Por un mayor cuidado y amor a nuestros enfermos y ancianos

Para abordar la cuestión de los últimos compases de la vida es necesario situarnos en una perspectiva adecuada que parte, naturalmente, de conocer la verdad profunda del ser humano y del sentido de su existencia. No es posible captar la riqueza insondable y la dignidad de cada persona si no es a la luz del amor que, como lámpara preciosa, nos hace captar la verdad y el sentido último de la realidad. Es en la experiencia amorosa donde se revela la irreducible originalidad de cada persona concreta. Y ser persona entraña estar constitutivamente abierto a la trascendencia e inclinado a la comunión con Dios y con los demás. Cada uno de nosotros es un don en sí mismo y para los demás y solo podrá realizar la plenitud de su existencia cuando sale de sí para entregarse o, en palabras evangélicas, perder la propia vida, eso sí, para encontrarla de modo pleno y definitivo (cf. Mt 10, 39). Por cada uno de nosotros Cristo ha muerto en la cruz, y con su Resurrección ha roto las cadenas de la muerte.

1. Visión cristiana de la debilidad

En este contexto interpersonal, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte constituyen un misterio que apenas alcanzamos a comprender, y, sin embargo, de un modo u otro, a todos nos afecta. Pero también tenemos experiencia de que son realidades que, vividas bajo la mirada de Dios que es amor, lejos de dañar la dignidad del hombre y su libertad, constituyen una ocasión excepcional en la que se revela la grandeza de nuestra existencia. En este sentido, el papa Francisco ha realizado la siguiente afirmación: «Conocemos la objeción que, sobre todo en estos tiempos, se plantea ante una existencia marcada por grandes limitaciones físicas. Se considera que una persona enferma o discapacitada no puede ser feliz, porque es incapaz de realizar el estilo de vida impuesto por la cultura del placer y de la diversión. En esta época en la que el cuidado del cuerpo se ha convertido en un mito de masas y, por tanto, en un negocio, lo que es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la felicidad y de la tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante (…). En algunos casos, incluso, se considera que es mejor deshacerse cuanto antes, porque son una carga económica insostenible en tiempos de crisis. Pero, en realidad, con qué falsedad vive el hombre de hoy al cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad. No comprende el verdadero sentido de la vida, que incluye también la aceptación del sufrimiento y de la limitación. El mundo no será mejor cuando esté compuesto solamente por personas aparentemente “perfectas”, por no decir “maquilladas”, sino cuando crezca la solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo (…). No existe solo el sufrimiento físico; hoy, una de las patologías más frecuentes son las que afectan al espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque está privado de amor. La patología de la tristeza (…). La felicidad que cada uno desea, por otra parte, puede tener muchos rostros, pero solo puede alcanzarse si somos capaces de amar. Es siempre una cuestión de amor, no hay otro camino… El modo en que afrontamos el sufrimiento y la limitación es el criterio de nuestra libertad de dar sentido a las experiencias de la vida, aun cuando nos parezcan absurdas e inmerecidas. No nos dejemos turbar, por tanto, de estas tribulaciones (cf. 1 Tim 3, 3). Sepamos que en la debilidad podemos ser fuertes (cf. 2 Cor 12, 10)»1.

La concepción de las profesiones de la salud y de la tarea de quienes se dedican al cuidado de los enfermos y ancianos como ayuda, tutela y promoción de la vida es la base de un auténtico servicio que busca promocionar y tutelar la vida humana, de modo particular aquella más débil y necesitada. La sociedad actual solo considera valiosa la vida de los jóvenes, y se minusvalora la vida de los ancianos y de los enfermos porque se considera que ya no son útiles, al ser dependientes y, por tanto, que no tienen futuro. ¿No será esto una muestra de la falta de humanidad de la sociedad actual? Afirmaba el papa Benedicto XVI que «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la com-pasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente es una sociedad cruel e inhumana» .

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Jornada por la Vida 2017