Fecha de publicación: 16 de junio de 2014

La monición con la que hemos empezado esta celebración después de desearos la paz con el saludo que Jesús hacía a los suyos después de su Resurrección decía que la mejor manera de terminar esta etapa de vuestra vida era justamente dándole gracias al Señor. Y la verdad es que la acción de gracias marca la vida de cualquier cristiano.

De hecho, nuestra oración principal, la celebración, el rito -pero es que es mucho más que un rito-, el acontecimiento central de la vida de la Iglesia es la Eucaristía, porque en ella todo el acontecimiento de Cristo se renueva y Dios viene a nosotros y se nos da, y nos comunica su vida y su vida divina, y de todo esto del fruto de la Encarnación, de la Pasión, de la vida de Cristo, se hace misteriosamente presente como un regalo y como un don para nuestras vidas. Para nuestras vidas reales y concretas, es decir, nuestras vidas de hoy, de hombres de comienzos del siglo XXI, de personas que vivimos en estas circunstancias, en este lugar de la tierra y con las circunstancias económicas, sociales, hasta con el 5-1 de ayer (Nota: Partido de fútbol España-Holanda en el Campeonato Mundial de Fútbol Brasil) y toda la depresión nacional que se palpaba en el ambiente y era un silencio… era como el silencio de la muerte, pero hasta con eso.

Pero con cosas mucho más serias, y si queréis más transcendentes, en nuestra existencia: el drama que es vivir, el drama que es ir creciendo, afrontar la vida, fundar una familia… Están aquí vuestros padres, haberos sacado adelante, sólo ellos saben la de días, la de minutos, la de horas que significa el haber quitado hasta este día de hoy, y todo eso es el drama humano, y en ese drama humano todos anhelamos una estabilidad y una vida, una plenitud que sea capaz de vencer nuestras limitaciones, nuestras torpezas. No hay ser humano en cuya vida no tenga puestas un montón de torpezas, limitaciones y de errores, y que sea capaz de amarnos más allá de nuestras torpezas y de todo lo que pone nuestra condición humana, limitada, débil.

El anuncio de Jesucristo, que era un anuncio completamente inesperado en el mundo antiguo, tanto en el mundo helenístico como en el mundo judío y que sigue siendo un anuncio novedoso, y yo diría que revolucionario, en el mundo de hoy. Nosotros estamos acostumbrados a relacionar nuestra felicidad y nuestra plenitud con nuestros puños, con nuestro esfuerzo, con nuestras capacidades y con los frutos que esas capacidades sean capaces de darnos, pero no con un regalo, no con una gracia, no con un don.

Eso es lo que sigue haciendo hoy absolutamente novedoso, a pesar de 20 siglos, el anuncio de Jesucristo, el anuncio de que la vida para la que estamos hechos es la vida divina, no la vida que nosotros somos capaces de darnos a nosotros mismos, pero que esa vida divina en la persona de Jesucristo, que ha vencido en su cuerpo al pecado y a la muerte, y que nos ha comunicado su espíritu, es una vida que está accesible para nosotros, es una vida que se nos ofrece gratis, que se nos da. Para recibirla, no tenemos nada más que decirle al Señor ‘sí, creo en Ti’, que es lo que decimos cada domingo en el Credo, que es lo que dice un niño o un adulto cuando se bautiza.

‘Yo te conozco’ es en lo que podría resumir el Credo; ‘yo te conozco’, sé que eres un amor infinito, y espero ese amor infinito, esa plenitud que mi corazón anhela, que todos anhelamos. Tendríamos que dejar de ser seres humanos para anhelar una felicidad y una felicidad vinculada a un amor capaz de abrazar toda la realidad que somos, en lo que tiene de más bello, en lo que tiene de más hermoso y más grande, en lo que tiene de heroico si queréis, y en lo que tiene también de pequeño, de mezquino, de pobre. Parece ser más difícil de experimentar ahí el abrazo de Dios. El Evangelio comenzaba proclamando esa realidad, que nadie se había atrevido a pensar (…).

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Centro de Magisterio “La Inmaculada”, en el Centro del Arzobispado “Studium Granatense et Sacromontanum” (SGS)
7 de junio de 2014

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