Fecha de publicación: 6 de diciembre de 2018

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo y Pueblo Santo de Dios:

Entre los Papas recientes probablemente no ha habido ninguno que entre sus enseñanzas más solemnes (pienso en la Encíclica “Laudato Si’”, o en su primer documento programático: “El gozo del Evangelio”) no haya sido más crítico de la sociedad y el mundo en que vivimos. En la Encíclica “Laudato Si’”, el Papa llega a decir: “es absolutamente necesario hacer una nueva definición de lo que significa el progreso humano”. Eso va al fondo. Y yo creo que con una frase como esa culmina la enseñanza social de la Iglesia, que empezó, por primera vez, de manera universal, en la Encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII, justo cuando comenzaba el siglo XX.

Hace falta redefinir el progreso humano. Es decir, hace falta concebir una sociedad diversa de la que tenemos. Porque el mundo que hemos hecho es un mundo que se vuelve contra el hombre; se vuelve claramente contra el hombre. Pero yo no quiero centrarme en este aspecto. Quiero decirlo, porque no somos a veces muy conscientes de ese aspecto profundamente crítico del magisterio del Papa Francisco con respecto a la economía que vivimos, a la sociedad en la que vivimos, a los mecanismos de intereses y de poder; al olvido del pobre por parte de la tradición cristiana y del pueblo, de la Iglesia, de los pastores de la Iglesia. Y sin embargo, al mismo tiempo, el otro leitmotiv del magisterio del Santo Padre es la alegría. Desde el primer momento. Una alegría que se expresa de manera super espontánea en los gestos que él tiene: en las Audiencias de los miércoles o cuando tiene la ocasión de relacionarse directamente con el pueblo (…)

La alegría es una constante en el mensaje a la Iglesia Universal del Papa Francisco. Y fijaros de que él habla clarísimamente de que estamos en la tercera guerra mundial; de que se oculta ese carácter de tercera guerra mundial, porque se va haciendo un trocito en un país, otro trocito en otro país, pero no para de haber guerras para que no se detenga la industria de armamentos, etc. Y al mismo tiempo, la alegría. ¿Por qué os digo esto? Porque me recuerda extraordinariamente el Evangelio de hoy. (…) Yo creo que lo que viene a decir es que la Historia está llena de catástrofes, pero que quienes hemos conocido a Jesucristo… Dice: “Cuando veáis que suceden están cosas… llevan vienen sucediendo siempre”. Dice: “Cuando veáis que suceden estas cosas, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

Esa posibilidad es la que nos es regalada, con la fe en Jesucristo, a los cristianos. Lo espontáneo ante la vida es dejar que nos invada el cinismo. El niño no está hecho para el cinismo. El niño vive casi en el milagro de una manera espontánea y natural. Somos nosotros, los adultos, quienes poquito a poco vamos haciéndole cínico y sembrándo desconfianzas en su corazón. Y una desconfianza al final con respecto a la realidad, a la vida, a todo. Y qué difícil es encontrar fuera del mundo cristiano una persona de edad madura, de más de 40 años o de 50 años, que pueda mirar la vida con ojos de niño; que pueda confiar en la Creación, en la vida, en el mundo; que pueda mirar la realidad con alegría, con gratitud, con gozo. Es como si el gozo y la alegría los tuviésemos que fabricar artificialmente de una manera o de otra, no porque nos salga de lleno.

Un poeta americano que vive y a quien yo aprecio mucho, dice en un poema suyo muy curioso, lleno de contradicciones, de aparentes paradojas: “Sé alegre, porque la alegría no puede medirse”. Antes había dicho: “Valora siempre todas las cosas que no pueden medirse, por encima de las demás”. Y luego dice: “Sé alegre. La alegría no puede medirse. Sé alegre, aunque hayas tenido en cuenta todos los hechos”. ¿Por qué? Pues, porque los hechos tienden a minar las razones para la alegría: “Sí, pero mira lo que nos ha hecho; mira lo que me has hecho; mira cómo ha respondido mi hijo; mira lo mal que se ha portado con nosotros tu cuñado”, etc. “Sé alegre, aunque hayas tenido en cuenta todos los hechos”. El poema termina con una frase igual de paradójica: “Practica la Resurrección”. Practica la Resurrección. Como un ejercicio, claro que sí. Pero, ¿se puede ser alegre habiendo tenido en cuenta todos los hechos? ¿Hay algo que sea capaz de renovar nuestro corazón que no sea un pegote puesto artificialmente, un “parche de nicotina” para mantenernos, digamos, con la adrenalina alta? ¿Hay algo que no sea artificial en nuestra alegría? ¿Hay una manera de que no lo sea? Pues, el cristianismo consiste simplemente en poder decir a todos los hombres, y en primer lugar a nosotros mismos, “la hay, la hay…”.

