Fecha de publicación: 10 de octubre de 2019

Una de las paradojas más grandes de la vida moral cristiana, que puede dejarle a uno perplejo si se pone uno a pensar un poquito, es la naturaleza de los dos mandamientos en los que el Señor resume todo lo que espera de nosotros: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” y “Amarás al prójimo como a ti mismo”.

Lo primero que llama la atención es que eso sean mandamientos, que eso pueda ser como una orden del Señor. Y como todos los mandamientos, el Señor los da para ayuda nuestra. Para que podamos vivir de acuerdo con la vocación que hemos recibido al hecho de ser personas, seres humanos. Y es que como seres humanos estamos hechos para el amor y estamos hechos para Dios. Pero ahí es cuando empiezan a surgir las perplejidades porque es verdad que estamos hechos (…) pero, ¿cómo vamos nosotros a alcanzar a Dios?, ¿cómo vamos nosotros, si no sabemos amar, a dar respuesta a un amor que precede al nuestro siempre?

En la época del nazismo se hicieron algunos experimentos con niños (…). Uno era que a un niño recién nacido no le sonreía nadie. Al que no se le sonreía no aprendía a sonreír (…). Probablemente, el primer acto verdaderamente humano que hace un niño antes de hablar (…); reír, sonreír es siempre un acto que sólo pueden hacer las personas humanas. De la misma manera que llorar.

(…) Nosotros aprendemos a amar en la medida en que tenemos experiencia de un amor que precede a nuestro amor. En la medida en que alguien nos dice “te quiero” surge en nosotros la posibilidad, siempre libre, de poder decir “yo también te quiero”. Pero, entonces, uno se pregunta: “Dios mío, si eso es así, ¿cómo nos mandas Tú, como es un mandamiento que Te amemos? E inmediatamente surge otra: ¿cómo puede ser el amor una obligación? (…) De hecho, para que un matrimonio sea válido, sea verdadero, sólo dos hechos muy simples: que los novios sepan lo que están haciendo, lo cual no es evidente ni mucho menos en la cultura dado el ambiente que respiramos que los chicos sepan lo que es un matrimonio o que lo identifiquen con sentimientos que vienen y se van (…) y que valen mientras duren los sentimientos. (…)

Probablemente, el Señor nos ha hecho libres justamente para que podamos amar, porque el amor tiene que ser libre, si no, no es amor. Si a mi alguien me quiere por alguna otra cosa que no sea el quererme, ese amor no vale nada. Si me quiere por el dinero que tengo, o por la belleza, o por los apuntes de clase tan estupendos que soy capaz de hacer y que quien no ha ido a clase le pueden interesar mucho, no hay ahí amor nunca. Quien me quiere para adueñarse de mi, para poseerme, no ama. El amor no puede tener más que otro motivo que el amor, y por eso exige la libertad. Y la libertad nos es dada en cuanto libre albedrío; nos es dado con la Creación, justamente porque nos constituye como seres humanos hechos para el amor.

Os decía una paradoja profunda del ser humano. Estamos hechos para el amor. Pero el amor siempre tiene que nacer de una provocación. Incluso, la posibilidad de amar a Dios sobre todas las cosas tiene que nacer de una gracia, de un poder reconocer que la creación, que el hecho de existir, el hecho de estar vivo es una Gracia, y una Gracia sin límites. Una Gracia inmerecida, para la que no he hecho ningún mérito; que la Gracia me precede siempre. Me precede siempre por el hecho de poder abrir los ojos.

Me diréis “pero hay personas ciegas”. Pues, por el hecho de tocar o de ser tocado; por el hecho de vivir, de que lata mi corazón, de ser capaz de amar. Y por el hecho de ser capaz de amar soy creado de imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, esa Gracia está siempre. Es curioso que quienes más nos revelamos contra el hecho de que en la vida uno siempre puede dar gracias a Dios somos las personas que vivimos en países ricos. En los países pobres, las personas que no tienen nada (yo he podido tener la experiencia este verano de unas aldeas donde no había agua corriente y no había electricidad, y he visto lo que es una gratitud radical por la vida en personas que no tienen realmente casi ni lo indispensable para vivir)… Y jamás un gesto de queja, un gesto de lamento, un gesto de resentimiento contra la vida. Se nace en nosotros que tenemos de todo, aunque seamos pobres. Hay miseria al lado nuestro, pero es verdad que es la riqueza que nos rodea lo que genera la miseria (…).

