Fecha de publicación: 22 de abril de 2019

Los niños hacíais unas preguntas. Todos sabéis cuál es la respuesta. ¿Verdad que sí? Que esta noche celebramos que Cristo ha resucitado. Lo que yo no estoy tan seguro es si nosotros nos damos cuenta (no vosotros, a lo mejor vosotros sí os la dais), pero los que estamos aquí, los mayores, si nos damos cuenta verdaderamente lo que significa que Cristo haya resucitado.

Hoy está la Comunidad Tercera, que inauguráis vuestras túnicas, y os han dicho que con ello se termina el Camino. También os han dicho que no se termina el Camino, que el camino no se termina nunca, ni siquiera en la vida eterna. Porque en la vida eterna no es pararse. La vida eterna es empezar a descubrir sin velos la Gloria, la Belleza de la Gloria, la Gloria de la Gracia de Dios, la Gloria de Su Amor infinito, la Belleza de Su Amor infinito. Y como es infinito, será eternamente una ocasión de sorpresa, eternamente una ocasión de descubrimiento y eternamente una ocasión de gratitud, y eternamente una novedad inimaginable.

Pero luego están las otras Comunidades a las que también hay que responderles lo mismo. Todos sabemos que Cristo ha resucitado y que eso es lo que nos ha traído esta noche aquí. Todos sabemos que es la Pascua del Señor, que es el paso del Señor por nuestras vidas. Y yo pensaba esta tarde preparando la celebración, disponiéndome para ella, que yo llevo casi treinta años celebrando con las Comunidades la Pascua (creo que la primera vez fue allá por el año 87, 88, cuando todavía no se había inaugurado la Catedral de La Almudena, en la vieja Catedral de San Isidro). Y decidí que también yo, si tengo que predicar esta noche, me tengo que predicar a mi, porque tampoco estoy seguro de haber siquiera empezado a comprender lo que significa que Cristo haya resucitado.

Y lo digo con sencillez, como lo vivo yo, como me concede el Señor verlo, con la esperanza de que os ayude a vosotros a vivir la Pascua con más verdad, con más sencillez. Nosotros partimos siempre de nosotros mismos, de nuestra vida, nuestros proyectos de vida, nuestras ilusiones, nuestras esperanzas, nuestros anhelos, nuestros deseos de que nuestra vida sea bella, grande, y en un momento aparece el Señor, de un modo o de otro, y lo incorporamos a ese proyecto nuestro de vida. Y efectivamente, el Señor, podemos decir “ha estado grande con nosotros” y nos ha ayudado en muchas cosas, tantas que yo recordaba (era el Salmo del Jueves Santo, de la liturgia de la Cena del Señor): “¿Cómo pagaré al Señor tanto bien como me ha hecho?”. Pero, en el fondo, es como si fuera una especie de suplemento a lo que yo hago. Es decir, como si el Señor viniera como a complementar, y estamos tan contentos cuando el Señor complementa y hace que nos salgan las cosas como nosotros hemos pensando, o que nos salgan las cosas bien. Y no estamos tan contentos cuando no nos salen como hemos pensando, y a veces nos tiramos al cuello del Señor para echarle en cara que no salen como hemos pensando, que no se parecen a lo que habíamos pensado. Cuando yo me doy cuenta de eso una vez, y otra vez, y otra vez, todos los días me doy cuenta de que a pesar de tantas Pascuas, a pesar de tantos años de Seminario, de tantos años de ministerio, de tantos motivos de gratitud al Señor, sigo pensando primero en mí y luego en el Señor. Sigo pensando en el Señor como si fuera una especie de complemento a mi vida, a mis pensamientos, a mis planes, a mis deseos. Y no sé por qué me parecía a mí que a mi me hacía bien, me era útil recordar que la Pascua es como la Creación. Y de hecho, la Primera Lectura de esta noche es la Creación, de todas las cosas de la nada. Y en la oración que seguía a esa Primera Lectura la Iglesia nos recordaba que la Creación no es más que una pequeña imagen, mucho menos poderosa, mucho menos grande, mucho menos verdadera que la Redención; que la Obra de Cristo Redentor; que la Resurrección de Cristo, que es un nuevo comienzo radical. También de la nada. También sin condiciones. También un punto de partida absoluto. También una iniciativa gratuita del Señor. ¿Y por qué me parece importante recordar esto? El Papa no hace mucho insistió, después de Año de la Misericordia, también del Sacramento del Perdón… Y yo lo he vivido con dolor en algunos casos, de un sacerdote, por ejemplo, de negar la absolución; o en todo caso, de exigir que la persona se convirtiera para poder recibir la absolución, es decir, que la persona ya viniera convertida. Y entonces, yo me he preguntando en algunos de los casos que he vivido más dolorosos, ¿para qué vale la absolución?, si nosotros ya tenemos que estar convertidos antes de que el Señor nos la dé: ¿Qué viene como a bendecir algo que nosotros hacemos?

