Fecha de publicación: 17 de octubre de 2020

San Ignacio es uno de esos discípulos directos de San Pedro y San Juan. De origen sirio, fue uno de los discípulos de la comunidad generada por San Pedro. Su proclamación como obispo se produjo hacia el año 69.

Su conversión al Dios que es amor le volvió un pastor celoso, alentador importante de esas primeras comunidades cristianas. Cabe mencionar que Antioquía era por entonces la tercera ciudad más notable del mundo antiguo, por detrás de Roma y Alejandría. Fue cuando el emperador Trajano empezó a perseguir a los cristianos que su vida se encaminó hacia el martirio.

Su martirio fue tan sencillo como radical: se negó a adorar a los ídolos a los que obligaba el Imperio romano. Fue trasladado en cadenas a Roma. En ese viaje en el que fue severamente torturado, escribió siete cartas por las cuales conocemos de él. Cuatro para las comunidades de Asia Menor, otras para las de Roma, Filadelfia y Esmirna. La séptima está dirigida personalmente a San Policarpo, obispo de la propia Esmirna. Es en estas cartas donde se comprueba su espíritu ardiente y en donde, por primera vez, se identificó a la Iglesia con el adjetivo de “católico”.

La ejecución de la sentencia se realizó en el 107 en el Coliseo, durante las celebraciones por las victorias del emperador Trajano en Dacia. Su amor le hizo sobreponerse al miedo. “Trigo soy de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo”, dijo antes de su martirio.