Fecha de publicación: 31 de agosto de 2014

Queridísima Iglesia del Señor,
pueblo santo de Dios,
Esposa de Nuestro Señor Jesucristo,
muy queridos sacerdotes concelebrantes,
amigos todos:

Retomamos hoy la Eucaristía dominical, después de la pausa del verano y -aunque hoy es todavía el último día de vacaciones, el día final con esa especie de, como dicen en Andalucía, “regomello” o de “pellizco”, de que vuelve la vida a su rutina ordinaria- le damos gracias al Señor, porque el Señor, que es fiel, cumple su promesa: Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y eso es lo que nos importa. Luego, hay días mejores, hay días que está nublado, hay días que llueve… hay días que hace sol, y brilla la Creación entera, y hay días grises, pero el Señor en unos y en otros, con una fidelidad absoluta, está siempre con nosotros. Y le damos gracias a Dios por ello, y le damos gracias por celebrar esta Eucaristía.

A quienes sois de la parroquia ordinaria de la Catedral y estáis ya aquí retomamos nuestro ritmo de las Eucaristías dominicales; y a quienes estáis tal vez de paso y camino de vuestro hogar le damos gracias al Señor por lo vivido, y sabemos con certeza que su gracia no nos va a faltar en el comienzo del curso ni a lo largo del curso. Y con esa alegría hemos escuchado la Palabra de Dios y vamos a recibir su Cuerpo sabiendo que esa compañía de Cristo en nuestras vidas es el tesoro más grande que tenemos.

Decía el Salmo, y lo decía de una manera preciosa: “Tu Gracia vale más que la vida”. Y eso leído en clave cristiana es todavía mucho más profundo. Porque nosotros sabemos que la vida sin Cristo no vale gran cosa, su valor se deteriora, las cosas en las que ponemos nuestra esperanza -no digo sólo las vacaciones, que es una esperanza pequeña, sino a veces la salud mismamente, o la juventud, o el estatus social, o un bienestar económico- no son capaces de darnos, de cumplir con la promesa de la esperanza que ponemos en ellas. Sólo Dios. (…) como decía San Agustín, cuya fiesta acabamos de celebrar: nos hiciste Señor para Ti, estamos hechos para Ti, somos imagen tuya, no somos una especie animal más evolucionada, más complicada, no. Somos imagen tuya, hay algo en nosotros que no se explica desde la evolución de las especies, que no se explica de ninguna otra manera que como participando de tu amor, siendo imagen y semejanza de ese Dios que es amor, que el único Dios verdadero.

Dios mío, cuando uno se da cuenta de eso, dices: Señor, Tú vienes a nosotros, cuidas de nosotros, nos has hecho a tu imagen, nos has creado para participar para siempre de tu vida divina, y eso es lo que realmente llena de buen gusto la vida. No os asustéis por lo del “pellizco”, no le deis importancia, somos seres humanos, y los días grises nos ponen tristes, y los cambios, sobre todo. Ya lo decía el Lazarillo de Tormes en la primera de sus páginas, que de pobre a rico se pasa muy fácilmente, pero que de rico a pobre se pasa bastante mal. Entonces, de unos días a lo mejor bonitos, de familia, y de vacaciones, a la rutina apresurada y ansiosa del mundo que hemos hecho, es verdad que se pasa con dificultad, y eso lo acusa el cuerpo y nada que acuse el cuerpo deja de acusarlo nuestra alma.

Pero eso no determina la vida. Dios mío, no determina lo que somos, no determina el valor de nuestra vida, sólo tu Gracia lo determina. Sólo tu amor infinito que ha derramado su sangre por nosotros para que nosotros podamos vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios, sólo tu amor sin límites y sin condiciones, Señor, nos hace hijos tuyos y nos permite vivir con el gozo de ser hijos tuyos. Gozo en las vacaciones, gozo en el trabajo, gozo en los días preciosos, gozo en los días sombríos, gozo en los días en donde parece que el mal se apodera del mundo o de nuestra vida o de nuestra familia, gozo en esos momentos porque te tengo a Ti, Señor, te tenemos a Ti, y sabemos que tu fidelidad permanece para siempre. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

XXII Domingo del Tiempo Ordinario
31 de agosto de 2014
Santa Iglesia Catedral de Granada

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