Fecha de publicación: 15 de febrero de 2021

Quiero leeros lo que ha escrito Ignacio Carbajosa, el sacerdote que acompaña al movimiento de Comunión y Liberación aquí, en España, acerca de Castañar (nota: Castañar es una mujer laica consagrada de Memores Domini, forma de vocación en la consagración en el seno de este movimiento). “Castañar ha proclamado –dice en el whatsapp que ha enviado al conjunto de la comunidad- que Cristo es todo en todos con la misma forma de Su vida, Su entrega en virginidad. Ante su muerte se hacen nuevas las palabras de San Pablo: ‘Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos’. Castañar nos recuerda hoy la seriedad del momento presente: lo que está en juego no es lo que podemos o no hacer en tiempo de pandemia, o lo que tardaremos en volver a la normalidad. Lo que está en juego es el significado último de nuestras vidas: para quién vivimos cada instante. ‘Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos’”.

Es una afirmación elemental de la fe, como un resumen del núcleo del Credo. Cristo murió por nosotros, para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él que por nosotros murió y resucitó. Y en ese vivir para Él está el secreto de una vida según el designio de Dios, y por lo tanto de una vida plena, de una esperanza que se cumple, de una vida según lo profundo de nuestra vocación. Porque la vocación a la virginidad consagrada, a la vida consagrada, en todas sus formas…; celebrábamos hace poco, el día 2 de febrero…, no es más que poner de manifiesto, hacer visible en medio de nuestro mundo, sencillamente, de una u otra forma, el destino final de nuestra vida. Que nuestras vidas son para Cristo y que la razón de toda nuestra vida es Cristo. Eso no vale sólo para las personas consagradas, vale para todos.

Pero las personas consagradas nos ponen por delante –diríamos- que es posible, que eso no es un sueño ni una utopía, sino que definitivamente uno puede darLe la vida a Cristo. Y con eso nos enriquecen y nos enseñan a todos. De alguna manera, si queréis, es la otra cara de la lectura del libro del Génesis que hemos hecho. Me habéis oído decir ya que estos textos del comienzo del Génesis son profundamente históricos. Es verdad que son sagas que el pueblo de Israel tenía acerca de los orígenes y que no hay que entender la historia como se entiende en las facultades de Historia, como si alguien hubiera estado grabando allí lo que pasaba. La verdad que contienen estos relatos del origen es tan profunda, es tan rica, tan llena de sugerencias, de sabiduría, de matices, de enseñanzas, que realmente nos enseñan más que si tuviéramos un relato –diríamos-, o los resultados de las excavaciones del Paleolítico que hacen los paleontólogos.

¡Qué cosas! Así quiero yo resumir la enseñanza del pasaje que hemos leído. Una, que cuando uno pierde su relación con Dios lo primero que se corrompen son las relaciones entre nosotros. No eran más que dos hermanos. No había más que dos. Pero por medio estaba el pecado, la relación con Dios estaba rota, desde el pecado de los primeros padres. Uno mató al otro. Es también, de nuevo, la otra cara del Nuevo Testamento. Nadie ama a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve. Pero es imposible que nos amemos los unos a los otros como Dios quiere. Es imposible que nos queramos bien, que aprendamos siquiera a querernos bien si Dios no está en medio de nosotros, si no reconocemos…; y nos convertimos, volvemos una y otra vez a esa Misericordia de Dios.

Este es el Mandamiento nuevo “que os améis unos a otros como Yo os he amado”. Pero ese amor pasa siempre por el reconocimiento, por la acogida del amor gratuito de Dios, por la hospitalidad con la que Dios nos acoge y nos ama a nosotros. Otro detalle lleno de riqueza de ese relato es que la razón de esa muerte es la envidia. Es curioso que la envidia es, probablemente, el pecado del que menos nos acusamos los seres humanos. Y, sin embargo, es una de las cosas que más envenenan la historia, y las relaciones humanas, de unos y de otros. A nivel de la familia, de los parientes más o menos cercanos, de los compañeros de trabajo, de todo tipo de relaciones humanas. Y que nos ponga, eso, que la primera muerte, pecadora, que hubo fuera una muerte por envidia indica el poder enorme que tiene la envidia de empobrecer y de dañar nuestro corazón.

Los fariseos Le pedían al Señor un signo y Él se negó a dárselo. El tipo de signos que pedían que era algo que se impusiese a su inteligencia de tal manera que no les quedara más remedio que creer, también los hombres de nuestro tiempo piden demostraciones. Y la única demostración –me habéis oído decirlo muchas veces- es la belleza de la vida cuando Cristo está presente. A veces significa reconocer simplemente nuestra pobreza, nuestro pecado y nuestra necesidad de que Él nos salve y no nos deje de Su mano. Como en el caso del “Buen ladrón”. Ese reconocimiento, esa pobreza es salvadora. Ese reconocimiento de nuestro pecado, de nuestra miseria, de nuestra necesidad de salvación ya es la salvación. Pero, el único signo que el mundo puede tener y que el mundo necesita, y que nos pide el Señor, a nosotros, que lo demos a la medida de nuestras fuerzas y según la vocación de cada uno.

Señor, Tú eres el centro de nuestra vida. Tú eres lo más querido, porque sin Ti, todo lo demás del mundo termina no valiendo nada, termina no sirviendo para nada, termina siendo devorado por la oscuridad de la muerte. Y no hemos nacido, Tú nos has revelado que no hemos nacido para la oscuridad de la muerte. Hemos nacido para ser acogidos por Tu misericordia infinita.

Que esa certeza nos sostenga en las fatigas y en el camino de la vida de cada uno. Y que podamos vivir, por lo tanto, con la certeza de que la muerte no tiene la última palabra; la tiene Tu amor, Señor. Y Tu amor no se deja vencer ni por la pandemia, ni por nuestro pecado, ni por el mal del mundo. Tu amor no se deja vencer por nada, porque Tú eres Dios.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de febrero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario- Catedral (Granada)

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