Muy querida Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios al que todos pertenecemos;
sacerdotes;
fieles cristianos laicos;
consagrados, religiosos (todos somos parte de ese único pueblo que pertenece al Señor; que el Señor se ha elegido para Sí como pueblo suyo, como familia suya y, al final, como esposa y como cuerpo de su Hijo):

Para mí es una alegría celebrar esta… (…) este es uno de los lugares para mí más queridos de la diócesis. Nos echaban del sitio donde estábamos con un expediente de expropiación por dos años y seis meses allá por el año 2006, y había que buscar un lugar nuevo. Yo me pasé un año buscando colegios mayores o residencias de universitarios de las que hay en Granada que pertenecían a religiosas, pero ninguna reunía las condiciones que se requerían para establecer la Escuela. No se me olvidará el día que vinimos a ver el solar. Las tres personas que vinieron de la antigua Escuela, de las que aquí hay dos, les dio un ataque que nunca sabré decir si era de histeria o de risa. Era una risa profundamente histérica, de decir, “pero este hombres está loco. Nos dice que va a haber aquí una Escuela”. Era un solar.

El Señor, a través de personas concretas que han trabajado y se han dejado los ojos y lo han hecho lo mejor que sabían hacer… La Escuela empezó en el año 2008. Recordáis que el año 2008 es el año de la primera gran crisis de nuestra economía y parecía todavía más utópico, más imposible que esto fuera adelante. El compromiso era de hacer aquella obra en 3 años y en el año 2011 la inaugurábamos: en octubre del año 2011. Se han terminado algunos detalles; quedan otros muchos, especialmente en la capilla, pero está viva. Yo me moría de gusto de ver de nuevo la cafetería iluminada, con gente que se movía en la cafetería, por el patio y por el camino. Han pasado ahí muchos chicos y chicas que han estudiado aquí. Yo espero que puedan ser unos buenos maestros, en el sentido de transmitir una experiencia de vida que sea bella. Y mi preocupación porque el lugar fuese bello es porque los lugares en los que vivimos, en los que rezamos, en los que trabajamos y comemos, también como la manera de vestirnos, terminan determinando un poco la imagen que tenemos cada uno de quienes somos. Determina mucho la imagen que los demás tengan de quienes somos y no es lo mismo vestirse con delicadeza y con cuidado. De la misma manera no es lo mismo estar en una capilla cutre y fea, o llena de cosas como si fuese un pequeño museo de cornucopias o cosas que no significan nada, o que no es posible explicar el significado en un relato lineal y seguido que, por muy bonitas que sean las cosas que se acumulan; y no es lo mismo estudiar en un lugar bello, sencillo, donde nada nos distraiga de nuestra misión y de nuestra tarea.

Los armenios tienen una norma en su arte que, a pesar de ser unos enamorados de la simetría, las obras de arte siempre tienen un punto que es asimétrico. Muchas veces es la esfera y dibujos geométricos que recuerdan la esfera, o que parten de la esfera, pero siempre hay un punto de asimetría, incluso en el diseño de las ventanas. Todos son iguales y una es un poquito diferente. Y la razón que dan es bellísima. Y es que la simetría perfecta, la perfección, sólo pertenece a Dios. Las criaturas somos siempre imperfectas.

