Fecha de publicación: 10 de mayo de 2019

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
saludo especialmente al Rector del Santuario;
(me acompaña un diácono, que ha venido de Venezuela).

(…) La verdad es que San Juan de Ávila tiene que ver con Granada también. Su episodio más conocido de su vida en Granada fue la conversión de aquel aventurero portugués que sería después san Juan de Dios, y que ha marcado, por así decir, la historia de la Iglesia en Granada con su presencia, y la presencia de su obra hasta el día de hoy. Y no sólo en Granada, sino que los Hermanos de San Juan de Dios están esparcidos por muchos lugares del mundo como fecundidad de aquella predicación de san Juan de Dios. Por cierto, yo invito a los montillanos que alguna vez hagan una peregrinación a los lugares granadinos de san Juan de Ávila, que los hay, y hacemos intercambio de dones, como le gustaba decir tanto a san Juan Pablo II.

Pero él vivió allí. En aquel entonces, era una especie de batiburrillo (…). Sencillamente, aquello era una mezcla (basta asomarse a un bajo relieve que hay en la Capilla Real en el que se muestra bautizando a la población de Granada. Se ven rostros de todos los colores, razas… Hay vestidos de árabes, hay vestidos de turcos, hay vestidos de otros lugares del mundo. Hay algunos indios ya). Y en aquel contexto el maestro Ávila ejerció su ministerio, su sacerdocio y predicó y enseñó, y acompañó a muchas personas.

El “Audi, Filia”, que está dirigido a una mujer granadina. Y os doy un detalle del “Audi, Filia”, que es poco conocido, incluso para los montillanos. Y es que cuando se estaba preparando la edición inglesa, la mujer que lo estaba preparando descubrió que habían traducido el “Audi, Filia” al francés en un seminario de jesuitas, y poco después empezaron en Inglaterra las persecuciones a los católicos, de tal manera que los sacerdotes o los que se querían formar como sacerdotes en Inglaterra, acudían a ese seminario de Francia donde se había traducido el “Audi, Filia”. Y alguien, todavía en el S. XVII, la tradujo al inglés. Y el “Audi, Filia” fue un manual de preparación para los cristianos perseguidos para prepararse al martirio, y lo leían como preparación y disposición al martirio. Por lo tanto, siempre dentro de caminos siempre inesperados, porque el Señor es muy creativo y tiene una imaginación riquísima, y la caridad no se deja vencer nunca por las cosas y proyectos de los hombres. Ciertamente, la caridad de san Juan de Ávila, ya en el S. XVII, estaba produciendo frutos entre los cristianos, hombres y mujeres de Inglaterra, que sabían que el martirio era una posibilidad más real en su propia vida cotidiana.

(…) Pero hay un rasgo, que por lo que acabo de decir de Granada, y por el momento en que vivió así a grandes rasgos, tiene parecido. Estoy pensando en el Papa Francisco cuando dice que estamos ante un cambio de época. Y es cierto. Y un cambio de época con una profundidad y de una radicalidad como no se ha conocido en otro tiempo. (…)

