Fecha de publicación: 18 de noviembre de 2019

Empiezo con las últimas palabras de vuestro párroco, de D. Enrique: “Que el Señor nos fortalezca a todos en el don de su Espíritu Santo”. Porque lo necesitamos, lo necesitamos siempre.

Veréis, en estos Evangelios, en estas lecturas de los últimos domingos antes de Adviento (que está ya a las puertas y empezarán a prepararnos para la Venida del Señor, para celebrar la Primera Venida del Señor y prepararnos también para la segunda y la tercera. La segunda es que el Señor viene siempre, viene siempre a nuestras vidas, y viene siempre para hacer bien en ellas. Y la tercera es la definitiva, la del Juicio Final, que tiene lugar al final de nuestra vida y que tiene lugar al final de la historia humana)… pero la mejor manera de prepararse para ello es justamente suplicarLe al Señor que podamos vivir en su Espíritu; vivir como hijos de Dios, en la libertad gloriosa de los Hijos de Dios. Porque Jesucristo vino -la primera vez, en la Navidad que celebramos, la noche de Navidad, que celebramos cada año- una primera vez para hacernos libres del pecado y de la muerte, y para entregarnos su Espíritu Santo, para venir a nosotros y permitirnos que nosotros podamos vivir contentos.

Os decía que en los Evangelios y las lecturas de estos últimos domingos de antes del comienzo del Adviento, se describe algo que no tendría por qué llamarnos la atención, porque nos lo cuentan los evangelistas y la Iglesia lo repite todos los años. Todo eso de que “habrá guerras”, “levantará a una nación contra otra”, o sea, sacudidas en la vida, de la historia y de los pueblos. Es algo que no deja de suceder. Es que la Historia es eso. Es verdad que hay periodos de paz y periodos de bienestar, podemos decir, aunque no sabe uno si esos periodos que llamamos “de bienestar”, nos hacen de alguna manera adormilarnos, nos entontecen, porque nos acostumbran a vivir simplemente pendientes de tener cosas y eso no nos hace felices.

Pongo un ejemplo muy sencillo. Yo estaba este verano durante quince días en unas aldeas de una zona de Nicaragua. Las aldeas no tienen nombre, las casas son casas de plástico negro, del que usamos para envolver los rollos de paja de las cosechadoras para que no se mojen. No hay agua corriente, no había luz eléctrica. Había un montón de niños y os puedo asegurar que esos niños, que estaban descalzos en mitad del bosque, se ponían a jugar al fútbol con muchachos de los que iban conmigo (que habían sacado el MIR, que habían terminado su carrera, uno de ellos estaba empezando a trabajar en un hospital), ¡y los ganaban! Pero lo que más llamaba la atención de esos niños es que los ojos les brillaban con una alegría… Eran pobres, pobrísimos. No tenían agua corriente ni electricidad. (…) La alegría de las caras de esos niños no os las puedo ni describir. Y nosotros, que tenemos de todo, que al lado de ellos podemos decir “somos privilegiados” y sin embargo no sabemos vivir con alegría. Hay algo en esos momentos de bienestar que nos adormece, como que nos “droga” un poquito, nos droga lo fácil que tenemos dar a unos botones y estar viendo una serie de Netflix o lo que está pasando en la otra punta del mundo, y sin embargo somos incapaces de una alegría verdadera, de darnos, de darnos a otros.

Dios mío, yo creo que no hay advertencia más sabia que la que nos dice el Señor ahí: “Cuando oigáis que vienen esas cosas no penséis, en el fondo, que es nada raro. Sólo perseverad, manteneos firmes, y sed conscientes de que es una ocasión para dar testimonio”. Nunca como en esos momentos de dificultad, cuando llegan, al mismo tiempo tan difícil pero al mismo tiempo tan bello y tan fortalecedor: las cosas cambian, los gobiernos cambian, los países cambian, las culturas… Hay momentos de especial dificultad. El Papa lleva años insistiendo: “No estamos en una época de cambios. Estamos en un cambio de época”. En un cambio de época como Europa cambió cuando se descubrió América, un cambio de época y de cultura. Y, ¿qué es lo que nos pide el Señor? Perseverar, ser fieles. Y para poder vivir contentos, es decir, para que eso no sea nuestro único tema de conversación y un clima de lamento, es tener al Señor con nosotros, tener el Espíritu del Señor con nosotros.

