Fecha de publicación: 13 de junio de 2021

Queridísima Iglesia del Señor, reunida aquí esta tarde para dar gracias a Dios por la fundación de la nueva comunidad en el monasterio de Alhama;
muy queridos sacerdotes concelebrantes (y saludo especialmente a D. Víctor, vuestro párroco);
muy queridas hermanas, madre general y vicaria general, me parece que sois las dos que habéis venido, y nos falta la provincial que sigue en América Latina;
muy queridas sor Pilar y sor Francisca;
muy querida teniente alcalde, que sé que vuelves a estar hoy aquí con nosotros:

Toda Eucaristía es una acción de gracias. Y la vida de un cristiano es una vida de acción de gracias. Y eso es lo que nos dicen, en realidad, las Lecturas de hoy. Sobre todo, el Evangelio nos habla de la primacía de la Gracia. San Juan Pablo II dijo que para la vida de la Iglesia en el tercer milenio era esencial recuperar la primacía de la Gracia. El Papa Francisco, haciendo uso de un neologismo, ha creado la palabra de que Dios nos “primerea” siempre con su amor, se adelanta a nosotros y nuestro amor con Dios es siempre como una respuesta a Su amor, pero es Dios quien toma la iniciativa.

Y la iniciativa de Dios es siempre una iniciativa de vida, de fecundidad, de alegría. Por eso, la respuesta a esa iniciativa de Dios es siempre la gratitud. Porque la iniciativa de Dios se consuma en el don del Hijo de Dios que nos comunica su Espíritu y nos da su vida divina para que podamos vivir en la libertad de los hijos de Dios. ¿Cómo las dos parábolas del Evangelio nos dicen eso? Fijaros, una resulta un poquito escandalosa, pero el Señor dice que el campesino pone una semilla en la tierra y luego él duerme, se levanta… y no es él quien hace que la semilla se convierta en un tallo, en una planta, en una espiga, es Dios quien lo hace.

Es verdad que nosotros comprendemos más sobre cómo son los procesos biológicos que convierten la semilla en una planta, pero no sabríamos explicar por qué las cosas son así. Eso es otra cuestión. Y cuando el Señor habla del grano de mostaza, lo que subraya es el contraste entre lo que plantamos en la tierra, que es muy pequeñito, y lo que Dios hace que es grande, bello, un arbusto en el que los pájaros vienen a anidar. La imagen de los pájaros es una imagen tomada del Antiguo Testamento, que se refiere a las naciones que vienen a buscar sombra, reposo, paz en el árbol que es el Pueblo elegido, el Pueblo de Israel. Pero esa primacía de la Gracia, ese preceder la Gracia todo lo que somos, es una experiencia que tendríamos que recuperar en nuestra vida, por la sencilla razón de que estamos acostumbrados a pensar que la religión son una lista de cosas que nosotros hacemos por Dios y que lo importante es que las hagamos bien, para que Dios esté contento y para que Dios nos quiera y para que Dios nos trate bien y no nos dé cosas como enfermedades o cosas así. Eso es una visión del mundo verdaderamente pagana.

El cristianismo no consiste en que nosotros hacemos cosas por Dios, sino en que reconozcamos, acojamos el amor que Dios nos tiene. San Juan lo diría, “en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero”. Nos ha amado y nos ha dado la vida, nos ha creado y, en este mismo momento, nos sostiene con su amor. Existimos, me oís, os veo, nos escuchamos, nos podemos querer, porque, en este mismo instante en el que yo os digo esto, Dios nos quiere, nos quiere a cada uno como somos. Tomo palabras de san Juan Pablo II: “El ser humano es la única criatura que Dios ama por sí misma”. Nos ama porque somos nosotros y porque somos sus hijos. No nos ama con motivo de algo diferente a nosotros. Lo que Dios quiere es nuestra plenitud, nuestro florecimiento, nuestra vida como la semilla del grano de mostaza. Que lleguemos a la plenitud de su Hijo. Que es eso: vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios, sabiendo que Dios es nuestro Padre, que nuestro destino es el Cielo siempre, no el crematorio o el cementerio. Nuestro destino es participar para siempre de la vida divina. Y saber eso cambia nuestro modo de vivir, de relacionarnos, entre nosotros y con el mundo y las cosas. La verdadera actitud cristiana consiste en una gratitud, en una vida eucarística, porque el Señor se nos dio por entero en el Calvario y ha querido quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y se nos queda en los Sacramentos de la Iglesia, en el Bautismo, en el perdón de los pecados, en la Eucaristía y los demás Sacramentos.

Pero, todo son regalos de Dios, no cosas que hay que hacer por Dios. La Comunión es el regalo de Dios donde Él mismo Se nos da y Se nos da para vivir en nosotros, para vivir con nosotros, para ser uno con nosotros. Para que nosotros vivamos en Él y Él en nosotros. Dios mío, si los cristianos descubriéramos la belleza de nuevo de lo que significa este don, nuestra alegría sería desbordante y no porque nos fueran bien todas las cosas del mundo; no porque salieran las cosas como nosotros planeamos, sino, sencillamente, porque, conscientes del amor con que somos amados, de la fidelidad de ese amor que es eterno y, por lo tanto, de la certeza en el cumplimiento de sus promesas, no hay nada que podría arrancarnos del amor de Cristo, no hay nada que pudiera arrancar la alegría de nosotros; no hay nada que pudiera sembrar en nuestro corazón el miedo y una tristeza superior al amor con el que Dios nos ama.

Hoy damos gracias por un motivo muy concreto y es un motivo de acción de gracias muy grande, que, además, pone muy de manifiesto la primera de las parábolas: que el hombre siembra y luego se acuesta y se levanta, un día y otro día, y luego cuando Dios quiere, aquello da fruto.

