Fecha de publicación: 20 de septiembre de 2020

Muy queridos hermanos y amigos, muy querida Iglesia del Señor, reunida también esta tarde para celebrar un día más de la Novena en honor a nuestra Madre, la Virgen de las Angustias;
muy queridos hermanos sacerdotes;
queridos todos (También aquellos que os unís a esta Eucaristía o a las imágenes grabadas de ella por la televisión diocesana):

Yo le doy gracias a Dios por lo que nos decía el profeta: “Porque Tus caminos no son nuestros caminos, y Tus pensamientos no son nuestros pensamientos”. Y es más explícito cuando dice: “Como dista el cielo de la tierra, así dista Tus caminos de nuestros caminos”. Y le doy gracias a Dios por la sencilla razón de que yo soy de los que la llamada fue a la primera hora. Y es verdad que no puedo presumir de haber estado soportando el trabajo, el calor, y trabajando al cien por cien todo el tiempo (a ratos sí, a días sí, pero no siempre, he hecho muchas veces el vago en mi servicio al Señor). Pero soy de la primera hora y, por lo tanto, tengo la tentación de decir “y estos últimos que llegan, ¿qué?”. Es la misma tentación que la parábola del hijo pródigo: “Yo toda mi vida trabajando para Ti y luego este que se ha gastado toda tu fortuna…”.

Qué fácil es pedirLe a Dios que sea justo con los demás. Y qué difícil pedirLe que sea justo con nosotros. Yo no me atrevo a pedírselo, yo le pido siempre que sea misericordioso conmigo, y con las personas que quiero, y con las personas que conozco. A veces le pido que sea justo con alguien, normalmente personas lejanas, pero es verdad que quienes nos hacen daño a veces, cuando le pedimos “líbranos de ciertas personas o de ciertas dificultades” que nos ponen algunas personas, en el fondo le estamos pidiendo que actúe con ellos de una manera que nunca le pediríamos que actuase con nosotros. Es tan humano pedirLe justicia para los demás y perdón para nosotros. Y sin embargo, es tan injusto y ahí es donde nos damos cuenta de que gracias a Dios no eres justo. O eres justo, pero eres justo de una manera tan diferente, tan infinitamente distinta, nuestra compresión de la justicia que hacemos los hombres. La misma idea de justicia del Nuevo Testamento es tan diferente de la justicia distributiva de una sociedad liberal. La sociedad liberal entiende que esa justicia contributiva consiste en dar a cada uno en base a lo que cada uno aporta. Os aseguro que si el mundo entero se rigiera sólo por esa justicia estábamos todos perdidos. Y en parte pasa, cuantos matrimonios fracasan por la sencilla razón de que tratan de medir sus relaciones, lo que cada uno aporta a la vida de esa familia (a veces, recién creada) en términos de esa justicia. Yo aporto más, porque trabajo más horas que tú… Es verdad. Es verdad que las cuentas no cuadran, pero también es verdad que la vida de un matrimonio, o la de una familia, no se mide por las normas y las reglas de una empresa, donde el balance de una empresa todo tiene que estar cuadrado al final. Si se mide así, eso no funcionará jamás.

Y nuestras relaciones contigo son todavía distintas, infinitamente distintas a las de una familia, pero infinitamente distintas en la misma dirección de lo que son las relaciones de una familia, donde no se aplica. Unos padres quieren a sus hijos, pero no quieren al más listo porque es más listo, al más guapo porque es más guapo, los quieren porque son sus hijos. Y normalmente (yo he visto eso muchas veces en mi vida sacerdotal), a veces tienen envidia los hermanos. Por ejemplo, si hay un hermano más frágil, un hermano enfermo, un hijo que tiene una dificultad especial en su salud, los padres dedican más tiempo, más dedicación, más amor, más ternura a ese niño o a esa niña que está más necesitada y eso genera la envidia de los otros también, a veces. En la familia no aplicamos la justicia que aplicamos en la vida económica, o en el trabajo. En el mundo del trabajo, aplicamos otro tipo de paradigma, otro tipo de categorías. Y con Dios no nos sirven.