(…) Dios mío, Tú nos has creado para el amor, para amarTe a Tim y por eso nos das la vida, nos das a nosotros mismos, y por eso nos das los amigos, las personas que nos rodean, la familia, el mundo, que lo creas para nosotros. Y nos has creado para amar también a los demás (…) Y ahí también surgen toda otra serie de objeciones. (…) Y dices… ¿cómo voy a amar? Y sin embargo, no hay felicidad. Es la paradoja de la que habla el Señor cuando dice: “El que quiera guardar su vida y protegerla, se pierde: y en cambio, el que la derroche, la dé, la encuentra”. Sólo nos encontramos a nosotros mismos en el amor. Somos felices y experimentamos la felicidad en el amor.

Dios Santo, el Santo Padre ha convocado para este mes de octubre un mes extraordinario de la misión. Él habla constantemente de tener una “Iglesia en salida”, pero la salida que el Señor espera de nosotros (…) crecer en la capacidad de amar. Eso significa, en muchos casos, crecer en la capacidad de perdonar. Y no por hacer gestos de caridad en momento sueltos (…). Se trata de vivir con un corazón nuevo, que entre en la corriente de Dios que sale de sí mismo (…), para redimir, para salvar, para comunicarlos la experiencia.

Un mes misionero no sólo significa que demos una limosna para las misiones, pues claro, puede significarlo. Si podemos, si tenemos la posibilidad de darlo… El amor siempre implica salir de sí. (…)

¿Cuál es el método de la misión?, ¿convencer a otros para que se hagan cristianos? No. Querer, queriendo al hombre en cuanto a hombre, queriendo a la persona humana en cuanto persona humana. Viviendo en todas nuestras relaciones con una mirada de afecto, con un deseo. Uno no va a ser amigo de todo el mundo (no puede serlo), pero uno puede mirar a todo el mundo con una mirada de afecto (…).

No se dedicaba a la misión porque eran misioneros, pero vivían de una manera que eran la envidia de quienes les veían. Eran el deseo “yo quiero vivir con esa alegría, con esa libertad, yo quiero vivir como esta gente”. Y eso es una gracia. El amor nace siempre de una Gracia, os decía. Y el mandamiento del amor nos lo pone el Señor para que nos acordemos de que ésa es la plenitud de nuestra vida pero tenemos que suplicarlo siempre como gracia. “Señor, auméntanos la fe”, proclamaba el Evangelio de hoy. (…) Que la fe no sea un añadido, un pegote, una especie de adorno en nuestra vida. Que sea sencillamente lo que configura desde nuestras entrañas y nuestro corazón, porque ¿en qué es en lo que creemos? Pues, en que Dios amó tanto al mundo que le entregó a Su propio Hijo, y no para condenarlo sino para salvarlo. Esa es nuestra fe.

Y nosotros podemos vivir en esa corriente en la que el Hijo de Dios nos ha introducido. Por eso, somos cristianos. Y podamos amar con algo, por pequeño que sea, aunque sea un reflejo del amor con que Dios nos ama. Eso cambia la vida. La vida nuestra, y la vida de dos metros alrededor de mí. Pues, esos dos metros son tierra liberada, son un trozo del paraíso, son un comienzo y un esbozo de vida eterna. (…)

Y cuando vivamos así, si es de verdad, nos damos cuenta. No es que soy un súper hombre o súper woman, ni soy un súper héroe de ninguna clase. Soy un pobre siervo que he hecho lo que tenía que hacer y que Tú me das la posibilidad de ser feliz siguiendo Tu enseñanza, siguiendo Tus mandatos y fiándome de Ti; de que en ese camino justamente yo me encuentro a mi mismo y encuentro a los demás como hermanos míos y Te encuentro a Ti, porque siempre haces posible lo que para mi no sería posible. PedirLe eso al Señor: “Señor, auméntanos la fe”. Y seremos la Iglesia, los cristianos por los que Tú has derramado Tu Sangre, para que viviéramos así. Que Él lo haga posible, ya que no es posible para nosotros con nuestras fuerzas o con nuestra buena voluntad. Que así sea para todos vosotros.

 
+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 6 de octubre de 2019

S.I Catedral