En sus evangelios se autodenomina como “el discípulo a quien Jesús amaba”. ¡Qué bonita conciencia la del apóstol Juan y que real para autonombrarse! Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan a la orilla del lago de Galilea cuando Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos.

Tan enigmáticas sonaron aquellas palabras que dijo Jesús a Pedro sobre él, “si quiero que éste se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?” (Jn 21,22); que algunos pensaban que no se moriría nunca.

Morir murió, y forma parde la Iglesia celestial, pero lo cierto es que, como dijo de él la mística Adrienne Von Speyr, fue el elegido para quedarse hasta el final. Ese final al que se refiere son las revelaciones del Apocalipsis, con las que concluye el corazón de la Revelación de Dios, y que le fueron revelados a este apóstol.

“Desde luego, una cosa es segura: san Juan no hace un tratado abstracto, filosófico, o incluso teológico, sobre lo que es el amor”. Dice Benedicto XVI. “Él no es un teórico. En efecto, el verdadero amor, por su naturaleza, nunca es puramente especulativo, sino que hace referencia directa, concreta y verificable, a personas reales. No quiere atribuir una cualidad divina a un amor genérico y quizá impersonal; no sube desde el amor hasta Dios, sino que va directamente a Dios, para definir su naturaleza con la dimensión infinita del amor”