Si hay un santo inútil, ese es San José de Cupertino. Así lo narran todas sus biografías. Nacido en una familia pobre y huérfano de padre a los pocos años, Cupertino ya era caracterizado desde pequeño por ser un niño tan distraído que hasta se olvidaba de comer. ¿Cómo sería ese joven para que en la aldea ya le llamasen el “boquiabierta”?

los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero lo echaron. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego. Tardó tan solo ocho meses en ser expulsado. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor, se le olvidaban los oficios que le habían puesto. El joven Cupertino siempre parecía que estaba pensando en otras cosas.

Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, pero él declaró que este joven “no era bueno para nada”, y lo echó a la calle. La madre no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante “inútil”, y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los padres franciscanos.

Con 20 volvió a entrar como novicio en otro convento capuchino. Tarda más de un mes en aprender a llenar las jarras de agua del refectorio, no distinguía el pan blanco del negro, volcaba el agua y la sopa. Lo vuelven a echar. Finalmente es admitido en el convento franciscano en el que tiene a dos tíos suyos, y lo admiten como celador de la mula del convento.

Fue milagrosamente ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1628. Trató de suplir sus deficiencias a la hora de enseñar entregándose a grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días.

Esa distracción que le mostraba como inútil a los ojos del mundo era verdaderamente un don en Cupertino. Fue este ser profundamente contemplativo lo que le llevó a vivir varios éxtasis amorosos cuando estaba en oración, que le llevaron a levitar milagrosamente en repetidas ocasiones. Sus levitaciones le valieron persecuciones y severos exámenes por parte del Santo Oficio.

Benedicto XIV lo beatificó en 1753, mientras que Clemente XIII lo proclamó santo el 16 de julio de 1767. Sus reliquias se encuentran en una urna de bronce dorado en la cripta de una iglesia de la localidad italiana de Osimo.