Gracias a Dios sabemos que Dios es justo, pero también sabemos que Su justicia coincide con Su misericordia, porque Dios no es que tenga cosas. Nosotros tenemos cualidades, pero Dios es Sus cualidades. Dios es la Bondad. Nosotros tenemos bondad y, a ratos, somos buenos; a ratos sacamos la bondad que tenemos, otras veces la escondemos, pero Dios no tiene bondad, parece una blasfemia, pero es que no tiene bondad, porque es la Bondad misma. Y la Bondad coincide con el Amor, y el Amor coincide con la Belleza, y la Belleza coincide con Su Verdad más profunda, y con Su Justicia. Y Su justicia coincide con Su Misericordia.

Una vez hubo una chica que me decía que había tenido hace años… La verdad es que era una chica que le había ido muy bien en la vida, era muy jovencilla, estaba empezando en la universidad, pero era profunda y me decía “tengo buenos amigos, tengo una familia que me quiere, me ha ido muy bien en el colegio, he participado en la banda del pueblo, tengo buenos amigos, ¿por qué me siento tan vacía por dentro?”. Yo decía: “Pues, está claro que necesitas algo”. Y rápida como el rayo me dijo: “Algo no, alguien”. Le dije, “bueno, con la edad que tienes lo más probable es que necesites un buen novio”. Y fijaros si era fina que me dijo: “No, no es un novio lo que necesito, necesito un novio, un amigo, un hermano, un hijo, un padre, un compañero, un maestro, todo eso a la vez”. Ella presumía de ser un poco atea, y le dije: “Me acabas de nombrar a Dios, porque sólo Dios es todo eso a la vez”. Y me dijo: “Me lo estaba temiendo, lo que pasa que yo quiero tocarlo”. Bueno, pues, para poder tocarlo, se hizo el Señor Hijo de la Virgen.

Dice un Padre de la Iglesia que esa naturaleza a la que nosotros jamás podríamos llegar porque “como dista el cielo de la tierra, dista de nosotros”, y sin embargo, está, al mismo tiempo, dentro de nosotros y en todas las cosas. Más cercano a nosotros que nosotros mismos. Tan infinitamente inmenso es Su magnitud con respecto a nuestras capacidades, de pensar o de imaginar. Pues, esa naturaleza a la que nuestra imaginación apenas llega, “se revistió de un cuerpo –dice un Padre de la Iglesia-, para que pudieran llegar a él todos los bajitos como Zaqueo” (que se subió a un sicomoro) y “para que pudieran besarle todas las bocas”, como hizo la pecadora. Es decir, para que pudiéramos conocer que Dios nos ama. Ese es el significado de la fiesta del Sagrado Corazón: saber que Dios nos ama con un corazón como el nuestro; que se apasiona, que late, que vibra, que es un corazón humano, pero a la medida de Dios.

Gracias, Señor. Gracias, Señor, por ser tan grande que Te has hecho servidor nuestro. Gracias, Señor, por ser tan grande que Tu justicia y Tu amor se confunden. Gracias, Señor, porque no quieres que Te pidamos justicia; quieres que Te pidamos misericordia, porque estás cerca de los que Te invocan. Gracias, Señor, porque Te has entregado a nosotros hasta la muerte. La imagen que tenemos delante nos lo recordará constantemente. Y la Virgen está ofreciendo a Su Hijo, y a todos sus hijos, y a través de Él al Padre, pero nos lo está ofreciendo también a nosotros. Nos lo ofrece a nosotros. Nos ofreces Madre, a tu Hijo, para que Él sea la vida de nuestra vida.