Inauguramos en este curso la escuela en la fiesta de san Juan Pablo II y también es un don. La memoria de san Juan Pablo II está aquí viva porque fue muy cerca de aquí donde celebró la Eucaristía que celebró cuando vino a Granada. Eso hace que su estatua también esté en nuestro patio. Iba a haber estado aquí, en el presbiterio, pero una vez visto su lugar y el papel que podía tener en el jardín, decidimos dejarla allí y que fuera vista desde todos los rincones del patio y desde otros rincones de la casa. Ya terminaremos el presbiterio lo antes posible, pero de otra manera. En la idea original, lo digo por si alguno se anima, en ese muro de cemento estaba previsto que hubiese unas cuantas frases sencillas de las de san Juan Pablo II. Voy a recordaros dos: “No tengáis miedo” y “Abrid las puertas a Cristo”. Las dos las dijo Juan Pablo II en su primera intervención desde la ventana de San Pedro nada más ser elegido. Y abrir las puertas a Cristo lo podemos entender como que Cristo entre en nuestro corazón, entre en nuestras vidas. Eso es absolutamente necesario. Pero hoy el “no tener miedo” puede significar otra cosa: no tener miedo a hablar de Jesucristo. Ninguno. Ni avergonzarse de hablar de Jesucristo. Es verdad que si hablamos de una determinada manera, como se hablaba en la espiritualidad barroca o en la espiritualidad decimonónica más decadente todavía, seguramente no producimos ninguna conmoción en nadie y, al mismo tiempo, ninguna credibilidad, porque parece algo artificial, algo traído por los pelos. Sin embargo, el mensaje más profundo de san Juan Pablo II era “el hombre no puede vivir sin amor” y, precisamente por eso, tiene que abrir su vida a Jesucristo. Con toda su pecaminosidad, con toda su realidad, con todas sus fragilidades, con todo lo que es. Sólo abriendo su vida a Jesucristo puede ser plenamente él mismo.

Yo creo que ese era el mensaje fundamental de san Juan Pablo II. “Cristo -lo dijo citando al Concilio cientos y cientos de veces- revela el hombre al hombre mismo”. Al revelarnos al Dios Padre, al Dios que es Amor, nos revela nuestra propia vocación, nuestro destino, nuestro significado y nuestra vida, y por lo tanto en Cristo se iluminan todas las circunstancias de la vida: la Misa, el trabajo, la relación con la tierra, el amor humano, el amor esponsal, lo que es la paternidad. Absolutamente todas las dimensiones de la vida humana, hasta la economía y el comercio, se iluminan desde Cristo y desde la Eucaristía, que recoge todos esos aspectos y los manifiesta sacramentalmente, lo cual significa “misteriosamente”, pero eso no quiere decir que sea como las películas de suspense o de terror, sino con una luz demasiado grande para poder nosotros percibirla de golpe. La percibimos poco a poco y a la medida de nuestras limitaciones.

“Abrir las puertas a Cristo” porque Cristo es el amor hecho carne y el que nos permite algo a lo que el Papa Francisco -tiene un estilo distinto al de Juan Pablo II o el de Benedicto XVI, pero os aseguro que sus enseñanzas son las mismas- ha llamado a toda la Iglesia a unos años de trabajo sinodal. La palabra “sínodo” significa “camino que se hace con otros”, caminar juntos. Parroquias con movimientos, movimientos con parroquias y con comunidades. Congregaciones religiosas con sacerdotes y congregaciones de tipo clerical. Es decir, que podamos mostrar al mundo que realmente somos un cuerpo, donde todos necesitamos de todos. No hay ninguna realidad, ni siquiera el Papa. A mí me tocó hace 15 años recoger la biblioteca de un arzobispo de Madrid. Tenía el título de Patriarca de las Iglesias occidentales y murió cuando yo tenía 13 años. Me pidieron, junto con otros seminaristas, que recogiéramos su biblioteca y parte de lo que nos tocó recoger fueron los libros de consulta del Santo Padre antes de proclamar el Dogma de la Asunción. Aproximadamente, cien volúmenes donde se había consultado a todas las diócesis del mundo (eran unas 2.700 del mundo), a todas las universidades y facultades de teología católicas. Quiero decir que el mismo Papa no puede decir “voy a convocar esto”. No hay ninguna realidad en la Iglesia, ninguna, que pueda hacerse a sí misma autorreferencial que no tenga que esforzarse por mirar fuera de sí, mirar en los demás, mirarse en los demás y preocuparse de la comunión con los demás. Si no, no somos la Iglesia. Nos convertimos sin darnos cuenta en sectas. También una diócesis puede convertirse en una secta que rompe la comunión con los hermanos, los obispos o el Santo Padre. Pero esa indicación a caminar juntos yo creo que sirve para todo.

