Fecha de publicación: 12 de abril de 2020

Queridísima Iglesia del Señor, unida de mil maneras misteriosamente en la comunión de los santos y presente aquí en unas poquitas personas que representan a todos;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y amigos todos (quien quiera que seáis):

Un día de Pascua, y en realidad toda la vida, una vez que uno ha creído en el hecho único de la Resurrección de Cristo, todos los hermanos, todos los hombres estamos llamados a ser hermanos. Todos los hombres estamos llamados a ser amigos. Este es el día en que actuó el Señor. Ciertamente, el día de la Resurrección de Cristo es un día único en la historia. Nadie ha vencido a la muerte y nadie en su sano juicio podría afirmar de una persona que ha vencido a la muerte, a no ser que fuese una fantasía o un sueño, una imaginación fabulosa que cualquier persona con sentido común sentiría como fabulosa, y sin embargo pasa con la Resurrección algo parecido a lo que pasa con la Creación. Pensar que Dios es el creador de todas las cosas, no como a veces lo pensamos, como un ingeniero que pone en marcha una maquinita y luego esa maquinita funciona por sí misma según los poderes y las capacidades que le haya puesto el ingeniero allí dentro, sino como alguien que comparte su propio Ser y que está dentro de la Creación, puede ser muy difícil de imaginar y de creer. Yo entiendo muy bien a las personas que tienen dificultades de fe con la existencia de un Dios Creador. Normalmente también entiendo que cuando uno se imagina a Dios fuera de la Creación, fuera de Su Creación, y del drama de Su Creación, yo tampoco creería en ese Dios, seguramente. Y, por lo tanto, entiendo muy bien, y me siento muy cercano a quienes en ese sentido se dicen ateos. También a los primeros cristianos los llamaron ateos en el mundo donde el cristianismo nació en los primeros siglos y se extendió.

Y, sin embargo, es mucho más difícil no creer en la Creación, por muy difícil que sea creer. Es mucho más irracional pensar que este mundo tan bello, tan ordenado, con tanta riqueza, riqueza de colores, con tantas armonías, con tanto bien y con tanta belleza en sí mismo, haya podido ser creado por la casualidad. Es algo así como imaginarse que uno pone a un elefante en una máquina de escribir y que de ahí saldría el Quijote. Eso es un misterio para mí, mucho más grande que todos los supuestos misterios que predicamos los religiosos.
Hablo de la Creación, porque la Resurrección de Cristo tiene que ver con la Creación. Y son inseparables. “Este es el día en que actuó el Señor”. Y la Resurrección de Cristo ilumina el sentido último de la Creación, de las piedras, de las montañas, de la belleza de los pájaros y de sus cantos, del cielo y sus nubes, de las galaxias, y sobre todo de ese misterio insondable y bellísimo que es el corazón humano y el cuerpo humano, y el rostro humano, que es, a diferencia de las criaturas, no sólo obra Tuya, sino imagen y semejanza Tuya. Todo eso hace sentido desde la Resurrección de Jesucristo. Fijaros, la única objeción verdaderamente, y os lo puedo decir porque he dedicado también años de mi vida a pensar poniéndome en la perspectiva de quien no cree, y buscando como “abogado del diablo”, dificultades posibles para poder rechazar la Resurrección, cuáles se podían poner. No hay ninguna más que el prejuicio de que algo así no ha podido suceder jamás. Pero tampoco tú, tampoco yo, tendríamos que haber sucedido. No hay ninguna necesidad. Es decir, la Creación y la historia, Dios es capaz de hacer algo nuevo y efectivamente, todos sabemos, a Dios nadie le ha visto jamás. Pues, claro. Y nadie ha vuelto de la tierra de los muertos, sólo Jesucristo.

