Fecha de publicación: 13 de octubre de 2020

La Palabra del Señor nos pone ante los ojos el contraste entre la vida moral, tal como la percibe Dios y tal como la juzga y la considera el Hijo de Dios, y las consideraciones mundanas que con frecuencia deforman, y a veces de manera monstruosa, nuestra vida moral. Yo diría que una manera muy sencilla de decir eso es que la moral del mundo en general juzga lo exterior, juzga las apariencias. Y es tan fácil que nosotros mismos nos dejemos llevar a esa especie de apreciación de las apariencias sin comprender la complejidad inmensa del corazón humano y lo que hay en el corazón humano.

No hay, quizás, frase más elemental y más sabia en los Evangelios, para nuestras relaciones humanas, que aquella de “no juzguéis y no seréis juzgados”, porque a veces podemos juzgar lo que vemos por fuera, y lo que vemos por fuera nos puede parecer muy negativo, muy malo, y haber en ello, sin embargo, un corazón que es bueno, pero que no llega a más. O sencillamente, una realidad, una historia en la que ya se acaban las fuerzas y uno no resiste más y todo eso nosotros no lo vemos, no conocemos el temperamento, la historia, las circunstancias de cada persona. Y siempre, en mi experiencia, como ser humano y como pastor, es que siempre que juzgamos nos equivocamos.

A veces, es muy difícil no juzgar cuando son personas que uno tiene muy cerca. Es muy difícil no emitir juicios y siempre, siempre, nos equivocamos, porque nunca somos lo que parecemos ser. Y gracias a Dios que será nuestro juez; un juez lleno de misericordia y cuya justicia se identifica con Su misericordia y Su amor sin límites. Y por eso sólo, en Él y sólo de Él, podemos esperar la salvación. El “cumplo y miento” no era un problema de los fariseos. Es un problema del ser humano de todos los tiempos. El guardar las apariencias para ser bien valorado, para ser bien apreciado por algunas personas, por algunas jedes en el trabajo por ejemplo, o en otras circunstancias familiares, o por las personas que pensamos que nos pueden dar algo en lo que nosotros tenemos interés.

Señor, cura nuestro corazón y permítenos que nuestro corazón esté orientado a Ti. Porque, como Tú decías también, “el árbol bueno no puede dar frutos malos” (a lo mejor, los da en algún momento; a lo mejor, los da muchas veces, pero, a la larga, da frutos buenos). Mientras que, al revés, el árbol malo no puede dar frutos buenos. Lo que importa es el árbol no el exterior.

Nosotros tenemos un peligro que eso no lo tenían tanto los fariseos y es que para nosotros es muy importante el cómo hacemos las cosas. Por ejemplo, a la hora de regañar, educar a los chicos, “tienen que hacer esto, tienen que aprender a esforzarse, tienen que aprender a ciertas maneras de comportarse”; buscamos mucho las maneras, los modales. Pero buscamos poco los fines, que son las razones profundas por las que las hacemos. Una moral que sólo se basa en las maneras es una moral condenada a muerte. Yo creo que llevamos tantas décadas en nosotros, en nuestra sociedad española, supuestamente católica, preocupados por las maneras de hacer las cosas, y hablando tan poco, y pensando tan poco en los fines para los que sirven las cosas, incluso para lo que sirve la educación, que, en definitiva, es preguntarse para el fin para el que sirve la vida, es decir, ¿para qué estoy en este mundo?, ¿para qué existo?, ¿para qué he sido creado?, que es la pregunta religiosa y la pregunta por la fuente de una verdadera moral. Pero llevamos tanto tiempo donde sólo nos preocupan las maneras y damos por supuesto que todo el mundo coincide en los fines que no es extraño que nuestro edifico moral se venga abajo y lo que vemos muchas veces al lado nuestro son ruinas morales. El “hospital de campaña” llena de heridos de la que nos habla el Papa Francisco.

Señor, mira nuestros corazones. San Pablo decía lo mismo en realidad en la Lectura que hemos hecho. No es circuncisión o incircuncisión lo que vale, sino una fe que se pone por obra en el amor. Eso es lo único. Una fe que la necesitamos. Necesitamos conocer a Dios y saber que Dios es Amor para poder nosotros amar. Y cuando Le conocemos, surge en nosotros el deseo de amar, porque estamos hechos para el amor.

Que el Señor cambie por tanto nuestro corazón; que no seamos como los fariseos. Que seamos hijos humildes y sencillos de Dios, sintiendo a los demás mejores que nosotros, como San pablo también decía en alguna ocasión: “Considerad a los demás mejores que vosotros siempre”, porque, aunque alguien que tengamos cerca haya hecho el más horrible de los pecados, todos nosotros seríamos capaces de hacerlo si no fuera por la Gracia del Señor que nos previene y nos lo evita.

Señor, ten piedad. Ten piedad de todos. Sana nuestros corazones y permítenos vivir con alegría en Tu Presencia.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

13 de octubre de 2020
S.I Catedral de Granada

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