Yo estaba en Roma, con una peregrinación, y estábamos comiendo espaguetis en un sitio de peregrinos cercano al Vaticano, y pasaron dos hermanas con su familia y vuestro azul es tan llamativo, y yo nunca las había visto antes. Las paré en el comedor y les pregunté quiénes eran. “Soy el arzobispo de Granada, pero decidme quiénes sois vosotras”. “Somos las Servidoras”. Dije: “Por cierto, creo que no estáis en Granada”. Dijeron que no y yo allí mismo, una servilleta, escribiendo mis señas o las suyas, y a partir de ahí yo hablé con la Casa General y fuimos a vernos a las afueras de Roma, y poco después vinieron a Maracena. Luego ya llegaron los padres y hubo que cambiar lo de Maracena por el colegio de San Agustín, y desde entonces una historia que dices “¿quién lo ha hecho?”. ¿Nosotros? No. La ha hecho el Señor, evidentemente. No cuento todos los recovecos que tiene la historia, pero es obvio que nosotros no hemos hecho más que dejarnos guiar y el Señor hace que hoy florezca esta comunidad, y Le damos muchas gracias al Señor por Su presencia, (…). Cada “sí” que Le decimos al amor de Dios no repercute sólo en nosotros o en las personas que tenemos al lado y que conocemos, repercute en el mundo entero. Que vuestro “sí” al Señor sea una fuente de amor para este mundo herido. (…)

Le damos gracias al Señor porque estáis aquí. Muchas. Porque hoy ya se inicia formalmente vuestra comunidad en Alhama. Desde aquel encuentro en Roma hasta hoy, toda esa historia la ha conducido la Virgen de Luján. Que la historia de hoy en adelante la siga llevando. Y será una historia igual de bella, igual de hermosa, igual de fecunda, que produzca frutos de amor al Señor, de reconocimiento del amor que el Señor nos tiene a esta pobre humanidad, a veces tan herida, a veces tan doliente, a veces tan mezquina y otras veces tan grande. Que el Señor nos cuide. Nos cuide cuidando vuestra vida y vuestra vocación de forma que seáis una permanente memoria del amor que Dios nos tiene a cada uno, a todos sin excepción, sin excluir a nadie jamás.

Vamos, pues, a pedirLe al Señor que el grano de mostaza sea un árbol hermoso donde los pájaros puedan buscar sombra y reposo, y que bendiga vuestra presencia. Yo ya Le doy gracias al Señor. Se las di desde el día en que lo supe. Creo que lo primero que hice fue llamar a D. Víctor y se las seguiré dando día tras día, con la súplica de que el Señor multiplique los frutos de vuestra presencia en este precioso lugar que es Alhama. Y no precioso por los tajos (que lo es), ni precioso por su paisaje (que lo es), ni precioso por la belleza de sus iglesias (que lo es), sino por la belleza de su pueblo, de su gente, que es lo más grande que tiene Alhama.

Palabras finales, antes de la bendición final.

Antes de despedirme con la oración final y la bendición, os quiero decir un par de cosas. Es para poner de manifiesto que esta historia es una historia de Dios y no nuestra.

Algo que los alhameños sabéis es que un monasterio es un lugar de gracia, un lugar donde la vida divina se palpa y se toca de alguna manera en el testimonio de unas mujeres que viven para el Señor. Lo conocéis porque lo habéis vivido y lo habéis visto, y el Señor… -yo recuerdo una frase de un sacerdote que leí una vez- que la Iglesia es como los grandes bosques, donde siempre hay partes del bosque que parece que se están muriendo y donde hay partes del bosque que van naciendo. El bosque está renaciendo constantemente.

Yo creo que es obvio que aquí es un momento de un momento de esa renovación que el Señor hace y que tiene el mismo Misterio, que el Señor ponía de manifiesto en las parábolas del Evangelio de hoy. Será un lugar donde puede uno acercarse a Dios verdaderamente, a través de su oración, de su canto. Me ha gustado cómo habéis cantado el gregoriano (sin arrastrar) y pido que si vamos a cantar la Salve, lo hagamos como el gregoriano, porque normalmente lo arrastramos.

Y la otra cosa que yo tendría que haber dicho en la homilía es una exhortación a que las recibáis como al Señor, y que las recibáis con todo el cariño del mundo. Creo que eso no hacía falta, porque creo que he sido testigo desde el primer día de con cuánta alegría habéis recibido a las hermanas y, por lo tanto, era una exhortación que no hacía falta. Sé que estáis felices de que este monasterio reviva y de que reviva la presencia de una comunidad orante por vosotros, por vuestras familias, por el mundo entero, que tanta necesidad tenemos en estos momentos de la oración. Como dice el Papa, la Iglesia es un “hospital de campaña”, estamos en mitad de un mundo muy agitado y muy revuelto en muchos sentidos, y nosotros cuidamos, oramos y cuidamos la oración con el deseo de que todos puedan conocer a Dios que es Amor y que conozcan el secreto de la vida humana que es el amor.

Hablando yo entonces con la que era la madre general y ella me comentó vuestra devoción a Isabel la Católica, y que el primer colegio que habíais fundado en Argentina llevaba como nombre “Isabel la Católica”. Bueno, pues los alhameños lo saben muy bien, seguramente mejor que yo y con más matices, pero que Isabel la Católica entró en Granada por Alhama. Me está diciendo que os empadronasteis en Alhama el mismo día del nacimiento de la Reina. Pues, bendito sea Dios. Son conexiones que nadie hemos calculado y que cuando suceden, son signos también de la historia que el Señor va haciendo.

Os doy la bendición a todos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

13 de junio de 2021
Iglesia del convento de Alhama de Granada