Celebrar el Adviento es prepararnos a reconocer el acontecimiento que es la fuente de toda alegría verdadera, también la alegría verdadera que se da fuera de la Iglesia, en los paganos, en personas que no tienen fe; que tienen hecho su corazón de la misma madera y de la misma fibra que el nuestro, y por lo tanto están hechos para una felicidad infinita, igual que nosotros. Y es poder decirnos a nosotros mismos y decirles a los demás “hay una razón para la alegría”, por muy pobres que seamos.

A mi me gusta recordar que la noche de Navidad los primeros que encuentran a Jesucristo eran dos tipos sumamente despreciables en el mundo en que vivió Jesús: los magos (eran persas, eran paganos, adoraban al fuego, no provenían de estirpe judía ni tenían los promesas hechas a los padres) y los pastores (que eran apóstatas, eran criminales en el mundo en el que vivió Jesús. Eran pecadores públicos, que jamás entrarían en la casa de un buen judío, ni les admitiría un buen judío en su casa, ni un buen judío entraría en su casa, ni tendría tratos con ellos, ni jamás podrían volver a entrar en una sinagoga quien se había hecho pastor. ¿Os acordáis del hijo pródigo, que se hizo pastor de cerdos? Esa figura está escogida por el Señor…).

¡Y no es la “ternura” del Belén? Dios mío, que está lleno y es la fuente de toda ternura, el Belén; pero quiero decir que el hecho de que el Señor haya escogido a paganos y apóstatas para ser los primeros indica que quiere llegar el Señor hasta las fibras más profundas del hombre más herido, del hombre más pecador, del hombre más pobre, más miserable; que esa Luz es para todos; que no es para unos pocos que nos beneficiamos de ella y que sacamos provecho de esa Luz. No, es para todos. Porque el corazón de todos está hecho para ser felices. Es la manera más sencilla de decirlo.

Pero ser felices… Si empezamos a decir “¿en qué consiste la felicidad?”, al final reclamamos la vida eterna. Estamos hechos para la vida eterna. Pero verdad que nosotros mismos dudamos en nuestro corazón. No nos lo tomamos demasiado en serio que la vida eterna sea algo que esté ya aquí, en medio de nuestras fragilidades, en medio de nuestras torpezas, en medio de este mundo de muerte. Vamos a comulgar muchos de nosotros, de aquí a un momento. “Esta es la vida eterna”, dijo Jesús. Que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. Y nosotros no sólo Le conocemos; no sólo Le hemos conocido, si no, no estaríamos aquí ninguno…, sino que le vamos a recibir. Él se hace uno con nosotros, como no hay unión esponsal que pueda hacer de un hombre y una mujer uno. Cristo se hace uno con nosotros, se hace carne de nuestra carne, vida de nuestra vida.

¿Qué es ser cristiano? Dios mío, saber que nuestros deseos, los deseos más profundos de nuestro corazón, no están condenados a morir sin ser escuchados, a pudrirse en el vacío. No son una utopía sin respuesta. Si Cristo ha venido es para que podamos vivir contentos. No para que seamos mejores. No es ésa la primera finalidad. Tiene mucho que ver el estar contentos con vivir bien. Pero, lo primero de todo que podamos vivir contentos; que sepamos que somos queridos; que sepamos que no estamos solos ni tirados a la vida; que el Señor está con nosotros y no nos abandonará jamás. Eso, es ser cristiano. Y eso es lo que nosotros tenemos no sólo predicar al mundo como quien predica una hipótesis, sino es lo que los hombres tienen que poder reconocer en nosotros, en nuestro amor por ellos, en nuestro afecto por ellos, por este mundo herido.

No temáis. Ése es el lenguaje del Adviento. “No temáis, está cerca, alzad la cabeza”. No viváis con miedo. Me da a mí mucha pena cuando veo que los cristianos tendemos a vivir con miedo: “Es que puede pasar, es que…” (vosotros rellenáis las frases, porque las rellenamos todos los días de mil maneras). ¡No! Somos hijos, del Rey del Universo. Hijos libres de Dios. Nadie nos puede quitar el Amor infinito de Dios que se nos ha dado, que nos constituye, que es una gracia que hemos recibido sin ningún mérito por nuestra parte. ¡Que los hombres puedan ver nuestra alegría!, aunque hayamos tenido en cuenta todos los hechos. Y no de una manera ingenua ni tonta. No, no lo somos. Ni ingenuos, ni tontos. Pero tenemos un motivo para la alegría: conocemos que Dios es amor.

Vamos a darLe gracias y vamos a recibirLe hoy como quien recibe… ¡cada misa es una Navidad! Es mucho más que la Navidad, en el sentido en que el Señor se nos da. Nos da su Ser. Nos da su Vida. Viene a nosotros. En la Navidad lo recordamos. En cada Eucaristía, sucede.

Decidme si no podríamos vivir bailando, aunque tengamos en cuenta todos los hechos. Bailando de gozo. Saltando de gozo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

2 de diciembre de 2018
S.I Catedral

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