Fecha de publicación: 29 de octubre de 2020

Tanto el Evangelio de hoy como la Primera Lectura nos fortalecen en la fe y nada resulta, en resumen, tan sencillo y, al mismo tiempo, tan fuerte de la enseñanza que contienen -tanto una Lectura como la otra- como lo que hemos dicho en el Salmo: “Bendito el Señor, mi alcázar”. El alcázar es una fortaleza; una fortaleza donde además se vive en común. Incluso filológicamente la palabra alcázar viene del latín, de castrum, que era el campamento donde estaba el ejército romano, y luego se le puso el adjetivo y cayó el final y quedó “alcázar”, pero lo que significa normalmente, como todas las cosas defensivas, estaban en un monte o en un lugar alto.

Bendito el Señor, mi alcázar, que es nuestro lugar de refugio, y que es el Señor de la historia. Que Jesucristo es el Señor de la Historia es lo que da a entender precisamente el Evangelio de hoy, cuando Le dicen: “Que te quieren matar”, y él dijo, “todavía tengo que llevar a cabo mi misión y, cuando esté cumplida, entonces me matarán”; pero como diciendo, “no está en manos de los poderes de este mundo el disponer de Mi vida, sino en las manos del designio de Dios”. A mí me parece que afirmar, en nuestro corazón… no la idea, porque no es una idea, es una experiencia que hemos tenido quienes hemos conocido al Señor, quienes hemos sido muy infieles a esa experiencia, pero es la experiencia que tenemos.

Al Señor Le llamamos Señor porque es el Señor de nuestras vidas. San Juan Pablo II, en la primera frase de su magisterio escrito, en su primera Encíclica, que él llamo “mi encíclica programática”, comenzaba así diciendo: “Jesucristo, el único Redentor del hombre, es el centro del cosmos y de la historia. El centro de la historia y de la Creación. Señor de nuestra historia”. Señor de nuestra historia personal, que nos has creado por amor y nos has conducido hasta este día de hoy a través de mil aventuras y de mil circunstancias de la vida que sólo Tú conoces en muchos casos, o que sólo Tú conoces bien, aunque sean conocidas de otros. Sólo Tú conoces hasta el fondo. Tú nos has guiado siempre como un pastor a su rebaño. Como Moisés guió al Pueblo de Israel por el desierto, nos has guidado a lo largo de nuestra historia.

Pero no eres sólo Señor de nuestras vidas individuales, o de nuestra historia personal. Eres también Señor de la historia. Y nosotros sabemos que nada acontece que nos sirva para el bien de aquellos que aman a Dios, decía San Pablo. Pues, que nos sirva, en definitiva, al designio de Dios. También las circunstancias que son adversas, incluso las persecuciones. Los Padres de la Iglesia nunca vieron en las persecuciones más que algo que purificaba a la Iglesia; que servía para purificarla; que le daba la posibilidad de dar testimonio, de que, como dice el Salmo, “Señor, Tu Gracia vale más que la vida”, y por lo tanto de edificarse más fuertemente sobre el Señor. Algún Padre de la Iglesia decía que las persecuciones son como los vientos de otoño a los árboles, que se llevan las hojas secas, y la Iglesia sale en la primavera, después, más florecida y más resplandeciente, y celebra la Pascua en la primavera.

Que también, en las circunstancias que vivimos, que no veamos sólo como los medios. Los medios reflejan la cultura en la que estamos. Incluso los medios, que nominalmente al menos son de la Iglesia, los anuncios y todo refleja el mundo en el que estamos, que es un mundo sin esperanza, o que nos quiere vender la esperanza con que aprovechemos esto para arreglar nuestra casa, o para hacernos un seguro más barato, o para poner una alarma… Pero lo hacen de alguna manera a base de meternos un poco de miedo o, en todo caso, de no poner nuestros ojos en la esperanza verdadera.

Que nosotros podamos decir “Señor, Tú eres Señor, en Ti confiamos. Tú eres nuestro alcázar”, y saber que, sean las circunstancias las que sean, si Tú las permites, es para nuestro bien y para el bien de la humanidad entera, en el sentido en que servirá para que Te busquemos. Muchos habíamos dejado de buscarTe. Nos creíamos que ya Te teníamos; que nos bastaba con hacer los ritos que eran tradicionales y que eran los acostumbrados, y que no teníamos ninguna otra cosa de qué preocuparnos, más que de la salud y de vivir día a día.

Señor, que no seamos como los habitantes del Jerusalén, que Tú nos has querido reunir junto a Ti, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas. Tú nos has querido atraer a Ti y Te has servido también de este momento, que no es obra Tuya, ni es un castigo de Dios, ni proviene de esa manera de Dios. Pero que, ya que sucede, sirve para revelar más Tu amor y para que nosotros busquemos refugio en ese amor.

Que no nos cerremos a esa búsqueda Tuya. Que Te busquemos con más ahínco, con más verdad, con más sencillez, con más humildad también, a lo mejor con más pobreza: “Señor, ten misericordia de nosotros, sostennos en la dificultad”. El Señor no deja jamás de escuchar esa súplica, nunca.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

29 de octubre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

Escuchar homilía