Verdaderamente, qué hermoso es poder celebrar juntos, todavía antes del amanecer del día, esta preciosa fiesta de la Asunción de la Virgen, que es como la prenda de nuestra propia vida eterna, la prenda de nuestra propia resurrección.

Los cristianos no sólo creemos que hay un Dios. Eso lo han creído todas las culturas a lo largo de todos los tiempos, y probablemente lo creen también quienes dicen que no lo creen. Pero nosotros creemos que ha sucedido algo en la historia, inaudito, inimaginable para el hombre, y es que ese Dios se ha revelado como amor abrazándonos en su Hijo Jesucristo, asumiendo nuestra condición humana, naciendo de una mujer y entregándonos a Su madre como Madre nuestra, y poniéndonos en ella la prenda de su triunfo sobre el mal y sobre la muerte.

María representa siempre el espejo de lo que es la vocación de la Iglesia, de la vocación de todos nosotros. Luego, nuestras vocaciones son distintas: unos trabajan en unas cosas, otros en otras; y todos, si lo hacemos según el designio de Dios, para el bien de toda la comunidad humana. Unos tienen vocación de casados, otros, por una razón o por otra, no llegan a casarse, otros son llamados especialmente para la virginidad por el Reino de los Cielos, y sin embargo, todos podemos reconocernos en la vocación de la Virgen como aquello que Dios hace con el hombre. ¿Qué hace Dios con el hombre? Lo que hizo con la Virgen. Ella es el espejo de la vocación de todos. ¿Qué hizo con la Virgen? Quererla mucho, darse a Ella, venir a Ella, vivir en Ella, y colmarla de Su presencia de Su gracia y, al final, hacerla partícipe de Su propia Resurrección, de Su propia victoria sobre la muerte. Y ése es nuestro camino. Somos hijos de la Virgen.

Quienes vayamos a comulgar vamos a participar del Cuerpo de Cristo y vamos a recibir al Señor en nosotros, de una manera misteriosa, pero como lo recibió la Virgen, con la misma verdad, y Cristo vivirá en nosotros. Y cuando caminamos, y cuando cantamos, y cuando estamos comiendo con nuestra familia, cuando estamos celebrando un cumpleaños, y cuando vamos a trabajar, en todas las circunstancias, y cuando vamos al hospital, el Señor está con nosotros, y llevamos al Señor con nosotros incluso más –decían los antiguos cristianos- que lo llevó la Virgen, porque la Virgen lo llevó en su seno nueve meses y nosotros, desde que se ha unido a nosotros en el Bautismo y recibiéndolo en la Comunión, lo podemos llevar todos los días de nuestra vida.

Entonces, la fiesta de hoy, la fiesta de la Asunción de la Virgen en toda la Iglesia, lo que proclama es que el horizonte de nuestra vida no es la muerte; que ya tenemos una de nuestra raza, el orgullo de nuestra raza, la Hija de Dios que constituye la cumbre de la Creación. Una mujer, ya nos ha precedido en el Cielo y en el Destino al que todos estamos llamados. Ya participa plenamente de la Resurrección de Jesucristo en cuerpo y alma. Y eso es lo que esperamos para nosotros.

Una de las consecuencias de eso tendría que ser, y si tuviéramos un poquito de fe (Jesús decía “fe como un granito de mostaza”, es decir, muy chiquitita, muy chiquitita por muy chiquitita que fuera, pero un poquito de fe que tuviéramos), Señor, lo primero que tendría que desaparecer de nosotros es el miedo a la muerte, porque la muerte no es más que el terminar de nuestro peregrinar y llegar a Casa donde nos esperan siempre, siempre, los brazos abiertos del Señor.
Y sé que me diréis muchos: “Pero, los que hemos sido ‘regularillos’ en esta vida, ¿cómo nos va a tratar el Señor?”. Pues, con mucho amor. Si Dios no sabe hacer otra cosa mas que querer. Si fuéramos paganos, que no hubiéramos conocido a Dios, podríamos pensar que Dios estaba lleno de ira y lleno de cólera con nosotros, o irritado con nosotros o así. Pero Dios nos conoce; nos conoce mejor que nuestros padres; nos conoce mejor que nosotros mismos, y ya cuando se hizo hombre, y cuando dio su vida por nosotros en la cruz, sabía lo que dábamos de sí, de la madera que estamos hechos, y no ha dejado nunca de querernos, nunca se ha arrepentido de querernos, nunca se ha arrepentido ni se ha cansado de estar a nuestro lado.

Entonces, ¿cuál es nuestra esperanza? Señor, Virgen de las Nieves, Madre del Señor, acompáñanos en el camino de la vida; que no nos desesperemos; que no pensemos como que la muerte es un final y que lo único que hacemos en esta vida son esas cosas que hacemos, que son siempre muy poquitas, pero cuando parece que ya vamos consiguiendo que la casa sea una casa, y la tenemos toda amueblada, entonces empiezan a doler unas partes del cuerpo u otras, o empieza uno a ir con más frecuencia a la Seguridad Social o por el ambulatorio, o viene el alzhéimer y dices, si la vida fuera lo que podemos hacer en esta vida qué poquito es y cuántas fatigas, Dios mío. Pero esta vida no es más, como un peregrinar (…) caminar, pero sabemos a dónde caminamos. Ésa es la diferencia. Mientras que el hombre o la persona que no tiene fe da vueltas alrededor de la vida, pero sin poder tener la conciencia de que nadie me espera al final. Nosotros sabemos que nos esperan siempre los brazos abiertos del Señor, llenos de amor por nosotros, llenos de misericordia y llenos de ternura, y nos espera el amor, la protección, la intercesión de nuestra Madre la Virgen, que nos la ha dado Jesucristo como madre nuestra en la cruz.

