El lema de este año de la Jornada por la vida es “Sembradores de Esperanza”, siguiendo de esta forma el documento que hicimos público el pasado mes de diciembre: “Sembradores de Esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de la vida”. El objetivo del mismo era ofrecer una mirada esperanzada sobre los momentos que clausuran nuestra etapa vital en la tierra, ayudar con sencillez a buscar el sentido del sufrimiento, acompañar y reconfortar al enfermo en la etapa última de su vida terrenal, llenar de esperanza el momento de la muerte, acoger y sostener a su familia y seres queridos e iluminar la tarea de los profesionales de la salud.

Teniendo presente la actualidad del mismo y ante la situación provocada por el coronavirus, la celebración de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo tendrá este año una motivación especial. Nuestro Dios, ante el dolor que sentimos todos, la incertidumbre ante la posible muerte de muchas personas, la inseguridad al ver lo vulnerables que somos como personas y sociedad, quiere aún hoy enviarnos al Ángel Gabriel para darnos una palabra de esperanza a nosotros que estamos sometidos a la realidad de la muerte y de la precariedad, quizás con un sentimiento de tristeza, soledad y angustia. El ángel nos dice como a María “alégrate el Señor está contigo”. Hay una razón para no perder la alegría profunda y la esperanza: “El Señor está contigo”.

El Señor sigue estando entre nosotros y en este tiempo nos sigue llamando a vivir como creyentes. En días de dolor, muerte y miedo como éstos, los cristianos debemos recordar que estamos en las manos de un Dios que es Padre capaz de sacar cosas buenas también de lo peor e, incluso, del mal objetivo. En las actuales circunstancias, los cristianos debemos seguir siendo en nuestro entorno –con nuestra palabra y ejemplo- sembradores de esperanza, paz y alegría.

Como ha dicho el Papa Francisco el pasado 8 de marzo, debemos vivir esta crisis sanitaria y humana “con la fuerza de la fe, la certeza de la esperanza y el fervor de la caridad”. En la Jornada por la Vida, todos, como Cuerpo de Cristo, somos invitados a ser sembradores de esperanza.

Las familias estáis invitadas a ser sembradoras de esperanza, construyendo y viviendo la Iglesia doméstica. Ahora, con el confinamiento, podemos vivir a fondo ese misterio y tal vez sea una oportunidad de recuperarlo en toda su grandeza. La Iglesia está en casa, en el hogar, en la familia y ahora más que nunca es “Iglesia Doméstica”. De un modo especial en estos días podemos aprender a descubrir a Dios en cada hogar, y darnos cuenta de que juntos formamos ese Sacramento precioso que es la Iglesia y, mientras haya quien rece en nombre de Jesús, la Iglesia está ahí y Dios en ella.

Es momento de orar juntos, de esforzarnos y hacer sacrificios que, ofrecidos a Dios, serán una penitencia saludable. Es momento de cuidarnos unos a otros y de practicar la misericordia (empezando por esa maravillosa obra de misericordia que nos llama a “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”) dentro de la familia y con los más cercanos.

Es tiempo de poner en el centro de nuestra casa la liturgia de la Iglesia Doméstica.

Es una maravillosa oportunidad animaros a todos a recuperar costumbres que el mundo ajetreado actual nos ha robado: el Rosario en familia, hacer juntos una oración en la mañana, el Ángelus a mediodía, la oración antes de dormir. Hay una oración maravillosa a la Virgen que el Papa ha compuesto para pedirle que nos libre de este mal y que debemos hacer juntos todos los días.

En la liturgia de la Iglesia Doméstica las televisiones, radios y plataformas digitales, pueden ser una ayuda que, aunque no podrán nunca sustituir la riqueza del encuentro personal con el Señor, sí son medios que nos pueden servir para
sostener nuestra fe. Y, sobre todo, no olvidaros que toda la vida contemplativa de la Iglesia se une a vosotros sembrando esperanza y os acompañan en la oración desde la vida oculta de Nazaret.

