Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada sin límites por Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy querido D. Jesús, párroco de esta nueva parroquia, de esta nueva iglesia en la que ahora puedes construir una comunidad como no podías hacerlo hasta ahora;
queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos amigos, hermanos todos (saludo especialmente a los más pequeños, que están esparcidos por ahí):

Cuando faltaban unos minutos para empezar la celebración y yo veía a D. Jesús, ¿sabéis a qué me recordaba?: habéis visto a los padres en la sección de maternidad cuando van a tener su primer hijo y está su mujer en el paritorio, y están dando vueltas, y se asoma a la ventana, y saluda casi sin saber lo que dice a los que están saludando. Yo decía “está igual”. Y luego, estábamos ahí en la puerta y yo os veía pasar y os lo digo con toda sencillez pero con toda verdad también, se me saltaban las lágrimas viendo…

El pueblo cristiano siempre me ha parecido a mi -yo soy hijo de ese pueblo, me siento privilegiado y orgullo por serlo- la cosa más bonita que hay en el mundo. La Escritura le llama siempre “Pueblo santo de Dios”. No porque no tengamos defectos, no porque no tengamos problemas, no porque la vida no nos sacuda, nos dé palos, o nos hiera. Pero está el Señor con nosotros. Y eso hace, en realidad, de la Iglesia, el pueblo cristiano es lo mismo… yo no conozco, no he conocido nunca una criatura más bella (…). Un pueblo hecho de todos los pueblos porque no hay nación, ni raza, ni lengua que no forme parte hoy del Cuerpo de Cristo y en el que habita el Señor. Un templo del Señor en medio de este mundo. Y eso es tan bello, y hecho de todas las edades, desde ancianos hasta niños, jóvenes, jóvenes matrimonios que se están abriendo a la vida, personas de todas las edades, de todos los niveles culturales, y todos somos uno. San Pablo lo dice varias veces, de distintas maneras (…): “Ya no hay judío, ni gentil, ni griego, ni bárbaro, ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”.

Esa alegría es la que está en el fondo. Creo que me hago portavoz de vuestra propia alegría al inaugurar, al dedicar y consagrar esta iglesia. Y luego, la consagramos en el comienzo del año litúrgico, en un primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “venida”. Y si hay algo que nos recuerda en estas semanas previas a la Navidad, es que el Señor viene, viene a nosotros. Vino hace dos mil años. Vino en la Creación. Esa es Su primera Venida. Vino en la Creación, porque todo ha sido creado por Él y para Él. Y todo, es decir, cada uno de nosotros, las piedras de este altar, este suelo, las estrellas, las hojas de los árboles… todo tiene en Él su consistencia. Dios está en todas las cosas y en todas resplandece algo de Su Belleza y de Su Ser. Pero resplandece sobre todo en su criatura noble, porque ha cada uno de nosotros nos ha amado el Señor con un amor infinito y nos ha creado para que podamos participar de Su Vida divina. Y para que después de esta especie de aperitivo que es la vida de este mundo, o de iniciación que es la vida de este mundo, podamos gozar eternamente con Él en Su Vida inmortal, de Su Amor infinito. Juntos. Porque muchas personas piensan que el Cielo ni nos vamos a conocer, ni nada. No. Juntos. La liturgia de la Iglesia, que es regla de la fe, nos dice que juntos. Por eso pedimos la intercesión de los santos (…) ¿Y todos juntos vamos a estar allí?, ¿y vamos a caber? Mirad una noche las estrellas si es que las luces de Granada os dejan verlas (…) y mirad las estrellas. Y todas esas distancias son una mota de polvo en la palma de Su Mano. Los primeros cristianos ya se hacían esta pregunta (…) y alguno de ellos decía cuántas imágenes caben en tu ojo, cuéntalas si puedes, millones de imágenes hay en nuestros ojos y son bien pequeñitos.

(…) Todos estaremos llenos de gozo al descubrir cuál era nuestra vocación, para qué nos había dado la vida el Señor. Viene el Señor. Vino en la Creación. Como nos habíamos perdido, como nos perdemos una y otra vez, como no sabemos huir y el Enemigo crea en nosotros toda clase de barreras, de distancia, de separaciones, divisiones, pues vino el Señor. También quiso compartir nuestro destino, quiso unirse a nosotros. Ya que nosotros no podíamos de ninguna manera llegar hasta Él, quiso unirse a nosotros, venir a nosotros y ser Él quien habitase en nosotros, y pudiese Él conducirnos a nuestro hogar, a nuestra patria y a nuestra casa, que es el Cielo. Y hacernos posible vivir ya aquí un poquito de ese Cielo. Eso es la Iglesia, eso es una comunidad cristiana. Repito, no sin dificultades, no sin luchas, no sin a veces mil torpezas y mil tensiones, pero eso es lo que estamos llamados a vivir. Y eso es lo que el Señor nos da la gracia de poder vivir.

