Fecha de publicación: 12 de febrero de 2019

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos amigos, hermanos todos:

Una vez más, saludo muy especialmente a mi coro favorito, que siempre sois un tesoro y una alegría cuando estáis aquí en la Eucaristía. Y dejadme saludar también, con mucho gozo (veo que cada vez es más frecuente que se unan a la Eucaristía personas que vienen del extremo Oriente, from China, from Korea or from Japan. It makes me very happy to see you around here in this world, only one family. Thank God). Es muy bonito y nos damos cuenta lo bello que es pertenecer a una sola familia.

Hoy es un día y un domingo especial. Y quiero yo ayudaros a reflexionar sobre lo que vive la Iglesia entera este fin de semana, con una anécdota. No es muy infrecuente que cuando yo salgo de la misa, algunas personas me hacen algún comentario. El que con más frecuencia me hacen más personas es que soy muy largo, pero yo trato de no serlo, pero también digo que es el único momento que yo tengo para comunicarme con mi Pueblo que es mi familia, y para enseñar, y eso requiere tiempo, o por lo menos yo no lo sé hacer más corto.

Hubo un día, uno de esos comentarios que me dejó muy preocupado. Y es que yo había dicho de pasada que la economía que tenemos es una economía que había creado un abismo más grande entre los pueblos ricos y los pueblos pobres, y a la salida un matrimonio joven me dieron las gracias por la homilía pero me dijeron: “Mire usted, tendría usted que informarse bien porque nosotros venimos de hacer un curso de economía (ndr: por desgracia, era en una institución católica), pero nos han dicho ahora mismo que la economía que tenemos es la mejor que se puede tener y la mejor que ha habido en ningún tiempo de la historia, porque la renta per cápita que hay en este momento es la más alta que ha habido jamás en la historia”. Y yo me quedé prácticamente congelado (era verano). Porque claro, medir el valor de una economía por la renta per cápita, aparte de ser una abstracción, porque son números, es tan falso. Por ejemplo, oculta hechos. Y yo le dije: ¿Y el hecho de que en Europa nos morimos? Es decir, ¿de qué nos sirve la renta per cápita que tenemos si no somos ni siquiera capaces de reproducirnos? Si Alemania ha importado un millón de sirios en los primeros momentos de la guerra de Siria, para que salieran justamente las clases superiores, las más altas, las que tenían más preparación técnica, y poder mantener la economía alemana; si en España nos estamos muriendo a chorros, ¿de qué nos sirve nuestra riqueza? Pero no es sólo eso. También les pregunté. Yo he perdido en las zonas rurales de la diócesis de Granada la mitad de la población en diez años. Eso no aparece en ningún presupuesto, eso no aparece en ningún balance. Pero cuánto cuesta la muerte de un pueblo que tiene cinco o seis siglos y que se muere con edificios familiares construidos, mantenidos con un amor grande, como el fruto del trabajo que produce el amor, aunque no sean empresas, son familias. Medimos sólo la economía por los números de las empresas.

¿Qué significa la destrucción de la familia?, ¿pero qué significa la destrucción de todas las culturas que no han sabido o que se han resistido o que no quieren adaptarse a la cultura del capitalismo global? Desde las tribus maoríes en Nueva Zelanda o en Indonesia hasta los pueblos en lo profundo y en el interior de China, o en otras partes del mundo, en África. Hemos destruido cultura tras cultura, y las personas… Y cuando uno ve y sabe la situación de esas personas, que tenían un agricultura tradicional con la que sabían defenderse y sabían vivir… ¡La hambruna de Etiopía!, que se produjo hace ya muchas décadas, era yo todavía joven. Y recuerdo a una persona del Departamento de Estado, era un ingeniero agrícola muy grande, y había sido enviado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos justamente para estimar las riquezas naturales de Etiopía, y a la vuelta me dijo: “Javier –yo era un joven estudiante en aquel momento de Teología-, Etiopía tiene riquezas naturales para alimentar a toda África y exportar alimentos a Europa”. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Sólo que tienen gobiernos corruptos? Pues, sin duda, sin duda los hay. Pero, ¿quién empezó la destrucción de Etiopía? o ¿nos olvidamos los bombardeos de Italia en la Segunda Guerra Mundial por Mussolini con gas mostaza a tribus indefensas, que no tenían ni siquiera armas de fuego y que fueron bombardeadas para exaltar la grandeza del nuevo imperio romano? O mucho más cerca de nosotros, ¿qué ha pasado con Libia? ¿quién ha levantado la voz? Hemos destruido -estábamos nosotros, estaban las armas de España participando en la operación- en tres semanas, hemos matado a 150.000 personas y hemos destruido un país, Libia. Eso no hace ni diez años. Dios mío, ¿somos la economía mejor?

¿Hemos venido a misa para dar gracias porque Jesucristo está en medio de nosotros o hemos venido por otros motivos? Hemos venido para dar gracias. Para dar gracias por el Señor, pero tenemos que ser conscientes de que la Presencia del Señor lo que ayuda es abrirnos los ojos con respecto a las realidades del mundo y a todas las realidades del mundo, no sólo a las que nos muestra la propaganda y contentarnos con lo que esa propaganda nos enseña o nos muestra, que es siempre lo que quiere.