Son cosas a las que los hombres no estamos ni siquiera suficientemente preparados: cambios en la estructura de trabajo, cambios en la estructura económica, cambios en el modo de educarse… San Juan de Ávila vivió en un cambio de época, fue el Renacimiento. Compartían el comienzo del periodo de la modernidad, la modernidad barroca. En ese cambio de época sucedió también la Reforma Protestante, que se apartó sencillamente, apartó la pertenencia de Cristo, la Presencia de Cristo viva, en su Cuerpo que es su Iglesia, como algo no perteneciente a la esencia de la fe. Un montón de protestantes han querido mucho al Señor y quieren mucho a la Virgen, la veneran, no de la misma manera que nosotros, por supuesto, pero la veneran y la sienten cerca: es la Madre de Jesús. Pero lo que no sienten es que la Gracia sea algo que permanece en la historia después de Cristo. Y en ese contexto el Señor suscita, y lo suscita aquí en España, y concretamente aquí, en Andalucía, toda una serie de santos. Yo siempre digo que los santos vienen a puñados, porque cuando el Señor ve la necesidad de los santos, coge un buen puñado de ellos y los desparra. Así que san Juan de Ávila está ligado a santa Teresa de Jesús; está ligado a san Juan de la Cruz; está ligado a san Juan de Dios; por supuesto, está ligado a san Ignacio de Loyola, en los comienzos de la Compañía de Jesús en aquel momento; está ligado a un gran movimiento de renovación en el que, con discernimiento, incorporó lo que había de válido en aquella cultura. A san Juan de Ávila la acusaron durante su vida de ser erasmista. Erasmo era un hombre del Renacimiento, un hombre que recuperaba la cultura griega y romana, la cultura antigua. Y eso era para muchos algo peligroso y de hecho le acusaron desde la Inquisición de ser erasmista, y la influencia de Erasmo y de las obras de Erasmo, y de su sensibilidad renacentista, está en san Juan de Ávila. Pero aquello no era un pecado. Aquello era simplemente un modo nuevo de acercarse a la realidad, diferente. Pero en la época de san Juan de Ávila todavía convivían restos de la Edad Media decadente, donde la vida cristiana se caracterizaba sobre todo por grados y grupos humanos muy fosilizados. Y no había mucho espacio para la expresividad personal. Se descubre la interioridad. En esa cúpula del Renacimiento, tanto él como santa Teresa, o san Ignacio de Loyola, impulsan ese descubrimiento de la vida interior. ¿Para qué? Para poner en el centro a Jesucristo y el amor a Jesucristo. Para poner en el centro, lo que hay que poner, lo único que es permanente en el cristianismo. Las formas de aquella edad también iban a desaparecer, y desaparecieron en su gran mayoría. Y sin embargo, ellos hicieron fecunda aquella nueva cultura, con la savia viva del Evangelio. San Ignacio de una manera… Fijaos qué simples. Por un lado, la afirmación de Jesucristo como centro de todo, fuente de la vida de la Iglesia. La afirmación de la Eucaristía, porque era el lugar donde Cristo se hace presente. Y en el caso de san Juan de Ávila, el sacerdocio vinculado a la Eucaristía, como un modo de educación en el amor a Dios a través de Jesucristo.

Pero quiero subrayar su figura como educador en ese contexto, en una cultura. (…) ¿Y quiénes han rescatado para nosotros la vida cristiana? Justamente, este grupo de santos, entre ellos san Juan de Ávila.

Y vinculada a esa centralidad de Jesucristo, está en él la educación. Él fue un fundador de colegios, fue fundador de la universidad. Lo mismo que el arzobispo que, una generación después, crea la Abadía del Sacromonte, y curiosamente crea la Abadía del Sacromonte como lugar de peregrinación, en primer lugar para mujeres. La primera procesión que se hizo a la Abadía del Sacromonte fue una procesión de mujeres que dicen que llegaba desde la ciudad hasta la abadía, que son cinco o seis kilómetros. Eso, en una ciudad que había sido musulmana, no es cualquier cosa. No deja de ser como una señal. (…) El redescubrimiento y la revalorización del papel incluso de la mujer en la historia y en la vida del Iglesia.

Pero de nuevo, se crea una Abadía, pero una abadía que sea como universidad. Y san Antonio María Claret, que había ido tomando notas a lo largo de su vida, tenía un libro que se llamaba “Manual de obispos”, tiene una vida pequeñita, de diez páginas o así, del fundador de la Abadía del Sacromonte y lo compara con san Juan de Ávila, con san Juan de la Cruz y con todo ese grupo de santos que hicieron un renacimiento de la vida de la Iglesia en medio del Renacimiento pagano que se había promovido. (…).

