Fecha de publicación: 2 de octubre de 2014

La editorial Nuevo Inicio, de la Archidiócesis de Granada, da comienzo con esta publicación a una nueva colección, que tiene por título Monumenta Christiana Granatensia. Se trata, simplemente, de dar a conocer, de conservar o de recuperar, o de volver a poner a disposición de los lectores, testimonios significativos de la fe cristiana y de la vida de la Iglesia en las tierras que hoy constituyen la diócesis de Granada. El término latino “monumenta” hace referencia a testimonios de una cierta importancia. Pero esos testimonios pueden ser textos, dibujos o pinturas, esculturas, construcciones, partituras de música, inscripciones o restos antiguos, etc. Todo aquello que dé testimonio de la vida de la Iglesia en Granada, tanto en el período anterior a la invasión islámica o en el de dominio musulmán, como en el período posterior a la recuperación de la ciudad por los Reyes Católicos.

Para cumplir su cometido, la colección tendrá varias secciones, porque no puede ser igual la presentación de unos textos escritos (“Documenta”), que la de unos testimonios en forma de objetos (“Monumenta”), o incluso de planos de un edificio o de grabados de otro tipo (“Series Maior”). A su vez, cabría, si las circuns¬tancias lo permiten, añadir una sección de monografías (“Studia”).

Aunque no sería necesario decirlo, la colección quiere tener el nivel académico más alto posible, como para que pueda ser usada por historiadores y estudiosos en general que tengan interés en los testimonios de la vida cristiana en Granada en cualquier momento de su historia. Para ello, las publicaciones de textos o de cualquier otro tipo de objetos vendrán presentadas siempre de la manera más sobria posible, de forma que las interpretaciones (siempre más volátiles y transitorias), no prevalezcan sobre los testimonios mismos que se ofrecen.

Además del criterio de la excelencia académica, otro principio que es necesario afirmar en este momento es que la colección tiene, como categoría suya fundamental, la búsqueda de la verdad. Para quienes estamos poniendo en marcha esta colección ni es posible ni queremos prescindir del hecho de que somos cristianos, es decir, que acogemos la tradición cristiana (la fe de la Iglesia) como la clave de comprensión de lo humano y de toda la realidad. Pero eso no convierte automáticamente nuestro trabajo en propaganda. Tampoco el hecho de no tener la fe cristiana o el de tener una fe secular o agnóstica o atea hace que las reflexiones de alguien sean, por el solo hecho de no tener esa fe o de tener otra, una obra de historia, o una obra digna de confianza. Eso dependerá siempre de la seriedad y el rigor del trabajo, y de que la obra en cuestión sea capaz de sobrevivir a los criterios de verificación propios de las distintas disciplinas del conocimiento humano. Dicho de otro modo, hay sin duda una beatería cristiana y un clericalismo cristiano, ambos deleznables y causantes de no poco daño a la fe cristiana (tal vez más dañinos para la fe que ningún ataque del exterior), pero hay también una beatería y un clericalismo laicos, no menos deleznable que el anterior.

Ningún historiador trabaja sin presupuestos, la mayoría de ellos no derivados de la propia ciencia, e imposibles de “probar” según los criterios de verificación del positivismo científico, y hay que reconocer que muchos de los presupuestos implícitos o explícitos de la cultura actual son tan fantásticos como hayan podido serlo los libros plúmbeos o las más increíbles leyendas hagiográficas de la historia cristiana. Pero siempre es mejor ser conscientes de esos presupuestos que no serlo. Entre otras cosas, porque sólo cuando se es consciente de ellos pueden ser a su vez examinados rigurosamente y debatidos.

Hay, con todo, una diferencia, que suele pasarse por alto, entre muchas leyendas hagiográficas cristianas y las que nacen de la aplicación mecánica de los prejuicios y dogmas y mitos seculares: que mientras que la mayoría de aquellas, cuando se las lee en su contexto y se entiende su lenguaje, trataban de contribuir a una humanidad mejor, por lo general las leyendas seculares no construyen nada. Padecen más bien de esa misma enfermedad que Hegel detectaba en el concepto de libertad de la revolución francesa: que sabe destruir, pero no sabe construir nada bello y bueno en lugar de lo que ha destruido. La fe secular, popular o académica, sabe “desmitificar”, “deconstruir”, sembrar la sospecha y la duda, con frecuencia simplemente acusar e insultar, guillotinar a veces; en una palabra, sabe derribar (con éxito desigual), pero no tiene nada que construir en su lugar, y lo que deja detrás de sí es un mundo en ruinas, seco, sin belleza y sin vida, y desde luego dispuesto a echarse en los brazos de la primera dictadura o tiranía que aparezca en el horizonte. El resultado de la aplicación en dosis masivas de esa pócima es lo que tenemos delante: el caos intelectual, un servilismo vergonzoso al poder y a los intereses del poder, una sociedad ma¬nipulable hastas límites verdaderamente increíbles, un jacobinismo ciego y suicida con respecto a la tradición, y un más que notable analfabetismo cultural apenas recubierto con barnices de mitos “ilustrados” aplicados con brocha gorda.

