Fecha de publicación: 15 de mayo de 2021

Queridos hijos:

A mí me importa mucho que tengáis fortaleza y empuje en el seguimiento de Jesucristo, está muy bien. Pero yo quiero darle la vuelta a las cosas porque, antes que eso, es importante, muy importante, que vosotros caigáis en la cuenta que es Jesucristo quien os sigue a vosotros; que es Jesucristo quien os quiera a vosotros. Que el cristianismo no consiste en que, desde pequeñitos, venimos oyendo que tenemos que portarnos bien y que para portarnos bien y ser buenos cristianos, hacemos determinadas cosas y Dios está contento y nos quiere. Es una imagen muy infantil, pero, además, es una imagen falsa. El cristianismo no consiste en eso y en esta tarde no estáis aquí para decir que vais a ser mucho mejores y que vais a comprometeros a comportaros bien. Entre otras cosas, el primer día que tropecéis y que os encontréis con que no es así, que seguís siendo los mismos, os ibais a decepcionar tanto que, ¿qué vais hacer?, ¿volver a la catequesis? ¿Y cuantos años lleváis de catequesis? Unos cuantos.

Si la vez que más seriamente yo me comprometí a ser bueno, que estuvo el obispo y todo, esto como que no ha funcionado; entonces, es que seguro que no es verdad. Es que es verdad que no es verdad. Es que no es esa la perspectiva, no es esa la visión del paisaje. El paisaje no es que nosotros tenemos que hacer una serie de cosas para conseguir llegar hasta Dios o para conseguir seguir al Señor, porque tendríamos que seguir al Señor, sino consiste en descubrir que Dios lleva toda una historia, desde antes de la Historia, desde antes de la Creación, amándoos a cada uno de vosotros con vuestro nombre y apellidos, tal como sois. Dijo el Señor en el Evangelio una vez “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados”. Ni la persona que más os pudiera querer en este mundo puede contar vuestros cabellos. Y sin embargo, para el Señor, eso es tan sencillo que hasta cada cabello tiene un nombre y lo conoce por su nombre, igual que conoce a las estrellas por su nombre y nosotros no somos capaces de contarlas.

Pues, ese Dios inmenso, infinito, que no somos capaces de imaginar ni de pensar, que ha hecho las montañas, las estrellas, las galaxias, es un amor infinito. Y eso es lo que hemos aprendido con Jesucristo. Ese Dios infinito quiere darSe a vosotros. Ha querido siempre darSe al hombre y ha educado, nos ha ido educando a los hombres, desde Abraham hasta Jesús, para que entendiéramos que Dios no era sobre todo poder, fuerza y señorío, sino que Dios era Misericordia, que era Amor, que era Perdón. Que Dios es un Amor que no se rinde ante las pequeñeces, miserias o mezquindades del hombre. Y ese camino fue un camino muy largo, desde Abraham hasta Jesús. Pero Dios fue educando así a un pueblo, para que en ese pueblo pudiera nacer una mujer como la Virgen y pudiera venir Su Hijo a compartir nuestra vida, a compartir nuestra muerte como uno de nosotros y dejase así sembrada, en nuestra tierra, Su vida, la vida divina.

Dejadme decirlo con esta expresión tan vuestra: “Dios se ha enrollado con nosotros”. Y quiso enrollarse con nosotros y se hizo hombre, para estar junto a nosotros y para comunicarnos Su vida divina. Hoy celebramos que, una vez cumplida Su misión, una vez entregada Su vida en el Calvario por cada uno de nosotros, una vez que nos ha dado Su amor y Su espíritu, vuelve al Cielo. Pero ya vuelve con nosotros. Vuelve con nuestra carne. En el Cielo quien entra, después de la Encarnación del Hijo de Dios, es la humanidad de Jesús. Y decía un poeta que cuando Dios nos mira a nosotros, no puede dejar de pensar en Su Hijo, y no puede dejar de amarnos con el mismo amor con el que ama a su Hijo. Ese amor es un amor infinito. Ese amor es un amor sin límites. Ese amor es un amor eterno.

Yo sé que os cuesta, a lo mejor, imaginarlo. Pero yo quiero deciros que antes de que existieran las estrellas, las galaxias, antes del Big Bang, cada uno de vosotros estabais en la mente y el corazón de Dios. Porque Dios es eterno y, cuando Dios dice “te quiero”, es desde siempre y para siempre, y eso es lo que hemos aprendido a conocer a Jesucristo, que no estamos sólo para vivir aquí de una manera más sofisticada que viven las hormigas, las lagartijas o los animalillos, sino que nosotros estamos hechos para participar de la vida de Dios, estamos hechos para ser felices, estamos hechos para un amor infinito. Estamos hechos para una verdad inagotable, para una belleza sin límites, que no cansa y que no deja mal sabor de boca; que no nos apropiamos de ella como quien posee algo, sino que se apropia de nosotros. Porque estamos hechos para Dios y Dios es la belleza más grande y el bien más grande, y el amor más grande, y la verdad más grande. Y por eso nos cansan y nos fatigan a veces tanto otras realidades del mundo. Por eso, muchas veces nos ponemos tristes, porque quisiéramos algo más verdadero, quisiéramos un amor más verdadero, quisiéramos que nuestras relaciones fueran más bonitas, quisiéramos que nuestra vida sea más bonita. Bueno, pues Cristo, y el amor de Cristo, viene a nuestro lado, no para hacer que no nos pase nada, que, de repente, yo aprenda inglés sin estudiarlo, por ejemplo, o matemáticas, física. No viene para eso. ¿Para qué viene? Para que sepáis que cada uno de nosotros tiene un valor infinito a los ojos de Dios.