Nosotros vivimos un cambio de época y seguramente no tenemos que hacer las mismas cosas que san Juan de Ávila, pero sí que tenemos que mirar a los santos para mirar en los mismo puntos a los que ellos miraban. Si tuviéramos que definir el actual momento de la Historia con una frase sería: “Es el momento donde el cristianismo culturalmente ha dejado de ser significativo en Occidente”. Así de sencillo. Vivimos en un tiempo culturalmente post-cristiano. ¿Quiere eso decir que no hay muchos cristianos? No, hay muchísimos cristianos, pero también como decía Péguy: “¿Por qué tantos buenos cristianos no hacen una buena cristiandad?”. No tenemos mucho sentido de Iglesia y pensamos que la vida cristiana es fundamentalmente una vida moral, individual, en la cual desarrollamos virtudes y cualidades sin ninguna relación personal con el Señor, que es prácticamente individual. Con eso seguimos al espíritu del mundo, porque es el mundo el que ha creado ese mito que se llama el “individuo”, que es una especie de burbuja replegada sobre sí misma.

Poder afirmar en este momento a Jesucristo para recuperar nuestra condición de Cuerpo de Cristo, nuestra conciencia de Cuerpo de Cristo, nuestra conciencia de Iglesia, y de que ni siquiera los grupos o realidades, por muy reconocidas que estén en la Iglesia, somos burbujas. En el cuerpo, si a mí me cae una mota de polvo en el ojo, el dedo no tiene la misma vocación que el ojo; la vocación del ojo es ver, pero la del dedo es ir al ojo a tratar a ver si puede quitarle esa mota de polvo en el ojo. En el cuerpo todos están, no pendientes de ser los primeros y mejores, sino que están pendientes del cuerpo.

Afirmar hoy a Jesucristo significa recuperar nuestra conciencia de Iglesia como realidad visible, y yo sé que en Andalucía, Dios mío, nunca le damos bastantes gracias a Dios por el hecho de que la Iglesia, al menos en la Semana Santa, al menos en las procesiones, nos hacemos visibles de muchas maneras. Pero que podamos vivir el día a día con esa conciencia de pueblo. Con esa conciencia de que somos el Cuerpo de Cristo. Místico, es verdad, pero eso no quiere decir invisible. La Presencia de Cristo en nosotros es misteriosa, porque no la fabricamos; porque no podemos envasarla, ni vender en una tienda o comprarla; porque es don de Dios. Es don de Dios. Eso es lo que significa mística. Pero el Cuerpo de Cristo es visible, los miembros son visibles. “Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos tocado”… eso tiene que ser posible. Si no hay esa recuperación de la conciencia de Iglesia, difícilmente seremos nada en este mundo; nada, más que un residuo de un pasado intimista y fácilmente pietista si nuestra religiosidad no está vinculada con la experiencia nuestra de la vida.

Y luego, recuperar a Jesucristo en el centro de nuestras vidas significa amar lo humano por encima de todo. Y a todos los hombres. Y sin excepciones. Porque si no, no somos el Cuerpo de Cristo. Jesucristo ha dado el gran salto. Vino a compartir nuestra condición humana “y tomó la condición de esclavo, y pasó por uno de tantos y se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Ser de Cristo un amor a los hombres, así, capaz de amar a los hombres hasta la muerte, por el Señor, en el Señor. (…)

