Fecha de publicación: 3 de diciembre de 2014

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Nuestro Señor Jesucristo,
muy queridos D. Adolfo, Obispo de Almería, D. Jesús, Obispo de Málaga, D. Ginés, Obispo de Guadix,
queridos hermanos en el episcopado,
querido Padre Provincial,
queridos sacerdotes concelebrantes,
padres de la Compañía de Jesús,
alumnos,
amigos de la Facultad de Teología:

Hoy es un día de acción de gracias y no es difícil en este día dar gracias porque la existencia de un centro de estudios teológicos en una Iglesia es siempre un motivo de gratitud. Así lo expresé, creo yo, en el primer encuentro con el claustro, o por lo menos con algunos miembros del claustro, de la Facultad de Teología, hace ya años y así lo vuelvo a expresar esta noche sin la menor vacilación.

No existe cristianismo sin teología. Palabras de Jesús como “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”, o “Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida”, llevan dentro de sí una provocación tremenda a la razón que Jesús expresaba como la sucesión apostólica primera en un lenguaje propio del mundo judío, pero que muy pronto tuvo que hacerse explícito porque la fe -la confesión de Jesús como Señor de la vida y de la muerte, como Señor de la historia, como alfa y omega de la Creación y toda la realidad- chocaba y entraba en conflicto radical con la visión del mundo dominante en el mediterráneo oriental y en el mundo helenístico.

Y desde muy pronto, ya en el siglo II, los cristianos sienten la necesidad de explicar y de entrar en diálogo y en conflicto sencillamente con aquella cultura que regía en aquel momento aquel mundo. Ese diálogo duró muchos siglos. Puede uno decir que todavía las últimas controversias del mundo bizantino (las controversias monoteletas por ejemplo, y la historia de San Máximo el confesor) todavía forman parte de ese conflicto nunca del todo resuelto entre la fe en Jesucristo y la visión helenista del mundo, en la que se jugaban mucho más que conceptos y verdades abstractas y cuestiones de las que nosotros hoy tendemos fácilmente, superficialmente, a llamar bizantinas. Lo que sí estaba en juego, en todos aquellos debates, era nuestra relación con lo divino. La posibilidad de un destino en Dios para la vida humana, la posibilidad de una participación real de nuestra carne en la divinidad real; las cuestiones eran, por tanto, mucho más existenciales de lo que nos dan a entender cuando leemos los manuales o las síntesis de Teología.

Pero lo que quiero decir es que no ha existido nunca un cristianismo sin teología y sin reflexión teológica. Y sin pensamiento teológico estaría muy pronto condenado a morir, a no ser el mismo, a no ser. No puede la fe cristiana abandonar su debate, su diálogo, su conflicto con la cultura humana y con la razón humana. No puede la fe dejar de buscar el intelecto, como no puede el intelecto dejar de buscar la fe. Yo me atrevería a decir que no hay ninguna acción humana, hasta la más simple, hasta la que parece más banal, que no lleve dentro de sí una teología, porque lleva dentro de sí una visión de lo que es una plenitud humana, de lo que es la belleza, de la vida, de lo que es el bien, de la vida humana, de lo que es el florecimiento de lo humano. Y eso se puede llamar de muchas maneras, pero cuando eso se hace de una forma articulada, de una forma reflexiva, consciente, se llama pensamiento. Y cuando ese pensamiento se encuentra con la fe cristiana, eso lo llamamos teología.

Y la fe cristiana, sin recibir la provocación y, a su vez, sin hacer esa provocación al pensamiento, se convertiría en una especie de piedad vacía, de gestos sin sentido, de ritos sin significado, meramente repetitivos, sin ningún contenido humano, y eso no es el cristianismo. Por eso digo el cristianismo no puede vivir sin teología. Y la única cuestión es ¿con qué teología?, ¿qué es la teología cristiana? (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

3 de diciembre de 2014
S.I Catedral de Granada

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