¿Y cómo sabemos que has vuelto Señor?, ¿cómo sabemos que estás vivo? Estás vivo porque actúas, porque no dejas de actuar. Porque a quien Te acoge en su vida con un corazón humilde su vida cambia, su vida se convierte en una mañana de Pascua luminosa, con mil pecados, con mil torpezas, con mil limitaciones sin dejar de ser unas pobres criaturas. Pero una luz nueva ilumina toda la Creación. “Este es el día en que actuó el Señor”. Este es el comienzo de una Creación nueva. Éste es el comienzo de un poder gozar del sol que ilumina la mañana y los árboles de la belleza de un atardecer rojizo, de esa especie de descanso que clama la creación cuando el día va hacia su final.

Que todo eso no sea un absurdo. Que toda esa belleza pueda tener un significado. Sólo tiene sentido si creemos que Tú eres Dios; si creemos que Dios es Dios. Y también ahí me siento cerca de los que no son creyentes. Qué Dios haría una Creación para que terminase en la muerte. Qué Dios, ¿sería verdaderamente Dios quien dejase que el sufrimiento humano fuese la última palabra? No. Sería un Dios en quien no merecía la pena creer. Yo no creería en ese Dios. Pero tampoco puedo imaginarme. La Resurrección no es algo que uno pueda fabricar de antemano. No se puede, no se podía en el tiempo de Jesús. Todos esperaban al final de los tiempos la resurrección de todos, pero que un hombre hubiese vencido a la muerte, que Jesús estuviese vivo, eso era un escándalo para los judíos, una locura para los gentiles, un mensaje imposible.

Y, sin embargo, ¿por qué sabemos que estás?, ¿por qué sabemos que actúas? Porque te vemos actuar. Porque sabemos que cuando uno acoge ese Anuncio, imposible, sin duda, para los cálculos humanos, pero no imposible para Dios, si Dios es Dios, todo adquiere una nueva dimensión. Todo, el orden de las cosas tiene sentido, nuestras vidas tienen sentido, nuestras muertes tienen sentido. Dejadme que lo diga y me gustaría gritarlo, y gritarlo hasta los confines del mundo en un momento como éste, en la pandemia que estamos viviendo: nuestras muertes tienen sentido, porque no son la última palabra ni sobre nuestros seres queridos, ni sobre nosotros. Dios no deja incompleta Su Creación. Dios no nos abandona. Dios nos ha recuperado de nuestro mal y del poder de la muerte en Jesucristo, y en tu Resurrección hemos resucitado todos. Resucitó de verás mi amor y mi esperanza.

El encuentro con Jesucristo, la acogida de Jesucristo en nuestras vidas, sencillamente hace que el amor no sea una estupidez. Hace que el amor, no sólo es lo más bello y lo que nos consuela de las fatigas de la vida, o ahora a lo mejor lo estamos descubriendo precisamente porque estamos juntos en espacios de pocos metros, y descubrimos nuestras limitaciones, pero también descubrimos la belleza única y el tesoro único que cada persona es. Ese amor tiene sentido gracias a que Tú has resucitado. Gracias a que la muerte no es lo último. Gracias a que en Tu Resurrección sabemos que se abre en nosotros el horizonte del amor como el secreto último de la vida.

Mis queridos hermanos, cristianos, no cristianos, la vida no es para acumular. La vida no es para poseer. La vida no es para luchar con los demás y conseguir más poder, o más prestigio. La vida es para quererse. La vida es para amar. Y nos la da el Señor y nos da el camino que nos da en la vida para que aprendamos a querernos y a amarnos. Y podemos querernos y amarnos sabiendo que eso no es una estupidez ni una tontería porque esperamos justamente y con una esperanza sólida, que ninguna de las dificultades de la historia va a arrancar del corazón de la Iglesia.

