Fecha de publicación: 20 de enero de 2021

mártiresPodemos imaginarnos que no fue fácil profesar la fe en las ciudades romanas de los primeros siglos. La gran Tarraco (Tarragona) de aquellos siglos, era sin duda una ciudad fuerte del Imperio, muy entregada a los dioses paganos del Imperio.

La semilla cristiana, aunque pequeña, ya daba enormes frutos en la caridad que ejercían alguno de sus pastores, como Fructuoso, que ejercía de obispo en aquella gran urbe latina. La fama de su caridad traspasó fronteras. “Era dulce y bueno, ninguno de sus predecesores, ni siquiera los que habían profesado pública o clandestinamente la fe, tuvo para los hermanos una acogida tan afectuosa y familiar”, dijo de él patriarca de Alejandría de entonces. Su casa era un lugar de acogida y de fe, formando una verdadera comunidad cristiana viva.

Un grupo de fanáticos señalo a la comunidad de Fructuoso y su “Iglesia” como los causantes de los males económicos del Imperio. Se sumó que, en el 257, surgió un edicto que obligaba a los jefes de las iglesias a ofrecerles sacrificios. Fue arrestado y llevado a la cárcel con Eulogio y Augurio, dos de sus diáconos. Al igual que San Pablo, Fructuoso seguía predicando y dando testimonio desde la cárcel, llevando incluso a un convertido a pedir el Bautismo.

Fueron llevados finalmente ante el gobernador Emiliano, que los llevó a ser quemados vivos por negarse a rendir culto a los dioses del Imperio. En el tribunal, San Fructuoso había podido decir con amor: “Yo adoro a un solo Dios, que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos”.

La serenidad de la que dieron cuenta los tres fue admirable, sobrecogedor. Rehusaron vino que le ofrecía el pueblo para asumir el dolor que venía. El obispo rehusó por no romper el ayuno, que guardaban los cristianos de los primeros siglos los miércoles, día en que fueron martirizados. Antes de entrar voluntariamente en la hoguera, Fructuoso quiso descalzarse él mismo, viéndose como un Moisés a punto de entrar en la intimidad con Dios. Antes de pisar las llamas, dijo: “Es preciso que tenga en mi pensamiento a la Iglesia Católica, derramada de Oriente hasta Occidente”, según confirma el relato de uno de los testigos allí presentes.