Fecha de publicación: 23 de octubre de 2020

Claret nace el 23 de diciembre de 1807 en Sallent, localidad de la provincia de Barcelona. Vivio una infancia con grandes muestras de afecto al Señor. De joven empezó a trabajar en una fábrica de tejidos, inculcado por su padre. A pesar de la fama y fortuna que ganó, no tenía apego al mundo y vio clara su llamada al seminario.

Entró a empezar su formación como seminarista en un momento complicado, marcado por las supresiones de órdenes religiosas y las expropiaciones de bienes a la Iglesia. Al ordenarse se revela como un sacerdote misionero, dedicado con predilección al anuncio de la Palabra. Va a Roma en 1839 para ofrecerse como voluntario a Propaganda FIDE y empieza a vivir como misionero durante nueve años por pueblos de Cataluña y Canarias.

En 1849 es nombrado Arzobispo de Cuba. En el mismo año funda la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María, a la que da por consigna: “Salvar las almas de todo el mundo y por todos los medios posibles”. A pesar de que le encantaba Cuba, un atentado a su vida hizo que el Papa lo trasladase a España nuevamente, donde la Reina Isabel II le reclama y le nombra como Confesor. Además de por confesor real, desde la capital le conocen por su apostolado intenso, que lleva a cabo también desde la prensa.

Participó en el Concilio Vaticano I y ello le valió ser visto por algunos como una especie de intrigante político. De hecho, se le niega el ingreso en España a su regreso del Concilio y muere en el monasterio cisterciense de Fontfroide (Francia) el 24 de octubre de 1870. Fue reconocido como santo por la Iglesia durante el magisterio de Pío XII, un 7 de mayo de 1950.