Fecha de publicación: 24 de marzo de 2017


Rafael García Torres

El 23 de febrero de 1904 fue bautizado por el siervo de Dios don José Almunia López Teruel, en la parroquia de santa María de Níjar. Tras realizar sus estudios, ayudó a la maltrecha economía familiar dedicándose al comercio.

Devotísimo de la Madre de Dios, ingresó en la Acción Católica y en la Adoración Nocturna. Era el colaborador por antonomasia de su párroco, el siervo de Dios don Joaquín Berruezo.

Cuando comenzó la persecución religiosa rechazó las ofertas que le hicieron para ocultarlo. El 1 de marzo de 1938 fue denunciado por un antiguo benefactor de la familia. Ese mismo día lo detuvieron y enviaron a la prisión del Ingenio de Almería. A sus 33 años, el 3 de mayo, fue enviado al campo de exterminio de Turón. A pesar de las torturas, escribió unas letras a su familia para consolarlos.

Su hermana, Dolores, narra así su martirio: “Lo mataron – remataron – cuando apenas podía mantenerse ya en pie, pues su martirio, por ser joven, fuerte y de una fe muy firme, fue muy duro y prolongado, con palizas, golpes, escarnios y torturas, para hacerlo vacilar y renegar. Como no lo conseguían, arreciaban las torturas y castigos. Se dio cuenta de que ya sí lo mataban; soltó la pala y gritó: ‘¡Viva Cristo Rey!´ Fue lo último que dijo.”

Juan Moya Collado

Nacido en octubre de 1918 en Almería, hijo de una fervorosa familia, sus padres lo introdujeron desde pequeño en la Hermandad de la Soledad de la parroquia de Santiago y en la Hermandad del Carmen de la parroquia de san Sebastián de Almería. Entusiasta de la piedad popular y de la liturgia, fue solícito monaguillo y amigo de las procesiones.

Siempre dinámico y extrovertido, participó en el movimiento escultista donde dio rienda suelta a su amor al deporte y a la naturaleza. Terciario franciscano y congregante de los Luises, aquella piedad la vertía en un intenso servicio a los enfermos. Por caridad, pasaba sus ratos libres en el hospital para acompañar y asistir a los más desfavorecidos. Hasta aprendió a poner inyecciones y practicar curas con este fin.

Iniciada la persecución religiosa, trataron de prenderlo el 11 de octubre de 1937. Al no encontrarlo en casa, detuvieron a su padre y a uno de sus hermanos. Con valor, no dudó en canjearse por su padre y comenzó su larga prisión de más de medio año. Preso primero en el palacio episcopal, lo fue después en el Ingenio y, por último, en Turón.

Como su valor, alegría y servicio a los enfermos no cejaron; se ensañaron terriblemente con él. El 22 de mayo de 1938 le ordenaron llenar un cántaro de agua. Su padre rememoraba de esta forma su martirio: “Le ordenaron que entregara el cántaro y retirándose unos 8 metros, tuvo tiempo mi hijo de levantar los brazos y mirar al cielo para pronunciar las siguientes palabras: ‘Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen…´ Estas palabras les sirvieron a sus verdugos para que se ensañaran disparándole tal cantidad de tiros que le destrozaron todo su cuerpo.”

Sus verdugos, enfadados al descubrir que el cuerpo del mártir de 19 años aún se aferraba a la medalla de la Virgen, no lo enterraron para que fuera devorado por las fieras.

José Pérez Fernández

Nacido en la cortijada de Cariatiz en 1912, fue bautizado en su pequeño templo dedicado a san Ramón Nonato. Hijo de jornaleros dedicados al campo, de ellos aprendió la pureza de sus costumbres, su arraigada fe y su gran valor ante las adversidades.

Animoso y lleno de entusiasmo, propagó con todas sus fuerzas la Acción Católica en Sorbas. En tiempos de abierta hostilidad contra la Iglesia, difundió por donde pudo el periódico católico “La Independencia”.