Y luego el Señor viene siempre. Tenemos que subrayar mucho que el cristianismo no es las cosas que hacemos por Dios, que, en realidad, nunca hacemos nada por Dios, aunque lo hagamos. No es que a Dios le falte nada y nosotros lo demos. No. Eso es lo que han pensando siempre todas las religiones del mundo, todas las religiones paganos. El cristianismo consiste en la conciencia de que ya que nosotros no podíamos, ciertamente, hacer nada por Dios, es Dios el que ha venido a hacerlo todo por nosotros. Cristo viene, pero viene a darnos la vida. Y en los sacramentos de la Iglesia, desde el Bautismo hasta el Orden Sacerdotal, el Matrimonio, es una Presencia de Cristo que viene a hacernos posible vivir de acuerdo con nuestra vocación. Querernos de acuerdo con nuestra vocación, de acuerdo con nuestras relaciones, hacer posible el amor esponsal. Quienes vivimos en pueblos que llevamos veinte siglos de cristianismo pensamos que un matrimonio se quiera es una cosa normal. Creo que estamos empezando a darnos cuenta de que no es tan normal. Veréis, que un hombre y una mujer se atraigan es muy normal, pero de ahí a quererse hay tanta distancia como de aquí a la Vía Láctea. Y ese camino no lo hacemos solos, no lo podemos hacer solos. Sólo si el Señor está con nosotros, somos capaces de querernos, en general. Pero ni siquiera marido y mujer. Sólo cuando el Señor acompaña a esos esposos, o a uno de los dos, es posible el amor para el que nuestro corazón está hecho. El de todos nosotros. Y por eso necesitamos el don de Dios. El cristianismo es el don que Dios nos hace y Cristo no ha venido para que seamos más buenos; nos hace más buenos, sin duda, pero no ha venido para eso. Ha venido para acompañarnos en el camino de la vida, para que nunca estemos solos. Ha venido para estar con nosotros, para morar en nosotros. Para hacer de cada uno de nosotros un templo donde Él se goza (…), ¿me va a querer a mi Dios? Si algo os puedo decir con verdad es que sí. Que Dios nos quiere a todos, nos quiere a cada uno con un amor infinito, único, irrepetible. Y necesitamos oírlo. Y necesitamos recibir el Espíritu de Dios, una y otra vez, que nos permite renovar nuestra conciencia de que somos sus hijos, de que nuestra vocación es el Cielo; y que mientras que estamos aquí no tenemos otra tarea, ni otra misión que aprender a querernos, aunque nos lleve toda la vida ese aprender a querernos.

Entonces, ¿cómo no vamos a estar gozosos si tenemos un lugar? (…) Alguien me comentaba (…): el ser humano hoy no tiene dónde estar. Muchas veces crecemos haciendo mil cosas, estudiando mil cosas, aprendiendo mil cosas, viajamos por el mundo entero, pero un lugar donde yo sea yo mismo, un lugar donde yo me sienta querido, donde yo sea de verdad querido… Es como si no existiera. Y la primera misión de una parroquia, de una iglesia, es ofrecer a los seres humanos, a los hombres y a las mujeres, a los jóvenes y a los niños, ese lugar donde son queridos. Y queridos como un reflejo del amor que nosotros mismos hemos experimentando de Dios. Queridos porque sabemos que nosotros hemos sido queridos de esa manera y que lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. Pero es que aquí, Señor, en la vida en la Creación, en la Redención, en todo Te hemos recibido completamente gratis. Entonces, llénanos Tú. Y el que haya un lugar es muy importante. Pero veréis, si os encontráis con una persona que está desesperada, que está herida, que tiene un sufrimiento enorme y decís “mira, yo sé un lugar, la parroquia del Pilar”, y viene aquí y se encuentra con que no hay nadie, o se encuentra con que está el cura que la puede atender un ratito, y hablar y escuchar, está muy bien -eso es parte de la misión nuestra como sacerdotes-, pero luego se marcha otra vez a la calle, y vuelva a estar como estaba, y vuelva a la vida que tenía antes sin más… el lugar no será sólo el templo, no serán sólo los salones. El lugar tenéis que ser vosotros. Uno tiene que poder remitir a un grupo de personas en el que uno pueda empezar a vivir una vida nueva, que luego a lo mejor exteriormente no cambia nada, pero cambia el corazón. Os podría dar tantos testimonios que eso sucede y sucede hoy (…) Hay una necesidad inmensa, espantosa, diría que como nunca la ha habido en siglos de la historia, de poder experimentar un amor verdadero, no un amor sentimental, no un amor posesivo, sino un amor verdadero: alguien que desea tu bien, que le importa tu vida, que desea que crezcas, que desea que florezcas en esa vida. Un lugar donde tu humanidad puede florecer en todas las dimensiones y dar fruto, de una manera que te permita vivir en la acción de gracias, en la alegría, contento, agradecido por todo lo que el Señor hace por nosotros.

