Fecha de publicación: 1 de noviembre de 2021

La festividad de Todos los Santos tiene su origen en el siglo IV, durante la persecución de los cristianos por parte del emperador Diocleciano ya que, al causarse muchas muertes, se hacía imposible celebrar una rememoración en nombre de cada una de ellos, por lo que se decidió establecer un día, aunque no fue hasta el 13 de mayo del año 610 en que el entonces Papa Bonifacio IV instauró esa fecha para homenajear a los mártires católicos.

Posteriormente, ya en el siglo VII el Papa Gregorio IV trasladó la fiesta al 1 de noviembre, muy probablemente para contrarrestar la celebración pagana del “Samhain” o Año Nuevo Celta, actualmente conocido como Halloween o Noche de Brujas, que se celebra la noche del 31 de octubre.

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la iglesia de Filomelio en la que informaba la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año 156.

Esa carta hace referencia no solo a Policarpo sino a todos los mártires en general y de su contenido se deduce que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que honraban su memoria el día del martirio con una celebración de la eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires.

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo y la de San Sebastián, todas ubicadas en Roma.
Si bien hasta el siglo X el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y de su culto público, luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo el debido proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.