Sabemos que nuestra esperanza es sólida porque esperamos que nuestras vidas. Toda esa belleza, que hemos conocido mientras vivimos, que hemos intuido a veces apenas, o que hemos visto en otras personas, en las personas, hombres y mujeres de Dios de verdad, un día se desplegará delante de nuestros ojos y cantaremos Tu alabanza con un canto que no canse, con una alegría que no fatigue, que no deje resaca, con un gozo que no tenga que olvidarse de que existe la muerte, de que ha existido el dolor, pero todo eso queda detrás de nosotros porque hay una nueva creación. Qué bella es la secuencia que se canta en el día de Pascua, que hemos cantado justo antes del Evangelio: “Resucitó de verás, mi Amor y mi Esperanza”. Lo que ha sembrado en nuestra humanidad, Señor, es eso: que la vida es para amar y que esa es la única tarea importante en la vida, y que la vida puede ser vivida con una esperanza que no defrauda, justamente porque sabemos que la vida desemboca en Tu eternidad, que desemboca en el Amor infinito que Tú eres y que Tú Hijo nos ha descubierto.

Apiádate, Señor, de la miseria humana y da a Tu pueblo; Tu pueblo que Te reconoce como guía y como pastor, pero también es Tu pueblo quien no Te reconoce. También es Tu pueblo quien ha sido escandalizado por nuestras faltas y por nuestras miserias; también es Tu pueblo, son hijos tuyos, los has creado Tú, les has dado la vida, da a Tu pueblo parte en Tu victoria santa y que un día podamos alegrarTe con un gozo que no es como este gozo, ni quiera como el de hoy que es como un comienzo cierto y gozoso de Tu Triunfo y de nuestro triunfo sobre la muerte, pero aquel día no tendremos que hacer razonamientos de ningún tipo. Aquel día sólo disfrutar de lo que significa participar sin oscuridades, sin sombras, sin límites, sin prejuicios del amor infinito que nos es regalado. Que así sea para todos. Que así sea para toda la humanidad.

Me dejáis añadir una cosa. Cuando yo decía que no se han presentado nunca objeciones serias, sólo el prejuicio de que algo así no puede pasar, pero objeciones serias al hecho de la Resurrección. Hay algo que me gustaría subrayar y que no se subraya casi nunca. La unidad que tiene la Escritura, el Antiguo y el Nuevo Testamento. La unidad que hay en el anuncio de los evangelistas. La unidad que hay en la figura de Jesús. Y fijaros que cada evangelista tiene un temperamento, un estilo, dice las cosas de una manera, claro se contradicen en pequeñas cosas, pero tiene una perspectiva como es propio de seres humanos. Y lo mismo, el Antiguo Testamento fijaros, leyendas ancestrales de muchos siglos, testimonios de los archivos de los reyes, historias contadas, proverbios y sabiduría acumulada por el Pueblo de Israel a lo largo de veinte siglos. Y con todas esas diferencias uno ve una unidad, que sólo se puede explicar, igual que la unidad de la Creación, no porque ha habido un elefante que se ha puesto a escribir en una máquina de escribir, sino porque hay un amor que es un designio amoroso, misterioso, de fidelidad y de perdón a lo largo de esos veinte siglos con un pueblo de dura cerviz y lo sigue haciendo hoy con esa misma dura cerviz. Pero alimentarse de la Escritura es alimentarse de ese amor, gozar de la unidad de la Escritura.

El autor de la Carta a los Hebreos tiene un estilo, San Juan tiene otro, San Mateo tiene otro (su Evangelio provenía del mundo más cercano al mundo rabínico), cada cual tiene el suyo. Los Hechos de los Apóstoles tienen otro. Y, sin embargo, en todos no hay más que un anuncio: Dios es Amor y en Él todo el que participa en el Amor es hijo de Dios y participa en Él. Y Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna. Gozad de esa luz, gozad de esa luz. No os privéis de alimentaros de la Escritura y de esa belleza calidoscópica del Amor de Dios que tiene nuestras Santas Escrituras, que son la palabra humana a través de la cual Dios nos ha hablado, hasta el lenguaje más definitivo y total que es Su muerte en la cruz y lo que celebramos esta mañana: Su gloriosa Resurrección. Tu cruz adoramos, Señor, y Tu santa Resurrección glorificamos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

12 de abril de 2020
S.I Catedral de Granada

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