Fecha de publicación: 21 de marzo de 2016

El dolor parece que es parte de la herencia de los hijos de Eva en este valle de lágrimas. Y los hay de tantas clases. Desde los dolores físicos –un accidente, una herida, una enfermedad-. Pero hay dolores en muchas ocasiones más fuertes que los físicos. Son dolores morales. El dolor de un amor no correspondido, o de un amor traicionado; el dolor que genera la envidia y que rompe o divide una familia. Los dolores de nuestros propios pecados o de la conciencia de que no respondemos a la imagen que nosotros tenemos de nosotros mismos.

Madre, Tú que conoces el más fuerte de los dolores, el dolor de haber perdido a tu hijo inocente, de haberlo visto condenado y ajusticiado, ten piedad de nosotros en nuestros dolores; haciendo nuestras súplicas, alívianos, permítenos vivirlo con la certeza de que el amor del Señor triunfa siempre.

Dios te salve,
Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra,
Dios te salve.
A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros,
esos tus ojos misericordiosos.
Y después de este destierro,
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce siempre Virgen María!
Ruega por nosotros,
Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos
de alcanzar las promesas
de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Lunes Santo, 21 de marzo de 2016
Plaza de las Pasiegas