Sois adultos. Me decía D. Enrique que se iban a confirmar cuatro adultos y cuatro jóvenes. Están en 4º de la ESO. Sois adultos y, por lo tanto, como adultos os hablo. Tenéis ya la experiencia de ciertas fatigas de la vida, ciertos choques, ciertas injusticias, ciertas dificultades, a veces en el seno de la propia familia o en el ambiente de la calle o en el colegio…, de todo tipo. Y es entonces cuando uno comprende que el Señor no viene para ayudarnos a ser más buenos, o para que cumplamos con unas reglas. El Señor viene para que podamos vivir contentos; para que podamos estar contentos. Porque mi vida no depende de que las cosas me vayan bien, de que las circunstancias sean favorables, de que la vida “me sonría”, como dice la gente. Había una película de un boxeador, de hace muchos años, que se llamaba “Más dura será la caída”. Cuanto más ilusión pone uno en cosas de este mundo que no corresponden a los deseos de corazón, es decir, fuera de Dios; cuanto más esperamos ser felices sin Dios o fuera de Dios, más dura será la caída, más hiriente es la frustración, más hiriente es la desesperanza, como una especie de desengaño y de un resentimiento ante la vida. Hoy va uno por la calle y ve muchas caras de personas enfadadas, que dices: “No es que estén enfadadas con alguien (seguramente también, claro), pero parece que están enfadadas con la vida”. Yo voy por las calles de Granada y voy saludando a todo el mundo, y hay quien que te responden y otras que no te responden. Y hay personas que me dan mucha pena porque, no es que no te respondan (a mí el que no te respondan al saludo no me importa), pero el percibir esa especie de que están enfadadas con el mundo entero… y te gustaría gritarles, pararles y decir: “Haya pasado lo que haya pasado, el que estés vivo es precioso; o el que estés viva es precioso, y hay siempre motivos para darles gracias a Dios, y además hay alguien que te quiere y te quiere con un amor infinito y puedes disfrutar de ese amor, y ese amor no te va a abandonar nunca”. Me gustaría gritárselo a la gente y decírselo. Me terminarían llevando al departamento de psiquiatría del Hospital Virgen de las Nieves, del PTS, pero dices “el mundo en el que vivimos está absolutamente necesitado de poder percibir ese amor del Señor”.

Ese es el tesoro que nosotros tenemos. No sólo el saber con nuestra cabeza que Dios nos ama, sino el haber recibido ese amor a través de unos gestos; de unos gestos carnales, muy materiales: del agua del bautismo, de mis pobres manos y del Santo Crisma con el que el Señor va a ungiros y a sosteneros en el combate de la vida, del pan de la Eucaristía… Es decir, a través de unos gestos carnales, humanos, porque Él se hizo carne. No vino a enseñarnos valores y a decirnos que hay que ser buenos. Si eso los sabemos todos en el corazón. Lo que pasa es que somos incapaces de serlo y Él nos dio su compañía, vino a acompañarnos. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Y en la historia seguirá habiendo ciclones y batallas y guerras, y los políticos se seguirán peleando unos con otros. Y el mundo será como sea. Quien tiene el Espíritu del Señor puede vivir en paz, no porque no nos pasen cosas. No nos va a tocar la lotería porque tengamos al Espíritu del Señor. No vamos a dejar de tener enfermedades porque tengamos el Espíritu del Señor, las cosas que los seres humanos tenemos. No es que me vayan a aprobar todos los cursos sin estudiar por tener al Señor y le rezo los últimos días antes del examen y, aunque no haya dado ni clavo, voy a esperar que me saque del apuro. Todo eso no pasa. La vida es la vida y estamos en ella. Tener al Señor en la vida ¿qué nos hace? Poder vivir contentos, saber que somos queridos.

No se me he quedado con cada uno de vuestros nombres, algunos sí, pero os los voy a repetir en el momento de la Confirmación a cada uno, y a cada uno de los que estáis aquí, ¡que no os conozco!, os diría: “El Señor a cada uno os ama con un amor infinito”. Y que ése sea vuestro suelo, vuestra tierra firme, vuestra roca, la montaña en la que se apoya vuestra vida, vuestras familias, vuestro amor de esposos, vuestro amor de padres, vuestro vivir de cada día, en el cual metemos la pata mil veces, pero mil veces está el Señor al lado nuestro para decir “ánimo, hijo, levántate”. Todos los que habéis tenido hijos los habéis visto empezar a andar, ¿no? Yo me represento muchas veces al Señor con nosotros como un padre o una madre cuando está el niño empezando a andar y no se sabe poner de pie, ¡pum!, y se la pega. ¿Y se pone a llorar el padre? No, se pone a llorar el niño. Pero el padre o la madre le dice: “Venga, levántate que no pasa nada” y adelante, hasta que llega un momento en que el niño anda. Nosotros tropezamos mil veces, pero el Señor no se va a cansar nunca de querernos ¡Nunca! Nunca se va a cansar ni de ti ni de mi, de ninguno de nosotros. Y con ese amor nos dice: “Venga, empezamos otra vez, no pasa nada”. “Señor, si es que ya he caído mil veces, si es que no, si es que ya te das cuenta de que no puedo”. “Pues claro, como me doy cuenta de que no puedes te digo que otra vez, que adelante, que no pasa nada, estoy contigo”.