Honrado miembro de la Guardia de Asalto, fue destinado a la ciudad de Almería. Su catolicismo le valió ser detenido y sufrió prisión en “El Ingenio”. Trasladado el 2 de mayo de 1938 a Turón, ni las más crueles torturas lograron someter su valentía cristiana. El 29 de mayo le ordenaron cavar su propia fosa en las inmediaciones de la ermita de san Marcos. Por su coraje burló a su verdugo y trató de refugiarse en un olivar, siendo allí martirizado a sus 25 años. Sólo muerto pudieron sus verdugos rendir su valeroso cuerpo, destrozándolo de una manera atroz.

José Quintas Durán 

Nacido en Almería el 21 de noviembre de 1914 y bautizado en la iglesia parroquial de san Pedro de esta ciudad. Primogénito de 8 hermanos, así recordaba sus primeros años su hermana Julia. “Mi hermano ha sido bueno desde su infancia porque ha recibido buenos ejemplos de mis padres. Era buen cristiano, ayudaba a todo el que lo necesitaba; pertenecía a la Adoración Nocturna y a la Congregación de los Luises, donde realizaba sus actividades de formación y trabajo apostólico. Acompañaba a mi padre a visitar enfermos y necesitados cada domingo. Llevaba una vida de piedad muy grande. Iba a Misa, confesaba y comulgaba cada domingo. Íbamos juntos. Tenía devoción a la Santísima Virgen que yo podía observar por el entusiasmo con que le rezaba y hablaba de Ella; en familia rezábamos el Rosario cada día.”

El 1 de julio de 1936 ingresó como soldado, posponiendo sus estudios de Medicina. Licenciado al estallar la Guerra Civil, fue detenido junto a dos de sus hermanos. Martirizado su hermano el siervo de Dios Luis, el más pequeño recibió una brutal paliza y fue devuelto a su casa. El siervo de Dios permaneció en prisión, hasta que lo enviaron al frente de Cuenca.

Encontrándose de permiso en Almería, el 4 de abril de 1938 fue nuevamente detenido al descubrir su pertenencia a los Luises. El 3 de mayo fue arrastrado a Turón, donde sufrió una verdadera tortura. El 22 de mayo, tras una agotadora jornada, le obligaron a cavar una zanja. Su hermano Mario narraba de este modo el martirio: “Cuando cavaba la fosa le dispararon unos tiros en las rodillas, quedando tendido en la fosa. Como comenzaron a echarle tierra encima para sepultarlo, mi hermano, aún con vida gritó: ‘Por Dios, terminen ustedes de rematarme que Dios les perdonará´. Murió pidiendo perdón por sus enemigos.” Sólo tenía 23 años.

Francisco Salinas Sánchez 

Hijo de una familia de artesanos hileros, nació el 31 de julio de 1914 en Almería, donde recibió las aguas bautismales en la iglesia de san José. Su padre confeccionaba cabotajes para armadores y pescadores del puerto almeriense, y a pesar de que estaba preocupado por su porvenir, porque deseaba que continuara el negocio familiar, el siervo de Dios siempre vivió con intensidad la fe y su llamada a consagrarse a Dios.

Ingresó en el Seminario de san Indalecio, donde trabó una gran amistad con el siervo de Dios don Rafael Román Donaire, también mártir en esta Causa. En 1934 dejó el Seminario e ingresó en el Convento de los Padres Franciscanos de Orihuela deseando consagrarse al Señor en ese carisma como hermano lego, y allí inició su periodo de formación como postulante, pues su anhelo de servir a Dios no mermaba, sino que aumentaba cada día.

Al iniciarse la persecución religiosa regresó a Almería, donde cumplió el servicio militar obligatorio. Una testigo ocular refiere que “el joven Salinas no tuvo miedo de dar, en varias ocasiones la cara por Cristo, manteniendo con firmeza sus criterios cristianos. Tampoco tuvo miedo de complicarse la vida en ciertas acciones muy arriesgadas e incluso heroicas.” En efecto, se valió de mil ardides para socorrer a los que en ese tiempo vivían en “las catacumbas de la ciudad”: su amistad con los agricultores de la vega almeriense le facilitó participar en una labor en beneficio de encarcelados y familiares de perseguidos y escondidos, que eran asistidos por el conocido como “Socorro Blanco”: gracias a su trabajo en la Alhóndiga del Mercado central y a su simpatía, no sólo recibió el encargo secreto de recoger y repartir por las calles y casas toda clase de alimentos para el cuerpo para mitigar las necesidades de sacerdotes y seglares perseguidos por ser cristianos, sino que el vicario Ortega lo autorizó a distribuir el Santísimo que nutría de esperanza el alma, ya que era un ejemplo de prudencia, fidelidad y virtudes cristianas.