Yo Le pido al Señor que ese lugar exista aquí. Y yo sé que D. Jesús tiene la preocupación de que exista. Una parroquia necesita a un párroco. El párroco es insustituible, pero necesita una comunidad cristiana, que sea lugar de acogida, lugar de cariño para el ser humano; lugar de afecto, de misericordia, de paciencia también. Quien está muy viejo o quien está muy herido necesita tiempo para hacer su camino y Dios sabe las horas que tiene para cada uno, y el tiempo que tiene para cada uno. No se puede llegar y empezar pidiendo los certificados de cursos de teología que ha hecho uno (…) (estoy exagerando, pero comprendéis). Tengo un amigo, un cura alemán que puso en su parroquia hace unos años “abierto 24 horas al día. Sólo para pecadores”. Me pareció genial, en el centro de una ciudad muy grande (…). Que eso sea la parroquia del Pilar en este lugar de la ciudad.

Y luego yo creo que tenéis una misión especial, muy especial, por estar donde estáis (…). Hay un montón de gente joven, de matrimonios. Tener una parroquia enfrente del “Inacua” me parece que es una gracia de Dios para el “Inacua” (ndr. gimnasio ubicado enfrente de la parroquia). Ahí hay una misión especial para nosotros porque es un sitio de “pegar la hebra” con jóvenes, sin duda ninguna, y donde asisten miles de jóvenes. Habrá que cuidarlos. El Señor nos dará la imaginación y la forma de cuidarlos, y de pedir por ellos (…), para que el Señor los atraiga a Su Amor, les permita también a ellos vivir contentos y agradecidos por la Presencia del Señor.

Vamos a continuar nuestra celebración con la unción del altar; primero con la oración a los santos y luego la unción del altar, la incensación del altar y del pueblo cristiano, de la Iglesia entera y la iluminación.

 Que el Señor bendiga este camino que esta tarde empezamos todos juntos.

+ Javier Martínez

Arzobispado de Granada

30 de noviembre de 2019

Parroquia Nuestra Señora del Pilar (Granada)

 

Palabras al inicio de la Eucaristía de consagración, bendición e inauguración de la nueva parroquia:

(…) Desde el último de los albañiles o fontaneros, o personas que han participado para las cosas más pequeñas, los soldadores, todos, Construcciones Calderón (que lleva ya hechas también unas cuentas obras para el Arzobispado de Granada y da trabajo aquí en la ciudad), los aparejadores (supongo que hay más de uno), todos ellos han hecho que un local se viera claramente que no es un cuadrado, una sala cualquiera, sino que tenga una cierta nobleza que nos recuerda que estamos en un lugar que es la Casa de Dios porque es vuestra casa. Eso merecería la pena explicarlo mucho más, porque el Señor no tiene necesidad, como dice la Escritura, “de casa de cedro, o de mármol”. El Señor donde quiere estar es en vuestros corazones, pero que haya un lugar donde nosotros podamos acogerLe, recibirLe, escuchar su Palabra, alimentarnos con su Cuerpo, recibir Su Vida divina, acompañar y bendecir los primeros pasos de un matrimonio, tantos y tantos bienes, la vida divina que Jesucristo nos da, pues eso es un regalo, un regalo muy grande. Entonces, todos los que habéis contribuido de una manera o de otra, también a veces dando ideas, dándoselas al mismo D. Jesús, seguramente. Está el local éste, están los locales de alrededor para poder reunirse, para catequesis, para reuniones de grupo, para hacer vida de comunidad y de barrio… Bendito sea el Señor por todo ello.

Vamos a celebrar la liturgia de la dedicación de una Iglesia justo en un momento en el que empezamos el Adviento. Es una liturgia que yo supongo que la mayor parte de vosotros no habéis tenido ocasión de ver en vuestra vida, porque no sucede todos los días, lo de dedicar al Señor un nuevo tiempo. Pero es muy bella. Me ha dicho D. Jesús que se iban a ir explicando los pasos. Es casi como un Bautismo o como una Confirmación, o como una Ordenación. Quiero decir, invocamos a los Santos primero, después de la liturgia de la Palabra, después se unge el altar, se inciensa, se ilumina la Iglesia (son los mismos tres símbolos del Bautismo), y se asperja todo con agua bendita.

Pero que sepáis que la Iglesia que cuenta sois vosotros; que es la importante, que es la meta final de todo lo que el Señor hace. Porque el Señor no tiene más deseo que poder habitar en nuestros corazones y hacer de nosotros una familia y un pueblo de hermanos, que eso es lo que el mundo es incapaz de hacer. Sólo lo hace Dios: hacer una familia y hacer un pueblo de hermanos. Al servicio de eso es lo que está todo lo demás. Y estamos nosotros también, los sacerdotes. Pues, comenzamos directamente y comienza la Eucaristía con la oración colecta.

 

+ Javier Martínez

Arzobispado de Granada

 30 de noviembre de 2019

Parroquia Nuestra Señora del Pilar (Granada)