Para todos nosotros, tengamos la condición que tengamos (religiosos, consagrados, sacerdotes, laicos, todos), estamos llamados, porque somos imagen de Dios, y del Dios que es Amor. Y hemos conocido en su Hijo Jesucristo al Dios que es Amor y que todos los días celebramos la Eucaristía diciendo: “este es mi Cuerpo”, “repartidlo”, “¡es vuestro!”, “¡os lo doy!”. Nos da Su Vida, nos da Su Cuerpo y Su Sangre. ¿Cómo podemos decir que somos de Cristo si no amamos el destino del mundo que está perdido? ¡Perdido! Y el amor nos tiene que dar las claves para cómo llegar a ese mundo. Cómo poder no sermonearle, no juzgarle, sino amarlo de tal manera que pueda no sentir el frío inconsciente de la noche oscura en la que vive mucho de nuestro mundo; algo de calor, de la caricia de Dios. Algo de la ternura de Dios, en su cuerpo, ¡que es nuestra comunión! Estamos más cerca de Dios porque nuestro corazón se parece más al corazón de Cristo. Sólo cuando uno se pone en esa perspectiva frente al mundo, y no en otra -no en la de jueces, ni en la empeñarnos en que sea cristiano un mundo que no es cristiano. Si nadie da lo que no tiene-, sólo entonces, podremos decir como decía San Pablo, “¿quién nos separará del amor de Cristo?”. ¿Por qué tenemos a veces tanto miedo a lo que puedan decir, diríamos, instancias públicas, que puedan ser perseguidoras o cosas así, si a lo mejor a veces las necesitamos? Necesitamos purificar nuestra fe. Y que no parezca que estamos agarrados con los privilegios o a una historia gloriosa y tan bella, pero que no es imprescindible.

En este tiempo de Pascua estamos leyendo a los Hechos de los Apóstoles. Los apóstoles no tenían colegios, no tenían universidades, no tenían catedrales, no tenían nada. No tenían oro ni plata. Al hombre de hoy tenemos que poder decirle lo mismo que San Pedro al enfermo de la puerta del templo: “No tengo oro ni plata. Tengo a Jesucristo. En el nombre de Jesucristo, levántate”. Tenemos un montón de cosas, pero si no las tuviéramos, no pasaría nada, porque seguiríamos teniendo a Jesucristo. Y si tenemos a Jesucristo, somos los hombres y las mujeres más felices del mundo. Porque lo tenemos todo. También decía San Pablo: “Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios”. Si nosotros somos de Cristo, somos los más ricos del mundo.

Sólo una cultura que vuelva a poner en el centro lo humano podrá orientar a este mundo hacia algo mejor que la destrucción sistemática y silenciosa en la que vivimos. Pero para poder poner al hombre en el centro del mundo, tiene que estar Dios en el centro del corazón de los cristianos. Tenemos que ser la Iglesia de Jesucristo: un pueblo que porque ama a Jesucristo, ama a los hombres. Siempre, por encima de todo.

Que el Señor nos conceda la Gracia que el Señor ha concedido tantas veces a su Iglesia de ser portadores suyos en un momento en que en Occidente. Parece que la Iglesia está como retrocediendo, pero en el mundo no es verdad eso. En África, el África subsahariana, los bautizos crecen cada año. El país en el que más crece la Iglesia en este momento es Vietnam. (…)

Tiene el Señor gracia, imaginación y está vivo cuando está aquí. Dios mío, ¿vamos a temer nosotros? ¡Por nada del mundo! “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”.

Señor, que sepamos ser nosotros dignos del nombre de cristianos, dignos de Ti. Por la certeza de que Tú estás con nosotros y por la certeza de que en nosotros habita Ese mismo para el mundo. ¡Somos un cuerpo herido a través del cuál Tú amas a los hombres, Señor! Ese mundo perdido, pero que necesita cariño, necesita amor… Si es la única medicina. Si es el bien más escaso del mundo, más escaso que el oro. Mucho más escaso. También entre nosotros.

Yo lo pido para mí, lo pido para las comunidades que estén aquí, lo pido para nosotros: “Señor, conviértenos”. Y haz que en este momento de la Historia, justo en este momento de la Historia, danos unas cuantas docenas de santos. Lo mismo fuera en Vietnam que aquí. En un mundo que muere de sed de desamor, delante de nuestros ojos. Que así sea, para todos nosotros.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

9 de mayo de 2019
Basílica Menor Pontificia San Juan de Ávila
Montilla (Córdoba)