La historia será como sea. La historia casi nunca es bonita, tiene momentos bonitos. Basta ver un telediario y sale uno con el corazón encogido, porque además todo lo que cuenta son siempre noticias malas, por aquella regla del periodismo de que si un perro muerde a un hombre eso no es noticia, lo que es noticia es que un hombre muerda a un perro. Y estamos todo el día “mordiendo perros”, porque todas las noticias que dan tienden a ser malas. No. Pase lo que pase en el mundo, nosotros tenemos una roca y sabemos que esa roca…, lo dijo el Señor: “El que escucha estas palabras mías y las pone por obra es como un hombre que edificó su casa sobre roca”. Caerán las tormentas, vendrán los vientos, habrá tempestades, riadas, de todo, y esa casa no se moverá porque está edificada sobre roca.

Dios mío, yo esta tarde al daros el Espíritu del Señor, al confirmaros en el amor que Cristo os tiene, porque no sois vosotros los que os confirmáis. Es el Señor quien confirma una alianza que ya hizo contigo y contigo y contigo, y con cada uno de vosotros cuatro, en la cruz. Una alianza nueva y eterna. Y hoy vuelve como a firmar esa Alianza, para decir que en el Bautismo ya hizo la primera firma, os dio el “primer sello”, pero ya os dais cuenta de lo que eso puede significar en la vida y os dice: “Que sí, que te quiero para siempre y que no te voy a dejar nunca”.

Es Él quien confirma esa alianza de amor eterno con cada uno de nosotros en la Confirmación. Y si tuviera que daros un consejo de algo que sería bueno que hicierais: no os quedéis nunca solos. Vosotros habéis venido de Bolivia y estáis aquí, fuera de vuestra patria, estáis lejos, pero el hecho de que estéis aquí significa que no estáis solos. Y a lo mejor, os habéis sentido solos muchas veces, lejos de vuestras costumbres, de vuestra familia. Pero el estar aquí significa que tenéis una nueva familia, no estáis solos. Nosotros no estamos solos, nunca. Y vosotros estáis empezando a vivir, y la vida puede dar muchas vueltas y muchas cosas pero que sepáis que nunca estáis solos. Que busquéis el juntaros. Mientras estéis aquí en Cúllar Vega juntaros, con Enrique o con amigos, hacer una buena panda de amigos. Que os lo paséis bien, que seáis buenos amigos. Que metéis la pata también, pues también para eso está el perdón. El Señor nos perdona, pero luchad por ser buenos amigos. Y eso ayudará también a otros.

A lo mejor os parece que pongo las cosas muy serias cuando digo todo eso de las catástrofes, pero vosotros sabéis que en España llevamos varios años en los que hay más muertes de jóvenes por suicidios que por accidentes de tráfico. ¿Por qué se quitan la vida? ¿Es porque son malos? No. Es porque hay un desamor, ese desamor a la vida, esa falta de gusto por vivir, porque parece que uno no vive para nada mas que para tener el último modelo del iphone o la última tecnología para acceder a las series. No. Vuestra vida tiene un calor infinito y tiene un valor infinito porque sois amados con un amor infinito. Y a lo mejor vosotros os olvidáis y dais la espalda a ese amor, pero yo os juro por Dios, por el Dios vivo, que aunque vosotros os olvidéis, el Señor jamás se olvidará de vosotros y no os dará la espalda nunca, pase lo que pase en la vida.

Y eso, que os lo digo a los que os confirmáis esta tarde, os lo puedo decir todos, a los que estáis sin confirmar y a los que estáis confirmados. ¡Jamás el Señor os dará la espalda! No es como nosotros, que queremos a una persona si nos quiere bien. Si no nos quiere bien, regular; y si nos quiere bien y deja de querernos, pues también regular, o a lo mejor se lo perdonamos una vez, unas pocas veces, pero luego “ya estoy harto” o “ya estoy harta”. Dios no es sí. Jamás se hartará de querernos, de miraros con un amor infinito, inagotable, deseoso de sosteneros, de abrazaros, de estar junto a vosotros, de que lo conozcáis. Él está con vosotros y no estáis solos. Y no porque lo necesite, sino porque vosotros lo necesitáis, porque yo lo necesito, porque todos lo necesitamos. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

16 de noviembre de 2019
Parroquia de Cúllar Vega (Granada)