Fecha de publicación: 15 de enero de 2021

Lo que sabemos de este santo patriarca de la vida cenobítica es a través de lo que dejó escrito San Atanasio. Nació en la aldea egipcia de Qeman hacia el año 251. Fue una de esas vidas excepcionales que decidió, al morir sus padres, vender todos sus bienes y consagrarse a la vida eremítica.

La palabra “Ermita” viene del griego ἐρημίτης que significa “del desierto”, y en estos desiertos de anacoreta, tuvo muchos episodios de tentaciones demoniacas. De hecho, se le suele representar así: vestido de sayal y acosado por demonios. Sus atributos más habituales son el bastón en forma de tau o cruz potenzada, pudiendo aparecer esta en ocasiones bordada en el hábito del santo; el libro, el rosario, la esquila, las llamas del fuego de san Antón y el cerdo.

Estos demonios que le ofrecían riquezas y placeres mientras él se abismaba en la oración y la penitencia. Como todo cenobita, al final su silencio llama a la comunidad, y San Antón fue el responsable del nacimiento de varias comunidades de monjes que se acercaron a él por su fama. Pasado un tiemo, se volvió a retirar al famoso monte Colzim, cerca del Mar Rojo.

Se le considera patrono de los animales porque, en el texto que redactó san Jerónimo sobre la vida de Pablo el ermitaño, se explica que el eremita Antonio tuvo un sueño sobre él, y fue a visitarlo en su edad madura, para dirigirlo en la vida monástica. Cuando murió Pablo, se cuenta que San Antonio fue a darle cristiana sepultura con la ayuda de dos leones y otros animales. Por eso es patrón tanto de animales como de sepultureros.

No fue ajeno a la situación histórica de la Iglesia, y fue de hecho a visitar Alejandría en el año 311 para predicar contra la herejía arriana. Murió en el año 356, cumpliendo más de un siglo de vida.