Fecha de publicación: 9 de mayo de 2020

Muy queridos hermanos y hermanas;
muy queridos participantes en esta Eucaristía a través de la televisión:

Uno quisiera decir las cosas de Dios de una manera tan verdadera, tan apasionada, tan intensa, que uno se siente muchas veces muy inadecuado para decirlas. Yo le suplico al Señor que me ayude a haceros llegar algo del Misterio de Dios y de la belleza y de la gloria de ese Misterio.

Todos estos Evangelios son riquísimos. En las últimas frases de este último, del de hoy, quisiera yo comentar muy brevemente una cosa. Dice Jesús: “Lo que pidáis en mi nombre Yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, Yo lo haré”. Cuántas personas a lo largo de la vida hemos pedido cosas o pedimos cosas, que creemos pedir en el nombre de Jesús, y que el Señor no nos escucha. Pienso en padres que han tenido dificultades o problemas, y a veces muy graves, con sus hijos. Pienso en ese autor del que os he hablado estos días que, cuando él se convirtió, era todavía razonablemente joven, estaba casado y ni su mujer ni sus hijos quisieron nunca casarse por la Iglesia; y en aquellos tiempos que son finales del siglo XIX, no existía lo que hoy llamamos “rito de disparidad de cultos”, que con que uno de los dos cónyuges consienta que el otro viva su religión y acepte que sus hijos sean educados en la fe… y esta mujer nunca lo consintió.
Este hombre siempre vivió con un anhelo inmenso de comunicar, no sólo a su mujer y a sus hijos, pero sobre todo a su mujer y a sus hijos, la fe. Y la ha comunicado por muchas partes del mundo y ha sido considerado maestro, y ha ayudado a muchas personas, y a mí desde que tenía 16 o 17 años, me ha ayudado mucho. Y espero que os ayude a vosotros también.

Todos los años hacía una peregrinación andando desde París hasta Chartres, para pedir la conversión de su mujer y de sus hijos. Él trabajaba como periodista. Publicaba una revista de la que era el editor y luego publicaba también algunos libros, pero eran sobre todo unos cuadernos famosos, “Los Cuadernos de la Quincena”. Tenía la librería enfrente de la Sorbona. Había estudiado en la Escuela Normal de París, que tenía un enorme prestigio en esa época, y nunca fue escuchado, nunca pudo comulgar.

Yo sé que una de las durezas grandes de este periodo que estamos viviendo es el no poder comulgar. Péguy tiene algunas de las páginas más bellas que yo he leído en mi vida sobre la Eucaristía. Habla sobre todo del peregrino, hablando de su experiencia, pero no es su experiencia lo que cuenta. Dice: “No os paséis toda la vida mirando a vuestros pecados, que después de todo no son tan importantes. Y si uno se pasa toda la vida mirándolos a ellos, corréis el riesgo de volver a cometerlos y, además, les dais una importancia… Si adonde hay que mirar es a la Misericordia de Dios”. Y pone un ejemplo. Dice: “El peregrino, cuando va de camino, se ensucia por el camino, se le ensucian las botas. Se le llenan las botas de barro. Pero cuando llega al lugar de su peregrinación, porque es un peregrino limpio y honesto, y no quiere manchar la Iglesia, se limpia las botas cuidadosamente, se sacude las botas para que se les caiga el barro, pero cuando entra en la Iglesia, ya no tiene ojos para sus manchas de barro en los pies, ya sólo tiene ojos para el cuerpo de Cristo que le espera en el altar”. Y eso lo dice un hombre que, desde que hizo la Primera Comunión, que llaman en Francia la “Comunión Solemne”, a los 9 años o así, nunca pudo volver a comulgar y murió sin poder comulgar. Y no vio en su vida su oración escuchada. Pero el Señor le dio la gracia de no dudar jamás de Dios. “Aunque no haya más que una puntita en la rama del árbol, el botón que aflora en la llegada de la primavera, que es la esperanza, arrastra a la Creación entera”.

Yo pongo el ejemplo de Péguy muchas veces cuando los padres se desesperan, porque llevan años pidiendo por un hijo, por una hija, por una situación familiar del tipo que sea o pidiendo la salud… y el Señor no escucha. Sí, sí que escucha. El Señor escucha siempre. Yo digo a veces que hay una oración que el Señor a mí no me escucha. Yo le pido al Señor que me haga santo, por decirlo en pocas palabras. Y sé que no me escucha, y una y otra vez tengo que volver a pedir perdón. Sé que no lo soy y experimento mi pecado y mi fragilidad. Y alguna vez he llegado a pensar: “Señor, está bien que no me escuches, porque si es siendo un pecador como soy, tengo toda la vanidad que tengo; si Tú me escuchases y un día yo me imaginase que yo era santo, me haría inaguantable, verdaderamente inaguantable, y me olvidaría de Ti y eso ya sería lo peor, porque pensaría que casi como que ya no te necesito”. Porque para lo que Te buscamos es, en muchos casos, para que nos resuelvas los problemas, y en otros casos para que nos hagas buenos, o para que nos hagas lo buenos que nosotros quisiéramos ser, y si nos escuchases ya no tendríamos necesidad de pedirte eso. Y vuelvo a lo que decía yo ayer: “Me voy a prepararos un lugar porque quiero que, donde Yo esté, estéis también vosotros”. Como el Señor nos busca, nos desea, nos quiere, quiere tenernos cerca; y entonces, hay oraciones que no nos las escucha, porque sabe que es la manera de tenernos cerca, de que Le sigamos pidiendo.