En esta Jornada por la vida también son sembradores de esperanza los sacerdotes disponibles a atender las necesidades espirituales de los que se lo pidan y lo necesiten. El sacerdote es sembrador de esperanza estando al servicio de todos, como aquellos que tienen que seguir saliendo a trabajar incluso sufriendo riesgos. El sacerdote, al igual que Jesucristo, no puede retirarse, ni esconderse ante la cruz, sino que manifiesta a la sociedad que la Iglesia también sale con ellos favoreciendo la vida. Especialmente elevan un canto a la Vida en mayúsculas mediante los sacramentos, especialmente a través de la unción de enfermos, de la penitencia, así como de la eucaristía, aún celebrada en la soledad. Ellos nos actualizan las palabras que Jesús nos dejó como testamento “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

El amor a la vida la manifiestan aquellos sembradores de esperanza que siguen llevando la caridad a los más necesitados. Los agentes de pastoral de la salud continúan con su labor pastoral, pues no podemos estar lejos de los ancianos
ni de los enfermos. Los visitadores de enfermos saben que en las actuales circunstancias no es prudente hacer sus visitas, pero quedarse en casa no quiere decir olvidarlos, sino que los acompañan en la distancia, por teléfono o por otros
medios para ofrecerles ayuda continuamente.

Un “sí a la vida” lo dicen aquellos miembros de la Iglesia, especialmente los religiosos y religiosas y tantas personas que siguen manteniendo la acción caritativa: los comedores sociales, los centros de acogida para los “sin techo”, la pastoral penitenciaria, los voluntarios y trabajadores de Cáritas y todos aquellos que siguen abriendo las puertas cada día para atender a los más desfavorecidos, que nos recuerdan estos días que lo poco es un privilegio, quizás porque
simplemente sea lo necesario. Ellos hacen posible que no se queden desasistidos durante el confinamiento “los de siempre”, como unos descartados, sino que hay una Iglesia que tiene cuidado de que nadie se quede fuera, abandonado y descontado de la lista de los hermanos.

En esta Jornada de la vida tenemos que tener muy presente, de manera muy especial, a todo el personal sanitario, que está sembrando la esperanza con su entrega y buen hacer. La pandemia está mostrando que la relación médicoenfermo no puede regirse por una relación mercantilista en la que el paciente es considerado como un mero consumidor, sino que la medicina se humaniza ejerciendo una relación interpersonal dentro de unos valores enraizados en la ética hipocrática, que nos habla de una profesión regida por un altruismo y un cierto sacrificio personal.

En esta Jornada os alentamos a seguir sembrando la esperanza, practicando una medicina humanitaria capaz de defender la vida de los más débiles acogiéndolos, protegiéndolos y acompañándolos en su enfermedad, aún con el riesgo de vuestras vidas. Pedimos al Señor que os ayude a discernir el uso de los medios sanitarios buscando, como siempre nos ha recomendado la ética médica, la mayor probabilidad de curación, que se verá en función de la gravedad del enfermo y no en función de su futura productividad.

Por último, pedimos al Señor por todos aquellos sacerdotes, diáconos, voluntarios, personal sanitario, miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado y trabajadores y servidores públicos que han sido contagiados y han dado su vida por ayudar a los demás. Todos vosotros sois los grandes sembradores de la Esperanza Cristiana que nos habla de un cielo nuevo y una tierra nueva donde no exista el llanto, el luto ni el dolor y nos alienta a renovar nuestra confianza en Dios y recordar una y otra vez que el sentido de nuestra vida es la esperanza en su salvación.

Sin dejar de cumplir con todos los deberes y cuidados que nos exige la situación, no debemos olvidar que existe un Dios que cuida de nosotros. Como creyentes volvamos ahora nuestra mirada a nuestro Padre bueno para pedirle por
los enfermos, por los que los cuidan, por los que han muerto a causa de este virus, por las personas en riesgo y quienes más van a sufrir las consecuencias económicas de esta crisis que nos amenaza. Recemos, como cristianos, para implorar a Dios que nos libre de este mal y por intercesión de la Virgen María, en la festividad de la Anunciación, nos conceda la salud para que podamos vivir según su voluntad.

+ Mons. D. José Mazuelos Pérez, obispo de Asidonia-Jerez, Presidente de la Subcomisión E. para la familia y defensa de la vida.
+ Mons. D. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos
+ Mons. D. Juan Antonio Reig Plá, obispo de Alcalá de Henares
+ Mons. D. Santos Montoya, obispo auxiliar de Madrid
+ Mons. D. Ángel Pérez-Pueyo, obispo de Barbastro-Monzón