Las lecturas de hoy todas hablan de una cosa… Pedro y aquellos eran pescadores avezados en el mar de Galilea y habían trabajado todo el día y no habían conseguido nada. Y sólo cuando vino el Señor pasó como en las bodas de Canáa, pasó como en la multiplicación de los panes, pasó como en la muerte de Cristo que ha hecho florecer un Pueblo de hijos, con la misma madera de la que estamos hechos todos los seres humanos, con las mismas pasiones, sin embargo, en el que la Presencia de Cristo y la Presencia del Espíritu no deja jamás, no se detiene jamás en que ese Pueblo florezca de mil formas distintas la santidad y la bella y buena que nace del costado abierto de Cristo. Pero San Pablo es lo mismo. Estos eran pescadores que no conocían al Señor y se encontraron con él, pero San Pablo había oído hablar del Señor y perseguía a la Iglesia e iba con cartas del Sumo Sanedrín para acabar con los cristianos en Damasco, y se encontró con el Señor. “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”.

¿Qué tiene que ver esto con lo anterior? Somos hijos de una cultura y participamos de ella, participamos activamente de ella, hasta, a veces, pensamos que nuestro deber de cristianos es sostenerla para que se mantenga. Somos hijos de una cultura que cree que se puede construir un mundo sin Dios y que un mundo sin Dios sería un mundo más feliz. ¿Por qué me quedé congelado aquel día? Porque que eso lo enseñen universidades o centros de estudios superiores católicos me cubre de vergüenza. Es decir, que el mundo que hemos construido, las islas del Pacífico llenas de basura, de deshechos, de plásticos, de la maravilla que son los cruceros por el mundo, y muchas cosas; que la Guerra Mundial, desde final de los años 50… bueno no, en los cincuenta estaba en Corea, en realidad no haya terminado todavía ni tenga perspectivas de terminar, porque en cuanto se cierra alguna…, si es que las fábricas de armamento tienen que seguir produciendo… Cuando empezó la guerra de Siria (la segunda vez porque la primera vez la detuvo una jornada de oración convocada por el Papa Francisco), cuando comenzó la segunda vez, que ya no supimos o no pudimos detenerla, yo le pregunté a un hombre, a un sacerdote, el único sacerdote que enseña Derecho musulmán en una universidad musulmana, un egipcio, que ha sido asesor de Benedicto XVI, un hombre que conoce el Islam por dentro y es árabe, y lo quiere; le pregunté, ¿quiénes se benefician de esta guerra? Me dijo: “sólo, los fabricantes de armas, que están repartidos por todos los países desarrollados del mundo”. Sólo que esas cifras no forman parte de lo de la renta per cápita.

Mis queridos hermanos, mientras sigamos creyendo que podemos los hombres con nuestras fuerzas, con nuestra inteligencia, con nuestras supuestas economías… “Economía” significa “la ley del hogar”, y hay un pensador americano que dice que “para que haya ley en el hogar tiene que haber hogares y los estamos destruyendo todos”, estamos destruyendo la familia, la hemos destruido en gran medida. Y dice: “Lo que en las universidades se sigue llamando economía –repito- en las universidades católicas –dice- no tiene nada que ver con la ley del hogar: es el arte de robar legalmente”. ¡Cómo no va a haber hambre! Claro que hay un abismo cada vez más grande. Esas tribus del interior de África, habituadas a la música estereofónica, a internet, a las que les hemos quitado y arrancado de sus cultivos tradicionales y de sus ganaderías tradicionales, no tienen más futuro, como pasa con el pueblo gitano en España, la droga, el alcohol y la destrucción; o irse a estudiar a América o a vivir a Europa a aclimatarse absolutamente a nuestra cultura. El tipo de imperialismo que tiene nuestra cultura capitalista hoy es mucho más duro, pero infinitamente más impositivo, más duro y menos humano, que fue el antiguo colonialismo, al que todos criticamos, pero como fue hace varios siglos no nos afecta para nada. Pero hoy estamos imponiendo el capitalismo global en todos los rincones del mundo con una virulencia, con una falta de humanidad, con una inconsciencia con respecto a los males que ese tipo de cultura generan, que los estamos viviendo nosotros. Pero si vemos a nuestro lado destruirse las familias, venirse abajo, una detrás de otra. Cada tres minutos o cada cinco minutos decían hace unos años que se rompía una familia en España. ¿Esa puede ser la mejor economía del mundo? ¡Dios mío!

Señor, como dice una oración en el Libro de Daniel, “hoy no tenemos ni profetas, ni jefes, ni un lugar donde ofrecerte sacrificios, pero mira nuestra necesidad y ven a nosotros”.

Señor, cámbianos a nosotros el corazón, danos el corazón humano, sensible, sensible a la humanidad bella y a la humanidad de vida de la que formamos parte y haz crecer en nosotros la única medicina que este mundo necesita que es un amor sin límites.

A la luz de eso, la colecta de hoy es un pequeño granito de arena que podemos hacer, pero que serviría de muy poco si no cambia nuestro corazón, si no cambia un poco también nuestra mente, si no luchamos por establecer otro tipo de relaciones humanas que rompan el escudo, la coraza diábólica –diríamos-, de este tipo de sociedad nihilista en la que no hay pan para lo verdaderamente humano, para la belleza de la vida humana cuando se edifica sobre el amor. Esa es nuestra tarea, esa es nuestra tarea como cristianos: dignificar esa sociedad. Bregaremos todo el día y no conseguiremos nada, sólo cuando abramos nuestro corazón al Señor, y junto con el Señor, claro que cogeremos. Se romperán las redes. Y los hombres están llenos del deseo de Cristo. Lo que sucede es que nos miran a nosotros y no lo encuentran.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

10 de febrero de 2019
S.I Catedral