Péguy murió sin ver la conversión de su mujer y de sus hijos. Dejó cinco rosas, la víspera de su muerte, en una imagen de la Virgen, en una Iglesia de Francia, por su mujer y por sus hijos. Cinco rosas rojas. Murió. Después, su mujer entró en la Iglesia, y sus hijos entraron en la Iglesia, pero no vio en esta vida su oración escuchada. Yo creo que tenemos que estar seguros. Confiar en el Señor. No tanto ni siquiera en la fuerza de nuestra oración, sino en que el Señor es fiel. A más de una madre le he tenido que decir yo en su vida “¿cuánto quieres tú a tu hijo?” (pienso en una madre que perdió a su hijo por una sobredosis de droga), “¿qué habrías hecho tú por que tu hijo no hubiera muerto así?”, y aquella vez (aunque creo que casi cualquier madre de manera muy parecido me han respondido otras madres en otras ocasiones) se me quedó grabado porque lo dijo sin dudar un segundo: “Que me hubiera muerto yo en vez de él”. Me tenía cogido así por el clerigman, y me decía “¿pero, me hijo estará en un buen sitio?”. No había salido de su casa desde que murió su hijo y habían pasado meses. Se había enterado de que iba el obispo y fue. Dije: “Yo te puedo prometer que tu hijo está en un buen sitio. Ese es tu amor de madre, ¿no?, tú habrías dado tu vida por tu hijo sin vacilar ni un segundo. Y tu corazón de madre, siendo una cosa preciosa en la Creación, no es más que un corazón de una criatura, infinitamente pequeño comparado con el amor de Dios, ¿tú crees que Jesucristo va a permitir…?”. Dice, “¿pero si mi hijo no quiere…?”. Cuántas veces el amor de madre ha conseguido cosas que el hijo no querían hacer o que nuestras madres no querían que hiciéramos, y nos ha convencido su amor, su cariño, su mano izquierda, que era la expresión corporal de su amor. Pero a veces es verdad que, en nuestras relaciones humanas, se nos acaban los recursos, pero a Dios no se le acaban los recursos, y no va a salvar a nadie contra su voluntad, pero Su amor es lo suficientemente grande como para, sin torcer nuestra voluntad, sin tener que tirar de nosotros, mostrando Su belleza de una forma que sea irresistible, que sea nuestra libertad la que diga: “Señor, yo no quiero perderme esto”. Por lo tanto, ¿hay que orar? Claro. ¿Hay que cansarse de orar? Que el Señor nos dé la fuerza y la energía de no cansarnos, pero no tanto como si tuviéramos que enterarle a Dios de nuestros problemas, sino porque es la forma en la que Dios nos tiene junto a Él y es la forma en que nuestro corazón se va educando a ser como el corazón de Dios. Y eso es pedir en el nombre de Jesús.

La liturgia lo dice siempre. Oración que terminamos: “Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor”. Puede ser una fórmula vacía cuando la decimos sin darnos cuenta. “Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor”. Pero pedírselo “por Jesucristo nuestro Señor”, respaldarnos en la oración por Jesucristo, una vez y otra vez, hace que nuestro corazón se eduque a sentir. Lo digo con las palabras de San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús”. Claro que le duele el pecado, no porque le ofenda, como hemos pensado muchas veces y decimos muchas veces, como si se enfadara porque pecamos; porque le duele nuestro mal, le duele nuestro dolor, y cuando nos hacemos mal, y cuando pecamos nos hacemos daño, le duele nuestro mal. Pero no se trata de que nosotros convenzamos a Jesucristo de que haga determinadas cosas.

Se trata de que nos dejemos educar, configurar, como esculpir, por el Corazón de Jesucristo. Y la oración y la paciencia en la oración, nos educa, nos esculpe, nos da forma en el corazón del Señor, y nos permite pedirLe, no como quien trata de conseguir una cosa y se empeña en conseguirla. Me viene a la cabeza un antiguo anuncio de cuando yo era joven, de cuando salieron los lavavajillas, y había un anuncio de cómo convencía una mujer a un marido de que le comprase un lavavajillas. Estoy hablando de hace cuarentaitantos años. No se trata de convencerLe al Señor. Se trata de estar cerca de Él, de estar cerca con Él. 

“Señor, yo sé que Tú amas, que Tú amas a mi hijo, que Tú amas a mi esposa o a mi esposo, a estas personas. Muéstrales su amor. Y danos a nosotros el ser cada día un poco más parecidos a Ti en nuestra forma de amar, en nuestra forma de querer”.
Cuando dice “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” si Dios quiere hablaremos mañana. ¿Qué es eso? ¿Qué es el amor del Dios Trino? Que yo sé que es un misterio, pero no de la manera que solemos pensar que es un misterio, y basta con que nos ayude el Señor a entender un poquito más: “Lo que pidáis en mi Nombre, Yo lo haré”. Pedir en Tu nombre significa identificarse conTigo, con Tu designio de amor, por estar personas por las que yo pido, naturalmente, como Santa Mónica pedía por San Agustín, y lloraba… “hijo de tantas lágrimas”. Pero, por el mundo entero.

Que el Señor habite y ensanche nuestro corazón más y más.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

9 de mayo de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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