar este Evangelio. Ese dar la vida por las ovejas, dar la vida por el rebaño y, como dice el Señor, porque aquí lo expresa con una fuerza enorme, que la Pasión no es algo que le cayó a Señor y la aguantó. Es cierto que en Getsemaní experimentó la soledad y la angustia que todo ser humano puede experimentar ante la traición de los amigos (no olvidéis que fue uno de los Doce quien lo traicionó) y el pavor de una muerte como la que le esperaba a Jesús (y para que ningún hombre pudiera decir “es que mi angustia, mi sufrimiento en una sala de tortura o una cámara de gas, no lo puede comprender Dios”). Él había venido a beber el cáliz de nuestra humanidad hasta el fondo y lo bebió de forma…, aparte de que no somos capaces de imaginarnos qué tipo de dolor ante el mal, qué tipo de reacción ante el mal puede tener el amor infinito de Dios; si a nosotros nos duele tanto, yo pienso en padres que ven que sus hijos se extravían, y lo que sufren, Dios mío. Y yo comprendo ese sufrimiento y trato de echármelo también sobre mis espaldas como pastor y de dar paz a esos mismos padres.

“Señor, cuánto tienes que haber sufrido Tú de algún modo cuando Tú ves que nosotros nos perdemos. Y sin embargo, Jesús dice aquí “nadie me quita la vida”, “Yo entrego mi vida para recuperarla”, “nadie me la quita, sino que Yo la entrego libremente”. Es decir, Jesús no ha ido a la Pasión como quien va arrastrado. Es su identificación con el amor del Padre, con la Voluntad del Padre. Que nosotros usamos la palabra “voluntad de Dios” casi siempre para cosas difíciles o duras, como algo a lo que tenemos que resignarnos, pero la única definición de la Voluntad de Dios que hay en el Nuevo Testamento es “ésta es la Voluntad de Dios –dice San Pablo en una de sus Cartas-: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. Si esa es la Voluntad de Dios, Jesús ha asumido nuestra condición humana en una identidad de Voluntad con el Padre, en un gesto de obediencia, pero no la de la obediencia como nosotros obedecemos, a regañadientes, de mal humor, contra nuestra voluntad, sino que dice “nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero”. Y ese “Yo la doy porque quiero” tendría que resonar en nuestras almas y en nuestros corazones. Y la da por nosotros, para que nosotros vivamos.

En ese entregar la vida a Jesús por nosotros nos cuesta mucho comprender. Nos cuesta mucho comprender, nos cuesta mucho creer, nos cuesta mucho aceptar que Dios nos quiere como somos, porque estamos tan acostumbrados a pensar que la santidad es una cosa que hacemos. También en estos días hablando con muchas personas: “Pero si es que yo no soy santo”, “si es que yo no consigo ser santo”. Es que el ser santo no es una cosa que se consigue. Sólo Dios es santo. Pero Dios se acerca a nosotros y nosotros no tenemos mas que pegarnos a Él. Mejor dicho, Él se ha pegado a nosotros. Pero tenemos tal conciencia de que somos nosotros los que hacemos nuestra perfección, somos nosotros los que conseguimos la santidad a base de esfuerzo y de conseguir tener virtudes que casi Dios es como un espectador y luego un juez. No. Ese no es el Señor que hemos conocido en Jesucristo. Jesús se entrega a Sí mismo, se humilla hasta la muerte y una muerte de cruz, para mostrarnos el abismo sin límites de Su amor. También el amor es una palabra tan gastad… Señor, Tú deseas nuestra vida. Deseas estar con nosotros. Nos deseas a nosotros. Nos echas de menos.

Hay un texto precioso que también quiero leéroslo un día: “Dios, que es sabio en sus disposiciones, todo lo hace por amor nuestro. A veces, se aleja de nosotros y es porque nos quiere, y otras veces se acerca a nosotros y también es porque nos quiere. A veces, corre delante de nosotros, para que nosotros corramos detrás de Su belleza, pero cuando ve que no podemos, es Él quien se pone a correr detrás de nosotros para que veamos que es Él quien no puede resistir nuestra ausencia”.

¡Qué fuerte es eso! Es decir, que el Señor no puede resistir nuestra ausencia. O sea que, cuando nosotros echamos de menos a alguien, como cuando queremos mucho a alguien y nos falta. Tantas personas han experimentado esto en estos días, en estas semanas, en estos meses; que se hace dura la ausencia y el no haber podido despedirse. Poder pensar en Dios como alguien que no puede resistir nuestra ausencia, nos hace que la palabra decir “Dios nos ama” o “Dios nos quiere” nos resulte tan banal, algo tan acostumbrado que estamos a oír. No, Señor. Te pones a correr detrás de nosotros. Tú corres para que corramos detrás de Ti y cuando ves que no llegamos, corres Tú detrás de nosotros, para que nosotros comprendamos que eres Tú el que no puedes resistir nuestra ausencia. “Nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero”.

Y el último pensamiento que me viene ante este pasaje es “tengo otras ovejas que no son de este redil. También a esas las tengo que traer y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. ¿Os acordáis de cuando Jesús dijo “Yo he venido a reunir a los hijos de Dios dispersos”? Estamos dispersos, como ovejas sin pastor, cada uno por su camino. El Señor nos quiere unidos. Es verdad que de muchas maneras hemos estado más unidos en este tiempo a veces de lo que estamos otras veces, que no tenemos más que las uniones exteriores. Eso me lo han dicho muchos sacerdotes, muchas personas en estos días. Algunos me han dicho que hemos vivido una Semana Santa unidos como nunca, al Señor y entre nosotros. Y personas que han consagrado su día entero a la oración. Me decía un sacerdote de una mujer de su parroquia, “no he podido ir a una Misa, no he podido comulgar, me oía todos los días cuatro misas en la televisión y he rezado once rosarios. No he hecho otra cosa en el día. Hacía falta rezar mucho y yo me he puesto a rezar sin parar”. Dices, Señor, éste es nuestro pueblo, ésta es nuestra fuerza. Tú has venido a reunir a los hijos de Dios dispersos y esto, que nos impide reunirnos físicamente, en tantas ocasiones ha servido para que estemos mucho más unidos, incluso para que nos conozcamos más, para que estemos más cerca unos de otros. Y eso, que es la obra del Señor, el reunirnos, el hacer de nosotros una sola familia y un solo pueblo, es lo que misteriosamente se consuma ya en la Eucaristía y algún día brillará: habrá un solo rebaño y un solo pastor. Y yo lo espero, confío en que así sea. Y se lo pido también al Señor. Pero sé que es Su Voluntad, sé que es lo que Él quiere y sé que no hay nada que sea más fuerte -ni el Enemigo ni nada- que la Voluntad del Señor. Si no, habría que darle culto al Enemigo; sería Dios el Enemigo: ¡No!

“Donde Yo estoy quiero que estéis también vosotros” también lo dijo el Señor la noche de la víspera de Su Pasión.

Señor, Tú nos vas a llevar a todos a Tu Reino, a nuestra Casa, y seremos un solo rebaño bajo la mirada, bajo el amor, bajo el reinado del Cordero degollado que ha dado Su vida, para que nosotros participemos de esa vida.

Que así sea, que así sea para todos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

4 de mayo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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