Fecha de publicación: 18 de diciembre de 2020

El Génesis no la declara como la primera pecadora, sino como “madre de todos los mortales”. Dios ensalza a Eva al igual que ensalza a la Virgen María, aunque de otra manera, por supuesto. Tiene una entidad propia. No es “Adama”, que sería el masculino de Adán (que significa “hijo de la tierra labrada”), sino que fue honrada con un nombre propio.

Eva es la madre del género humano, el punto de partida de la mujer de hoy. Es la compañera del hombre, su semejante, su ayuda; “hueso de mis huesos y carne de mis carnes” (Génesis, 2 23), como exclama asombrado Adán, al reconocerla.

Eva es la primera de las santas mujeres de la Antigua Alianza en preparar la misión de María. A pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (Gn 3, 15). Con ella, Dios seguirá escogiendo lo impotente y lo débil para mantener su descendencia, empezando por Sara, que concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (Gn 18), y luego con Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres.

Más allá del relato del Génesis, con toda su riqueza, quedan también visiones como las de Santa Catalina Emmerick, que afirma haber visto hacer penitencia a Adán y Eva en el mismo monte de los Olivos donde Jesús sudaría sangre. Sea como fuere, en este 19 de diciembre, podemos todos recordar agradecidos a nuestra primera madre para poder tener una mirada clara sobre nuestra condición humana.