La Iglesia —ciertamente la Iglesia en lo mejor de sí misma—, no teme a la verdad. Al contrario, la verdad es su mejor aliada. Y su capacidad (más aún, su necesidad) de autocrítica, así como su capacidad y su necesidad de acoger y tomarse en serio la crítica honesta de quienes no comparten su experiencia, constituye una de sus señales de identidad más precisas. Esa necesidad forma parte de los rasgos que distinguen su mensaje de la publicidad y del marketing, o de la propaganda ideológica o política. La Iglesia agradece esa crítica, y la hace suya siempre en lo que tiene de verdad, porque su acto de fe ha sido siempre un acto de la inteligencia (una fe de espaldas a la inteligencia no sería la fe cristiana), y porque nada como una bue¬na crítica le purifica su fe, y le remite una y otra vez a la conversión, y a la verdad íntegra, cruda, y a la vez amada, del acontecimiento de Cristo, del que brota su vida, y la esperanza de vida para el mundo.

En la colección que hoy empieza no se publicarán sólo, desde luego, textos de profetas aúlicos, que canten las alabanzas de los eclesiásticos o de los cris¬tianos en general, y que oculten sus miserias. Desde ahora hacemos nuestra la actitud que G. Bernanos les proponía, en 1939, a los jóvenes franceses en su breve escrito Scandale de la verité: “Espero que unos jóvenes cristianos franceses hagan entre ellos, de una vez para siempre, el juramento de no mentir jamás, incluso y sobre todo, de no mentir al adversario, de no mentir nunca, bajo ningún pretexto, y menos aún, si es posible, bajo el pretexto de servir a unos prestigios a los que nada compromete tanto como la mentira”.

Los volúmenes se irán publicando en la colección sin ningún orden, a medida que haya material disponible de acuerdo con las exigencias de la colección y con las posibilidades de publicación. El hecho de que la colec¬ción comience con algunos volúmenes que reúnen la documentación relativa a los Mártires de la Alpujarra de 1568 se debe a la circunstancia, del todo fortuita, que viene dada por la necesidad de reunir ese material en orden a un eventual proceso de canonización, para tratar de responder a la queja y al deseo que el Padre Francisco A. Hitos, SJ, después de tantos otros, expresaba al comienzo de su obra de 1935, Los mártires de la Alpujarra (pp.15—18).1

Por último, cabe mencionar que a la hora de la publicación de este primer volumen, la Asamblea de los Obispos de las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, en su reunión de mayo del año 2012, tomó la decisión unánime de instituir una Academia de Historia de la Iglesia en Andalucía, y de establecer su sede en la Abadía del Sacromonte. Como la puesta en marcha de la Academia puede aún llevar algún tiempo, no ha parecido oportuno esperar a su constitución formal para iniciar esta serie de publicaciones, cuya prepara¬ción estaba ya para ese momento en su fase final. Pero si, una vez constituida la Academia, parece oportuno que una colección de características idénticas o similares se publicase bajo los auspicios de la Academia, por ejemplo, con el nombre de Monumenta Christiana Betica, por supuesto que no habría dificultad alguna en que estos libros se incorporasen a la nueva colección, y que la que hoy comienza desapareciese, subsumida de una u otra forma en ella.

Noviembre de 2013

Francisco Javier Martínez Fernández
Arzobispo de Granada

1 P. Francisco A. Hitos, S.J., Mártires de la Alpujarra en la rebelión de los moriscos (1568), Apostolado de la Prensa, Madrid, 1935. Edición facsímil, con un ensayo introductorio de Manuel Barrios Aguilera, col. “Archivium”, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Granada, 1993.