Pero es que ésa es nuestra experiencia. Como somos hombres modernos… Nuestra cultura ha convertido eso en algo perfectamente legítimo, normal, habitual, nos enseña que la felicidad es algo que hacemos nosotros con nuestras fuerzas, nos enseña que la plenitud la hacemos nosotros. Y eso lo llevamos también a nuestra vida cristiana, y pensamos que somos nosotros los que tenemos también que ser santos como si eso estuviera en nuestras manos. Cuántas veces a lo largo de mi ministerio sacerdotal yo he oído a las personas decir “es que lo de ser cristiano es muy difícil”. Yo, normalmente, respondo: “No, muy difícil no, es absolutamente imposible. Sólo se es cristiano por la Gracia de Dios. No está en nuestras manos el ser más cristiano o menos cristiano. No hay un sólo paso que nosotros podamos dar hacia el Señor que no sea un paso que el Señor da hacia nosotros. Y hasta nuestras cualidades o nuestras virtudes son don del Señor. Nuestras capacidades, nuestros méritos.

Me contaba una vez alguien que en una de las conversaciones que cuentan que tenía santa Faustina Kowalska con el Señor, la Apóstol de la Misericordia, Él le decía a ella: “Quiero que me des algo que sea tuyo”. Y ella le decía cosas que quería ofrecerle al Señor: su juventud, incluso su amor por Él… Y le decía: “Si todo eso te lo he dado Yo. Todo eso no es tuyo”. Sus virtudes, su deseo de quererle, “también te lo he dado Yo”. Y entonces, ¿qué es lo mío?, ¿qué es lo único que yo tengo para ofrecerTe, para darTe? “Dame tus pecados”.

No me parece inútil, en un momento en que estáis al final de los Pasos del Camino, en este camino de gracia que es el Camino Neocatecumenal, volver a recordar la primera catequesis que oísteis. Y la primera catequesis que oísteis es que Dios os ama tal como sois. Que Dios nos ama a cada uno tal como somos y que nos ama sin condiciones. Quizás eso, que era el abecedario del Camino, y que es de alguna manera el abecedario de la vida cristiana, a medida que pasa el tiempo nos lo creemos menos. Pensamos que Dios nos tiene que amar porque después de tantos años (…) enseguida empieza uno a pensar “Señor, ya me debes algo, porque llevo veinte sietes años queriendo servirte, aunque te haya servido muy mal o torpemente, pero tantos años queriendo servirte algo me habré ganado”. ¿Veis cómo estamos siempre pensando como si Dios estuviera fuera? Y no está fuera de nada, no está fuera de nada. No cae una hoja de un árbol sin que el Señor lo consienta y lo permita. Afirmar que Cristo ha resucitado es afirmar la primacía absoluta, radical, total de Su Poder, del Poder de Su Amor y la necesidad de una confianza que se abandona en Él sin condiciones. Porque ponerle condiciones a Dios es un acto de orgullo por mucho que lo pintemos de una manera o de otra.