Estáis aquí un buen grupo de personas que sois profesores. Otros estudiantes que habéis venido por motivos muy diferentes. Pero todos con una necesidad humana que es lo que nos permite a todos, cogiendo el mensaje de Juan Pablo II y atendiendo al significado que tiene Cristo para la vida humana, acercarnos unos a otros. Y eso es la necesidad de ser felices. Todos buscamos ser felices. Hasta cuando uno ve a unos muchachos haciendo el oso en la plaza de Bib-Rambla, o perdidos, que da pena verlos, en la puerta de una discoteca, o volviendo de juerga a las 6 de la mañana tambaleándose. Todos quieren ser felices, todos queremos ser felices. Y si yo no lo vivo de esa manera que ellos viven, que me da tanta pena que a veces me dan ganas de llorar (también de cómo visten, porque a veces parece que les ha vestido el enemigo, por que no es que quieran poner de manifiesto su belleza. Ojalá pusieran de manifiesto su belleza. No es eso lo que ponen de manifiesto, en absoluto). Y dices: “Dios mío, si yo no vivo como ellos no es porque yo sea mejor, sino porque Tú has querido preservarme, y preservarme para que pueda ayudarles mejor a ellos o estar más cerca de ellos, o quererlos mejor”.

Vamos a rezar en este curso (que es un curso que empieza después del año y pico de confinamiento, y yo tengo la impresión de que a veces la postpandemia…) por que salen a la luz las heridas que estaban o que se han generado en la pandemia, en muchos aspectos más dura que el mismo confinamiento, o tiene aspectos más duros que el mismo confinamiento, o aparecen más claras ciertas heridas que estaban antes del confinamiento o que han nacido con el confinamiento; ayudarnos a curar esas heridas, aliviarnos unos a otros, a mí me parece eso un privilegio.

Hoy inauguramos esta iglesia como una parroquia personal. Siempre he pensado una cosa que una de las personas que a mí me ayudó a mantenerme firme cuando esto parecía una utopía total y una imposibilidad casi total me dijo: “Será la parroquia más importante de su diócesis”. Y es verdad. Considero que esta es la parroquia más importante que tiene la diócesis de Granada y lo que, quienes nos sentimos cristianos, tenemos una preciosa responsabilidad y comunicar el amor de Jesucristo, que no se comunica hablando de Él, como hago yo ahora, sino que se comunica queriendo. No hace mucho leía yo un artículo de un filósofo que a mí me gusta. El título del artículo es “La irrelevancia de los cursos de ética en las escuelas de negocios”. Pero quien dice “las escuelas de negocios” dice cualquier currículum de universidad, porque la ética no se aprende dando un discurso. La ética se aprende caminando con alguien que tiene experiencia de camino.

Esos cursos de ética no sirven para nada. La experiencia de la vida cristiana enseña más ética de lo que pueden dar los cursos. No se aprende a jugar al golf leyendo un libro sobre golf, o no se aprende a nadar leyendo un libro sobre cómo nadar. Así que estáis aquí y tenéis a novecientos y picos jóvenes cerca de vosotros. Pedidle al Señor que vuestra experiencia de Cristo resplandezca en nosotros. Que al lado de vosotros puedan decir “estamos contentos” o “no lo estamos”. Los ojos son lo más expresivo. Después de los ojos, la sonrisa. Quizás la sonrisa más que los ojos, pero van unidos los dos.

Que vuestros ojos proclamen la alegría de quien ha encontrado el sentido de vuestra vida, de vuestra plenitud humana, aunque seamos muy pobres. Yo lo pido para cada uno de vosotros. Lo pido también por los estudiantes. Me acuerdo de ellos todos los días, y todos los días pienso “qué suerte tenéis vosotros de trabajar aquí con ellos y qué suerte tienen ellos de tener unos pocos cristianos cerca que puedan mostrarle, en la forma de mirarles, de estar con ellos, de tratarles, algo del amor con el que vosotros sois amados por Cristo”. Es decir, un amor sin límites, sin condiciones, infinito.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

22 de octubre de 2021
Parroquia personal del Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada”