Fecha de publicación: 18 de diciembre de 2018

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
querida Schola de jóvenes cantores de la catedral;
queridos hermanos y amigos:

Hay un poeta, que es al mismo tiempo novelista, autor de relatos cortos también, ensayista, escritor norteamericano, que vive todavía en el medio oeste, en el Estado de Kentucky, y tiene un poema cuyo título es muy llamativo y nos puede resultar un poco chocante (el nombre del poeta es Wendell Berry y si lo buscáis en internet, os sale el poema traducido al español en la página web del Arzobispado: ndr. Publicado en el Semanario Fiesta de Granada y Guadix, el 24 de mayo de 2015, Nº 1102. Se titula “Manifiesto: el frente de liberación de la agricultor loco”).

Él es un hombre profundamente cristiano, aunque se considera a sí mismo como un cristiano salvaje, en el sentido de que ha vivido siempre, o casi siempre, entre bosques, no ha tenido relación, excepto con algunas congregaciones bautistas, pero es profundamente cristiano. Todo el poema está lleno de paradojas, que es un procedimiento literario que también usaba el Señor: cuando el Señor decía “el que quiera ganar su vida, que la pierda”, “el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la ganará”. Eso es una profunda paradoja, que expresa algo de la hondura del misterio que somos cada uno y que son nuestras vidas, nuestras relaciones y todo lo que es humano: imagen y semejanza del abismo insondable de Dios.

El poema termina diciendo “practica la Resurrección”. No hay nada más paradójico que eso; como si la Resurrección fuera algo que estuviese en nuestra mano practicar. Pero tiene otras a lo largo del poema: “Ama todos los días a alguien que no se lo merezca”. También es paradójico. Pero si pensáis un poquito, detrás de esa frase resuena aquella otra frase de Jesús: “Si sólo amáis a los que os aman; si sólo queréis a los que os quieren, ¿qué mérito tenéis?”. En la primera parroquia en la que yo estuve había una pareja de novios. Él venía siempre en el autobús a la misma hora los viernes por la tarde, y un viernes le dio galletas a un perro, y todos los viernes estaba allí el perro esperando el autobús con una fidelidad asombrosa. Por lo tanto, eso no tiene ningún mérito. Dice el Señor: “Amad a los que os odian. Bendecid a los que os maldicen. Orad por los que os persiguen”. “Amad todos los días -dice Wendell Berry- a alguien que no se lo merezca”. Y otra de las paradojas que dice, que encaja perfectamente con las lecturas de hoy, es “sé alegre, aunque hayas tenido en cuenta todos los hechos”. Es precioso. “Sé alegre, aunque hayas tenido en cuenta todos los hechos”. Pero uno se pregunta: “Bueno, verás, no es una cuestión de voluntad. Uno no está alegre cuando quiere, ni triste cuando quiere”. La alegría es algo como que nos nace de las entrañas y la tristeza también. Y ahí empalma un poco los motivos para la alegría, los motivos para celebrar la Navidad, los motivos que nosotros tenemos.

Hace un cierto tiempo, estaba yo en unos de esos días tontorrones que todos los seres humanos tenemos, o porque está el cielo más gris o por cualquier otro motivo, casi siempre absurdos, o por la situación de nuestro cuerpo que en ese día tiene un poco de gripe o cualquier cosa, o porque ha hecho uno algo mal. Efectivamente, yo ese día le había dicho al Señor que “no” y estaba triste, estaba muy triste. Y estaba celebrando la Eucaristía y en el momento de la Comunión, yo pensé: “Dios mío, por qué estupideces nos ponemos tristes los seres humanos. Si yo te voy a recibir a Ti”. Suena escandaloso, suena tremendo. “Voy a beber tu Sangre. Tú has derramado tu Sangre para que yo pueda estar contento”, y una cosa tan estúpida como puede ser el color del cielo o como puede ser que las cosas salgan mejor o como, o como puede ser un pequeño gesto mío de arisco o de una mala respuesta, pueda empañar, romper un amor tan sobrecogedor que realmente es capaz de abrazar el mundo entero…

Recuerdo un texto cristiano del Egipto profundo, de los años 500 o 600, donde decía, diciéndoles a los sacerdotes que cuidasen cómo trataban el cáliz: “Porque una gota de la Sangre de Cristo (ndr: de la Sangre consagrada en la Eucaristía) valía más que el mundo entero”. Yo decía: “Dios mío, Tú derramas tu Sangre por mí para que yo pueda estar contento y cualquier tontería es capaz de turbar…”. ¡Nada tendría que poder turbar mi alegría! ¡Nada tendría que poder turbar nuestra alegría! Ni siquiera nuestros pecados. Los pecados están para que pidamos perdón por ellos y el Señor ha instituido el Sacramento de la Penitencia para que pidamos perdón por ellos y punto. ¡Pero no les demos vueltas! Como decía Péguy: “Cuando dais vueltas a vuestros pecados termináis volviéndolos a cometer”, sobre todo si tienen que ver con la ira o con las relaciones de unos con otros. Estad alegres, aunque hayáis tenido en cuenta todos los hechos.

El Salmo de las Lecturas de la Eucaristía de hoy también nos dice: “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la Salvación”. ¿Pero cuáles son las fuentes de la Salvación? ¿Son mis virtudes, son mis cualidades, son mis fuerzas, mis capacidades? ¡No, las fuentes de la Salvación eres Tú, Señor! ¡Tú que te entregas por mí! Pero, lo digo, y no tiemblo al decirlo. Si nos diéramos cuenta de la enormidad que decimos; si nos diéramos cuenta de la enormidad que significa: “¿cómo?, ¿qué Dios viene a mi carne?”. Que cuando comulgo estoy recibiendo, en ese pequeño signo en el que realmente estás Tú, Señor (pero que no deja de tener la apariencia de pan y de ser una pequeñez y que en un bocado se me disuelve en la boca), está el Creador de las galaxias, de los cielos, de tu corazón, del mío, de todo el amor que ha existido en la Historia, de toda la grandeza y el heroísmo que ha existido en la historia. ¡Y vienes a mí, tan pequeño, y no me disuelvo de pánico, de pavor.

Si tuviéramos un granito de fe, como un granito de mostaza, nadie nos arrancaría jamás nuestra alegría. Nadie tendría más poder que el amor con el que somos amados. Y eso es lo único que justifica la Navidad, en la que hay que hacer cantos tiernos y sencillos, sin duda, para los niños, pero su significado es tan tremendo que claro que da razón de una explosión de alegría. Que el mundo no lo entienda no tendría que escandalizarnos, ni sorprendernos. Que el mundo se ría de la historia de la Navidad, es lo lógico. Yo entiendo las razones, incluso de cristianos que no son católicos y que dudan. Dicen: “¡Pero cómo va a estar el Señor presente realmente en la Eucaristía! Será la memoria del Señor, será el recuerdo de Él, como cuando vemos una foto de un ser querido”. Porque la razón se resiste a tomarse en serio, como se resiste a tomarse en serio la Navidad, a tomarse en serio la Encarnación. Una razón hecha de cálculo, que sólo sea cálculo, que no tenga apertura a la inmensidad, al abismo que tiene la realidad misma. Mi propio corazón, vuestro propio corazón. Que todo tenga que medirlo.

Vuelvo a mi poeta americano. En ese mismo poema dice: “Ríe, la risa no puede medirse”. Es fantástico: “La risa no puede medirse”. La profundidad de nuestro corazón no puede medirse. Se pueden buscar explicaciones psicológicas a cosas, explicaciones materialistas, explicaciones que nacen de intereses, de estímulos y respuestas, como funcionan los animales… ¡y siempre queda un misterio! Nada de eso explica el “Aleluya”, de Haendel, o el último tiempo de la “Novena Sinfonía”, de Beethoven, o el canto más humilde de una nana de una madre a su bebé.

Mis queridos hermanos, ¡alegraos, alegraos! Yo oí decir una vez hace muchos años que la primera consecuencia de haber encontrado a Jesucristo es un gusto infatigable por la vida; es un afecto infatigable a la realidad y a la vida. Y me parece precioso. Precioso y verdadero. No puedo tomarme en serio la noche de Navidad sin que en mi corazón brote…, “aunque haya tenido en cuenta todos los hechos”. Y “todos los hechos” sólo Dios sabe lo terribles que pueden ser. Tenemos todos conciencia. Lo hemos visto, los vemos… lo vemos día a día. Teniendo en cuenta todos los hechos. ¿Hay alguna posibilidad de estar alegres que no sea una locura? “Sacar aguas con gozo de las fuentes de la Salvación”. Las fuentes de la Salvación eres Tú, Señor. No hay otra. Tú, tu Amor. Tu Amor que me ama; Tu Amor que me desea, que quiere estar conmigo, que quiere ser uno conmigo, que quiere darme su vida, para que pueda vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

“Yo he venido para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”. Y yo busco la alegría en todas partes, en el turrón, en los amigos, en un rato de distracción, en una película, en tantas y tantas cosas, que son todas bellas si mi horizonte, es el horizonte de la eternidad de Dios. Y están todas envenenadas cuando son sólo un modo de escapar, de tratar de escapar, al poder de la muerte y nada más que eso como si no tuviéramos fe.

¡Señor, danos abrirte el corazón! Haz que bebamos del agua que bebió la samaritana; que salta hasta la vida eterna. Danos el gozo que brota sin cesar de tu fuente. No el día de Navidad. Todos los días, todos los días de la vida. También el día de nuestra muerte. Que así sea.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

16 de diciembre de 2018
S.I Catedral, II Domingo de Adviento

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