El texto de San Pablo es uno de esos textos donde San Pablo pone de manifiesto la transformación que el encuentro con Cristo ha operado en su vida. Lo que viene a decir en la Lectura de hoy es que le da lo mismo vivir que morir, que para él no tiene mucha importancia; que, en el fondo, preferiría morirse, porque se iba con el Señor, pero que, como los cristianos le necesitaban, pues si tenía que quedarse, se quedaba más. Y no es que su vida fuera fácil, cuando cuenta cuáles fueron sus persecuciones, Dios santo, no sé si alguno de nosotros las hubiéramos resistido. Pero me da lo mismo, soy libre. De la misma manera que dice en algún otro momento: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?, ¿la persecución, la espada, la enfermedad, la desnudez? Nada. Ni la vida, ni la muerte, ni los poderes. Nada tiene el poder de arrancarnos de Cristo”, cuando hemos encontrado, o mejor dicho, cuando hemos sido encontrados por Jesucristo. No hay ningún poder humano que pueda arrancarnos del amor del Señor.

En otra ocasión, dice: “Me estáis preguntando, estáis muy ansiosos sobre si hay que casarse, si no hay que casarse… si este mundo pasa. Los que se casen que vivan como si no se casarán, los que hacen negocios como si no los hicieran, los que lloran como si no llorasen, porque la figura de este mundo pasa”. Y en otra ocasión: “Todo lo tengo por nada y por basura con tal de tenerte a Ti, Señor, por quien dejé todas las cosas y las tengo por nada con tal de alcanzarTe a Ti”.

Madre nuestra, Virgen de las Angustias, Tú que nos ofreces la vida de Tu Hijo, que la acaba de entregar, hasta la muerte, por nosotros; y que en esa entrega se ha hecho Señor de nuestras vidas, y Señor de la Creación entera, y Señor de la Historia. Y nosotros queremos acoger ese don Tuyo. Y acogerlo de manera que podamos ser libres, de tal manera que ninguna cosa de este mundo turbe. Como en el mar, el mar puede estar muy agitado en la superficie, pero las profundidades del mar están siempre serenas. Que nadie turbe nuestra profundidad, que nada nos quite la paz, el gozo, la alegría, porque nuestra vida está llena de Ti, Señor. Y eso nos hace libres. Libres con una libertad que el mundo no conoce. El mundo vive lleno de miedos, y trata (los miedos son contagiosos, como las ansiedades, son contagiosas) de contagiarnos de su miedo. No. Somos hijos libres de Dios. Nuestro destino es la vida eterna y en este mundo la libertad y en la guerra que hay en este mundo, que es una guerra de poderes de muchas clases y de luchas de poder de todo tipo, nosotros podemos movernos y vivir con el gozo y la libertad de que nuestra tarea no es más que aprender a querernos y querer. Querer como Cristo nos quiere: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Que nuestras relaciones tengan el sello de ese amor Tuyo por nosotros, que es absolutamente gratuito, sin reservas, sin límites, sin envidia.

Se lo pedimos al Padre. Se lo pedimos por la intercesión de la Virgen de las Angustias que Cristo sea todo en nuestras vidas; que sea verdaderamente lo más querido y que podamos servirLe libremente. Dar testimonio de que somos hijos libres de Dios. Lo dijo el Señor, no es sólo de San Pablo: “No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden hacer nada con el alma”. Y el alma sólo nos pueden hacer daño si Tú nos abandonas Señor, pero si Tú estás con nosotros, no tenemos nada que temer, porque el Enemigo, el único Enemigo que los cristianos tenemos está vencido por Ti. Si Tú estás con nosotros, tampoco a Él tenemos nada que temer.

Que el Señor nos conceda vivir en esa libertad, vivir en ese gozo, vivir en esa confianza cierta de Tu misericordia y de Tu amor infinitos. Que así sea para todos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

20 de septiembre 2020
IV día de Novena en honor a la Virgen de las Angustias
Basílica de Nuestra Señora de las Angustias

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