Conmovida por las crónicas de un misionero cristiano en Bengala, entra en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María en 1928 en Irlanda, con el deseo de hacerse misionera. Allí recibe el nombre de Hermana María Teresa, inspirado por su amor por Santa Teresa de Lisieux. En diciembre de ese mismo año parte para la India, profesando sus primeros votos en Calcuta.

Los primeros veinte años de su estancia se dedicó eminentemente a la enseñanza en el convento irlandés de Loreto. No obstante, ya empezó a emerger su preocupación por los enfermos y por los pobres de la ciudad de Calcuta. Se reveló ya entonces durante todos esos años como una persona de profunda oración y amor por sus hermanas y por los estudiantes, destacando su carácter alegre y su entrega al trabajo.

El 10 de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro anual, Madre Teresa recibió su “su “llamada dentro de la llamada”. Ese día, la sed de amor y de almas se apoderó de su corazón y el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida. Durante las sucesivas semanas y meses, mediante locuciones interiores y visiones, Jesús le reveló el deseo de su corazón de encontrar “víctimas de amor” que “irradiasen a las almas su amor”. Le reveló su dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Le pidió a Madre Teresa que fundase una congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres.

Un año después de la independencia de la India liderada por Gandhi, en 1948, Teresa de Calcuta obtuvo la autorización de Roma para dedicarse al apostolado en favor de los pobres. Dedicada al estudio de enfermería, la Madre Teresa abrió su primer centro de acogida de niños. Desde entonces comenzó esa labor de entrega total a los más pobres, independientemente de su procedencia: “Jamás permitimos que alguien se aleje de nosotras sin sentirse mejor y más feliz, pues hay en el mundo otra pobreza peor que la material: el desprecio que los marginados reciben de la sociedad, que es la más insoportable de las pobrezas”.

Comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía y salía de casa, con el rosario en la mano, para encontrar y servir a Jesús en “los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupaba”. Después de algunos meses comenzaron a unirse a ella, una a una, sus antiguas alumnas, que hicieron extensiva la ayuda de las Misioneras, que pronto abrirían nuevas casas en los cinco continentes ya desde los años 50.
Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad con Dios. Junto con ello, ese otro lado que salió a la luz después de su muerte: un constante sentimiento de separación de Dios, incluso de rechazo por su parte, que comenzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y continuó hasta el final de su vida Una oscuridad en que la hizo partícipe de esa sed de Jesús y de la desolación interior de los pobres.

Su labor despertó la curiosidad de los medios internacionales, convirtiéndola en una figura mediática a partir de la década de los 70. En 1975 la Santa Sede la eligió como representante para la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas con ocasión del Año Internacional de la Mujer, incluso el l papa Juan Pablo II decidió proponerla en 1982 para mediar en el conflicto político del Líbano. Su fama encontró su culmen al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1979 y el más alto galardón civil de la India, el Bharat Ratna, en 1980, por su labor humanitaria.

Durante los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves problemas de salud, entre los que se contaron el implante de un marcapasos y las secuelas de la malaria, Madre Teresa continuó dirigiendo su Instituto y respondiendo a las necesidades de los pobres y de la Iglesia hasta dejar su puesto de superiora a sor Nirmala, una hindú convertida al cristianismo. A sus 87 años, Santa Teresa de Calcuta fallecía en Calcuta.
Su beatificación se produjo en 2003 por mediación de su amigo san Juan Pablo II y luego canonizada por el papa Francisco en 2016.