La Confirmación…, estamos muy acostumbrados a decir “me voy a confirmar la semana que viene” o “yo me confirmo este año”, pero no sois vosotros los que confirmáis. No confirmáis nada más que el Credo que vuestros padres profesaron en nombre vuestro en vuestro Bautismo. Y en el Credo decís que Le conocéis y que esperáis de Él lo más grande, lo que nada más que Dios podría daros: el perdón de todos vuestros pecados y la vida eterna. Ni la persona que más os quiera, ni vuestros padres, nadie podría daros eso más que Dios. Y eso es lo que decís y luego, como respuesta a esa profesión de fe, el Señor viene a vosotros. Viene a vosotros para acompañaros y para acompañaros para siempre. Es Él el protagonista y el sujeto de la Confirmación. Es Él quien confirma la Alianza nueva y eterna que hizo en su Pasión con cada uno de nosotros y con cada uno de vosotros, y de la que es verdad que nosotros empezamos a participar ya por el Bautismo. Por el Bautismo ya recibimos los frutos de esa Alianza. Pero no es lo mismo, porque en aquel momento no os dabais cuenta de nada y ahora podéis daros cuenta de lo que significa ser amado con un amor infinito. Tener a disposición siempre una misericordia infinita y eso es como tener un suelo firme para vivir y para poder vivir contentos. Cristo ha venido para que nosotros podamos vivir contentos y, sin Cristo, la alegría se nos acaba muy fácilmente. Venimos todos ahora, después de todo este año tan peculiar, singular, difícil y tan duro para tantas personas, y muchas veces las personas te acusan el cansancio.

Necesitamos la Vida de Dios. Y la Vida de Dios es Su amor. Necesitamos Su amor y lo que yo os comunico esta tarde, a través de los gestos del Sacramento, es ese amor infinito de Dios, que confirma y ratifica el amor que os tiene desde toda la eternidad y que os va a tener siempre. Pero que expresó en forma de Alianza que quería hacer con nosotros en su Pasión y en su muerte.

Os he dicho que es para siempre y quiero insistir en ello, porque nosotros, a lo mejor nos olvidamos, seguro. Somos muy olvidadizos y muy cortoplacistas, se nos pasan las cosas y a lo mejor nos olvidamos. O a lo mejor, la vida tiene tantos tropiezos y tantos enredos que terminamos pensando que no puede ser verdad que Dios nos quiera. Yo os aseguro que nunca, nunca, nunca dejará de quereros. Y podría estar una hora diciendo: nunca dejará de quereros, nunca dejará de quereros… como para grabarlo a fuego en vuestro corazón.

Aunque vosotros le dejéis a Él, incluso aunque le expulsarais de vuestra vida, Él estaría pegado a vosotros -seguiría en vosotros, porque si estamos vivos es porque el Señor está en nosotros ya-, pero estaría a vuestro lado esperando que pudierais llamarLe, invocarLe de nuevo, e inmediatamente sería como el primer día de la Creación. Nunca dejará de quereros.

No quiero cansaros. Sólo quiero subrayar una cosa y es que los gestos, a través de los cuales pasa ese don tan grande que acabo de escribir, son muy pequeños, muy chiquitillos: una imposición de las manos, una señal de la cruz, una unción con aceite consagrado. Pero no despreciéis la pequeñez de los gestos. La mayoría de los gestos humanos son muy pequeños: una sonrisa, qué cosa tan pequeña. Un beso, una caricia, una mano tendida y, sin embargo, por esos gestos puede pasar algo muy grande, puede pasar un amor verdadero. También hay besos de traición, todos recordáis el beso de Judas. Cuando los hombres decimos “te quiero”, no siempre es verdad lo que decimos y una de las tareas de la vida es descubrir cuándo esos gestos son verdad y cuándo no lo son. Pero cuando Dios dice “te quiero”, Dios no miente y, a través de los gestos pequeños de los Sacramentos, el Señor Se nos da. Y se nos da no porque quiere conseguir que seáis buenos y es como un truquillo (sería un truco muy malo y valdría muy poco el amor de Dios). Se os da porque quieres estar con vosotros, porque os desea, porque os sigue.

Es verdad que nosotros podemos seguir al Señor, pero antes que nosotros podamos seguir al Señor, nos sigue Él a nosotros, nos persigue Él a nosotros. ¿Para qué? Para que estemos contentos, simplemente. Hay mucho orgullo en pensar que nosotros podemos darLe algo a Dios o que Él necesita algo que nosotros pudiéramos dar. No. Somos nosotros los que necesitamos de Ti, Señor. Somos nosotros los que, para poder afrontar la vida y sus durezas, y sus fatigas, necesitamos de Ti. Pero Tú estás con nosotros, sabemos que estás con nosotros, nos fiamos del don que Tú haces de Tu vida y nos lo haces en Tu Iglesia.

Y fiados de ese don, acometemos la tarea de vivir con fortaleza, con alegría.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de mayo de 2021
S.I Catedral

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