Fecha de publicación: 26 de marzo de 2020

Yo le doy muchas gracias a Dios por este momento que podemos tener cada día, aunque seamos aquí unas poquitas personas, pero luego muchas otras que se unen a través de las imágenes de la televisión. Es un momento de comunión, de sentirnos los unos parte de los otros, de sentirnos miembros del Cuerpo de Cristo. Un momento también de confidencia y de súplica, de súplica apasionada.

Cada vez que uno piensa en la situación y en las circunstancias en las que vivimos, nos damos cuenta de cuánta necesidad tenemos de volvernos a Dios. La primera Lectura de hoy parece como apropiada para este momento. El Pueblo de Israel estaba murmurando del Señor permanentemente y luego, en cuanto Moisés desapareció, se hicieron un ídolo y bailaban y cantaban al ídolo, y se olvidaron de la Gloria del Dios vivo que les había sacado de Egipto. Dios pasa la tentación de aniquilarlos y dice a Moisés: “En cambio, a ti te haré un gran pueblo”, y Moisés se olvida de sí mismo en ese momento, porque el Señor le decía que a él le iba a hacer un gran pueblo, porque iba a eliminar a todos los demás que habían pecado. Y, sin embargo, Moisés se pone entre el pueblo y el Señor, y le suplica con arte diciendo “Señor, van a decir los egipcios, los paganos, los que no creen en ti, que te burlas de nosotros, que en el fondo no nos quieres, que en el fondo no estás con nosotros. Por Tu Nombre, ten misericordia de Tu pueblo”.

Cuando yo leía hoy, a lo largo del día, esta Lectura me parecía que mi papel en esta Eucaristía era, y es siempre, un poco hacer lo mismo: “Señor, acuérdate de Tu pueblo, ten misericordia de Tu pueblo, engrandece Tu nombre, haz que pase la plaga y la pandemia. Abre nuestros ojos, hemos vivido como paganos. Hemos dado culto al dinero, al lujo, a la lujuria, a las búsquedas de poder. Nos hemos dado culto a nosotros mismos y nos hemos olvidado de que Tú eres la fuente de todo lo que somos, y tendrías motivos para eliminarnos y para cansarte de nosotros y decir ‘no merecéis la pena porque no sois capaces de abrir los ojos a la verdad, ni de escuchar la verdad’”. Y, sin embargo, Señor, nosotros Te pedimos que tengas misericordia de Tu pueblo. Tu Hijo ha sufrido y sufre, continúa sufriendo en cada uno de los que sufren en este momento la soledad en los hospitales sobrecargados, la soledad de la agonía o de la muerte.

Señor, apiádate; apiádate de esta humanidad nuestra. Enséñanos a vivir como hijos tuyos, enséñanos a confiar en Ti, enséñanos a poner nuestras vidas en Tus manos con paz y a vivir para Ti, de manera que te sepamos agradar en nuestra pequeñez y en nuestra pobreza, en nuestras acciones y, sobre todo, con nuestro amor a los que tenemos más cerca y los vemos más necesitados. A través de los whatsapps, de los móviles, de las llamadas de teléfono. Es una manera de acompañarnos en este tiempo especial. Pero todos necesitamos esa compañía.

Todos conocemos a las personas que más pueden necesitar de esa compañía y que tenemos relativamente cerca. Vamos a acordarnos de ellos. Pedir por ellos e interceder por el pueblo. El pueblo hoy es la humanidad entera. Intercedamos por la humanidad entera, poniéndonos entre Dios y la humanidad. Eso es lo que hace Jesucristo en cada Eucaristía. En realidad, es Jesucristo el que da Gloria al Padre, no nosotros. Al final de la plegaria eucarística decimos siempre “por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, todo honor y toda gloria”.

Señor, nosotros somos pecadores, somos idólatras, somos indignos de Tu Gracia en todos los sentidos. Nos amamos a nosotros mismos, nos preocupamos por nosotros mismos y nos olvidamos de Ti y nos olvidamos de los demás, en un mismo olvido. Y sin embargo, tu Hijo intercede, se pone entre el Padre y nosotros. Él te da la Gloria verdadera y Él quiere nuestra vida. Él no quiere nuestra muerte. Quiere que vivamos en paz; que podamos dirigirnos a Ti llamándote Padre, y sabiendo que tu paternidad nos sostiene y no nos abandona ni nos deja en ningún momento, en ningún momento de la vida y tampoco en el momento de la muerte.

Que acudamos al Señor con un corazón sencillo y humilde, y que Le supliquemos que Su misericordia no falte nunca de en medio de nosotros. Que no le falte nunca a nadie.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

26 de marzo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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