Una vez denunciado, fue detenido y trasladado a Turón el 3 de mayo de 1938. Con el objetivo de hacerle hablar para descubrir quién celebraba la Misa a escondidas y quiénes comulgaban y así delatar a sus socorridos, fue sometido a cruelísimas torturas. Pero su heroica caridad fue coronada por el martirio sufrido el 22 de mayo de ese año, junto al laico y también mártir en esta Causa José Quintas. El humilde y valeroso siervo de Dios contaba con 24 años de edad.

Tomás Valera González

Al igual que el siervo de Dios José Pérez Fernández, nació en Sorbas, aunque 4 años más tarde que él. Fue bautizado en la iglesia de santa María de Sorbas por el D. Fernando González Ros, mártir también en la persecución religiosa. Sus padres, hondos cristianos de gran virtud, lo educaron desde pequeño en el amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen.

Era un buen cristiano, piadoso. Pertenecía al grupo de los Tarsicios en su infancia y después se incorporó a la Adoración Nocturna. Comenzados sus estudios en los años difíciles de la República, se afilió a la Acción Católica para dar testimonio de su fe. Al irrumpir la persecución religiosa, al tratar los milicianos de incendiar el templo, les dijo: “¡A la iglesia no entra nadie porque yo me pongo por medio!” Por su coraje fue detenido el 26 de agosto, pero liberado por su corta edad. Refugiado con su tío, primero en Carboneras y luego en Cuevas del Almanzora, un compañero de estudios lo denunció por “oler a cera”.

Durante dos años sufrió prisión en “El Ingenio” de Almería, distribuyendo su propia comida entre los presos más necesitados. Trasladado a Turón el 3 de mayo de 1938, el 20 de mayo lo obligaron a enterrar a otras víctimas. Empleado en tan triste menester, a pesar de sólo tener 19 años, recibió la palma del martirio. Selló su vida con este grito: “¡Viva Cristo Rey!”.

Luciano Verdejo Acuña

Fue bautizado en la parroquia de san Pedro de Almería, a los pocos días de su nacimiento, en octubre de 1886. Honrado caballero, era estimado por su trabajo en el puerto de Almería. Contrajo matrimonio con Concepción Gómez Cordero el 14 de mayo de 1917.

Adorador nocturno y miembro de las Conferencias de san Vicente de Paúl, su vida gravitaba en torno a la Eucaristía y el servicio al prójimo. Su hijo Antonio lo recuerda así: “Llevaba una vida cristiana que a mí me inculcó siempre y de la que nos dio ejemplo mientras vivió con nosotros. Yo le acompañaba diariamente a Misa; lo veía confesar y rezar. Tenía devoción a la Santísima Virgen; en casa rezábamos el Rosario cada tarde, dirigido por mi abuela.”

Iniciada la persecución religiosa marchó a un cortijo de Huércal de Almería, pues había dado refugio a los jesuitas durante la República y algunos de sus parientes militaban políticamente. A primeros de septiembre de 1936 fue detenido y, tras una parodia de juicio, condenado a un año y medio de prisión. Tenía 52 años.

Su hijo recoge el testimonio de su padre: “Su delito era ir a Misa y comulgar todos los días. Cumplida la condena, no lo ponen en libertad sino que lo llevan a la Venta de Araoz. Allí debieron torturarle porque yo le vi la ropa manchada de sangre. De allí lo llevaron a los campos de trabajos forzados de Turón. En Turón fue sometido a toda clase de humillaciones y malos tratos; lo mataron en la cuneta.”