Fecha de publicación: 14 de octubre de 2020

La vida de un misionero es una aventura humana de encuentro con otros pueblos y culturas. Una aventura vivida desde la Fe en un Dios que plantó su tienda entre los seres humanos y vivió en solidaridad y simpatía más que ejemplares.

Ya tenía una cierta “experiencia” de este Instituto Misionero de Vida Apostólica, cuando decidí irme con los Misioneros de África (llamados popularmente Padres Blancos por su hábito blanco, como la vestimenta habitual de los habitantes de Argelia: chilaba, capa blanca y gorro rojo).

En mi pueblo, Cúllar Vega, había dos Padres Blancos que me enseñaron una manera nueva (puede que más humana, más sencilla) de enfocar el seguimiento a Jesucristo. Eran abiertos cuando hablaban de las nuevas culturas compartidas (uno, en África del Norte; el otro, en África Subsahariana) y siempre de modo positivo.

Todos estos años (desde 1982 que comencé como estudiante-seminarista, hasta hoy) han hecho que una simple atracción se fuera convirtiendo en una gran simpatía por las nuevas culturas que voy encontrando.

Empecé en la República de Mali (África Occidental). Dos años como estudiante-aprendiz de la vida misionera. El lema que aprendí en el Noviciado (en Friburgo-Suiza) me ha ayudado mucho en estos 34 años de vida misionera y sacerdotal. Decía: Cuando llegues a un país de misión, primero, ve lo que hay; segundo, interioriza lo que ves; y tercero, no actúes hasta que hayas comprendido lo que estás viviendo. ¡Cuántos problemas se evitarían si no lo olvidásemos tan a menudo!

Aquí empieza el primer gran ENCUENTRO con África. La aceptación de una nueva filosofía de la vida; muchas veces más aperturista y mucho más acogedora que la nuestra occidental (vas, consciente o inconscientemente, creyendo que es la mejor) y, poco a poco, la vas aceptando como tuya. En Mali, experimenté lo que de verdad significa CARIDAD. En el Pueblo Dogón (agricultores de una gran sabana del norte del país) cuando alguien tenía necesidades, casi nadie se apercibía de ello. La familia necesitada ponía por la noche un cesto de mimbre en el patio del vecino y, por la mañana, estaba lleno de mijo, comida de base de este pueblo.

El diálogo con estas nuevas culturas sin prepotencia, posibilita acercarlas al Evangelio de Jesús e inculturarlo en ellas. Para que la Buena Nueva entre en la filosofía y manera de concebir la vida que tienen las personas.

Muchas veces hemos confundido Evangelio con cultura occidental. ¡Es el gran ataque que hacen algunos musulmanes a los misioneros! Por eso dicen que el Islam es la religión de los africanos; y el Cristianismo, la de los occidentales…

En los 8 años que estuve en este pueblo, me sentí acogido y aceptado. Nuestra misión era la formación de comunidades cristianas. Comunidades pequeñas, pero dinámicas y sin miedo a ser testigos ante una masa de un 70% de musulmanes. Era una misión de encuentro cotidiano con las gentes; las “misiones” estaban en el centro o junto al pueblo; éramos parte de su historia diaria.

En 1994, me enviaron al Zaire (hoy República Democrática del Congo-RDC). Un país en decadencia y que fue invadido por un pequeño país, Ruanda, en unos meses. En esta época, la población sufría enormemente. Lo que más me impresionó es comprobar que una vaca valía más que una persona.

Los Padres Blancos somos minoría entre la gran cantidad de sacerdotes nativos. Existen más de 50 Diócesis en todo el país, pastoreadas por obispos congoleños. La Iglesia es bastante dinámica y tiene gran poder de convocatoria. Los documentos oficiales de la Conferencia Episcopal de la R.D del Congo son una crítica sin tapujos a la situación de injusticia y, muchas veces, de violencia, que padece la población. De un país con el 70% de población musulmana, me enviaron a otro país africano con un 80% de población cristiana, donde el catolicismo es mayoritario.

Mi misión ha estado muy lejos de la sacristía. Es una nueva relación con el mundo intelectual que quiere cambiar las estructuras de poder para hacer que éste sea más participativo y menos corrupto. Apoyamos estas iniciativas a través de nuestro asesoramiento, tanto intelectual (a través de las dos bibliotecas que posee el Centro, con más de 8.000 títulos catalogados, por medio de Internet), como a nivel moral y espiritual. Las diferentes guerras han destruido un humus de valores tradicionales que hacían posible una convivencia bastante humana y fraterna. A través de grupos que se interesan por la interpretación de la Biblia y los valores que el Evangelio nos enseña, la convivencia se está restableciendo entre los jóvenes y menos jóvenes.

En 2018, me destinaron a España y sigo con esta misión a través de los Medios de Comunicación Social (Web, Facebook…); ¡puede que sean los nuevos areópagos de nuestro mundo globalizado, a pesar de esta pandemia que parece querer destruirlo! Y nuevos medios de proclamar la Buena Nueva a un mundo tan necesitado de ella.
Treinta y cuatro años de una vida consagrada a Dios en el encuentro con tantas personas y sus culturas respectivas, no hacen más que aumentar el deseo de continuar la lucha por un mundo más humano y fraterno: en el que las fronteras no sean más que símbolos del pasado.

Testimonio publicado en la revista Granada Misionera

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