Por lo tanto, tenemos que vivir con la esperanza del Cielo, no tratando de retrasar nada, es decir, de seguir imaginándonos que somos jóvenes y seguir pidiéndole al Señor que tengamos veinte años cuando ya tenemos setenta. Esas peticiones no las escucha Dios. Vamos a nuestra Casa. Vamos al Cielo.

Y fijaros, decimos “la muerte nos separa”. Nos separa y nos une, porque en esta vida no podemos estar juntos más que como (…) un garbanzo está al lado del otro, una manzana está al lado de otra manzana, pero cuando nuestros seres queridos van yendo al Cielo, resulta que ya no hay el cuerpo que nos separa y en la Comunión nos unimos todos y siguen con nosotros, y siguen intercediendo por nosotros, y nosotros por ellos, para que si algún pecado tuvieran que el Señor haya querido purificar, que no sufran, que la victoria final siempre es de Dios. Y eso celebramos el día del 15 de agosto, aparte de celebrar que el beneficiado Martín se vio aquí metido en una tormenta gorda, y en mitad de esa tormenta invocó al Señor y le atendió, y le protegió la Virgen. Y con ese motivo ha nacido esta ermita que nos permite a todos el celebrar hoy (…).

Qué bendición aquella tormenta y aquel episodio que nos ha permitido tener la imagen de Nuestra Señora y el recuerdo de Nuestra Señora tan cerquita del pueblo y por encima de las casas del pueblo, para que su amor y su bendición se derrame sobre nuestros hogares. Sé que venís de muchas partes (…) que la bendición, el cariño y el amor de nuestra Madre nos acompañe en la vida, para que podamos vivir más contentos, menos tensos, menos crispados, más gozosos. Si para nosotros vivir es como una partida de póquer, donde tenemos las cartas marcadas, y que vamos a ganar, porque ha ganado el Señor por nosotros. Que la victoria final es nuestra. No porque nosotros lo merezcamos. Nadie merece el Cielo. Porque el Señor lo ha merecido por nosotros. El Señor ha derramado Su sangre por nosotros. ¿O es que Su sangre va a ser inútil?, ¿o es que Su Madre, que nos ha dado como nuestra madre, no va a servir para nada? No, claro que sirve. Apoyaos en Ella. Agarraos al cuello y pedirLe. Claro que hay que pedirLe… Cuando nos escucha siempre, siempre, es cuando Le pedimos “Señor, que sepamos vivir como hijos tuyos”. Que no nos apartemos de Ti, que nos lleves al Cielo (…).

A veces, incluso cuando pedimos la salud, nunca estamos seguros de que la salud sea un bien. Cuántas veces una enfermedad nos ha servido para descubrir al Señor, nos ha servido para querernos un poco más, quienes pensábamos que no nos queríamos tanto, y se une la familia entorno a esa enfermedad (…).

Dios mío, suceda lo que suceda, no nos sucede nunca nada malo. Lo único malo sería perderse el Cielo, y el Cielo no nos los vamos a perder, no porque nos lo merezcamos, sino porque el Amor de Dios es infinito. Él lo ha merecido para nosotros. Entonces, ¿podemos vivir contentos? Claro que podemos celebrar ser cristianos (…).

El Señor todas nuestras cosas las conoce y aún así podemos abrazar a quien nos ha hecho mal. Podemos querer a quien no nos quiere. Podemos ir sembrando amor en un mundo que está tan necesitado de amor como de pan o de aire para respirar, y de agua. Podemos ir sembrando amor. ¿Por qué? Porque hemos recibido el Amor infinito de Dios y ese Amor infinito de Dios es nuestra esperanza. Y esa esperanza no nos la puede quitar nadie. Y la alegría, que nace de saber que nuestro destino es la vida eterna, es el Cielo; es como una romería, pero sin dolores y sin resacas, eso es el Cielo (…).

El Señor lo dijo así: “Yo pondré en este monte un banquete de vinos generosos y de alimento suculento para todos los pueblos”. Eso es el Cielo: una fiesta llena de amor y que no hay nada más bonito. Y ése es nuestro destino. Y eso empieza ya aquí, estos signos son comienzos del Cielo. ¿Por qué nos sentimos tan a gusto cuando estamos todos al lado de la imagen del Señor o de la Virgen? Pues, porque intuimos que para eso es para lo que estamos hechos, para ser hijos de una misma familia, como hermanos los unos con otros, queriéndonos lo mejor que sepamos y lo otro lo suple el Señor. ¿Y nuestra esperanza? El cielo. Ya veréis como nos acordamos allí (…).

Que nadie nos quite ni la alegría ni la esperanza que Jesucristo ha venido a sembrar en nuestro corazones, porque no hay nada que haga la vida más digna de ser vivida, más bonita de vivirla. Que así sea para todos vosotros, los que estáis aquí y para vuestras familias.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de agosto de 2018
Ermita de Dílar

Vídeo de la Eucaristía en Dílar en el día de la Asunción de la Virgen