Fue una mártir de África que sufrió durante la persecución de Diocleciano; nació en Tagara, en la Provincia del África Proconsular, y murió por decapitación en Teveste, en Numidia, el 5 de diciembre del 304. Crispina pertenecía a una distinguida familia y era una matrona rica, y madre de varios niños. En tiempos de la persecución fue llevada ante el procónsul Anulino; cuando éste le dio orden de sacrificar a los dioses, declaró que ella honraba a un solo Dios. Su cabeza fue rapada por orden del juez, para que quedara expuesta a la burla pública, pero ella permaneció firme en la fe y no la movían ni siquiera las lágrimas de sus hijos. Al ser condenada a muerte, agradeció a Dios y ofreció alegremente su cabeza para la ejecución.

Las Actas de su martirio, escritas no mucho después del hecho, resultan un valioso documento histórico de la época de la persecución. En época de san Agustín se conmemoraba el día de la muerte de santa Crispina, y el santo Doctor menciona en varias ocasiones su nombre, tan conocido en África y digno de ser celebrado con la misma veneración que los nombres de Santa Inés y Santa Tecla.