Abandonarte, abandonarnos en tus Manos. Es lo único sabio. Es lo único inteligente. Tener la certeza de que Tu amor no tiene fin, hasta eso tenemos que pedírTelo, Señor. Para nosotros y para las personas a las que queremos, para todos. Confiar que Tu Amor es más potente que nada. Yo creo que a veces le damos demasiado poder al demonio cuando pensamos que tenemos que combatirlo. Es verdad que el demonio puede hacer mucho daño. Pero también es verdad que si hemos conocido a Jesucristo, lo que hemos conocido es que Su Amor es infinitamente más grande que el poder del demonio sin duda ninguna. Y eso está en el corazón del Evangelio. Incluso antes de la Resurrección. La Resurrección lo muestra. Cristo ha vencido ya a la muerte y al pecado. Ha vencido en Su cuerpo. Y no ha vencido para aquellos que ya estaban convertidos. Ha vencido para los que no estaban convertidos. Comprender ese punto de partida absoluto que es la Resurrección probablemente también nos hace amar a los que están lejos, mirar a los que están lejos de otra manera. No como si tuvieran que convertirse, y luego recibirán como premio de su conversión la gracia de Dios, porque de nuevo volvemos a poner las fuerzas, o el trabajo, en sus espaldas y la carga en ellos. Sino, sencillamente, sabiendo que el Señor ama a todos, a todos. Y que probablemente, está más cerca de aquellos que nosotros consideramos fieles, o pecadores, o alejados, de lo que lo está de nosotros. Precisamente, porque nosotros, si tenemos algún peligro, es el de considerarnos que ya merecemos los bienes de Dios. No. Con lo cual, estamos como el fariseo y el publicano.

Yo necesito todos los años que la Iglesia me recuerde que la Pascua, que la Resurrección de Jesús es un punto de partida, es una creación nueva. Que no es algo que responde a mis méritos o a mis capacidades, sino que es un don absolutamente gratuito, y por eso es luz. Y por eso es luz para el mundo entero. Y por eso es luz para todos los hombres. Y por eso no hay que pedirle al Señor mas que elimine los obstáculos que haya en nosotros para que esa luz brille en nosotros y otros puedan reconocerla. Sin ansiedades, sin prisas, sin angustias. No las ha tenido el Señor, desde Adán hasta la Virgen. Ha ido educando al Pueblo (…) en la historia que hemos leído (…) “ya no te llamarán abandonada, a ti te llamarán mi favorita, porque el Señor te prefiere a ti”. Qué riqueza. Pienso en la del profeta Oseas, lo más próximo a la Buena Noticia de la Resurrección de Cristo. Qué riqueza.

Señor, que no nos falte ningún día de nuestra vida la sorpresa de sentirnos salvados por Ti, amados por Ti, preferidos por Ti. Sin ningún mérito de nuestra parte, sin nada que pueda haber en nosotros que te agrade o que te pueda seducir o atraer, sino por tu pura Gracia, por pura Gracia estáis salvados. Y el Acontecimiento, la Resurrección de Cristo no tiene más paralelo que la Creación de la nada. De la nada Tú nos haces partícipes de Tu vida divina. Y no vas a dejar que ninguno de nosotros se pierda. Esa es la única fuente de alegría plenamente verdadera, también para vuestros hijos, para los que se van a bautizar esta mañana; que sepáis que la fuente de alegría, la única fuente de alegría pura es que el Amor del Señor es invencible, porque a nada que introduzcamos una medida que dependa de nosotros, ya no sería un amor infinito, ya no sería un amor de Dios, sería algo que tenemos que conquistar, que tenemos que conseguir, que tenemos que lograr de una manera o de otra, que vale para unos pero no para todos.

Señor, podemos vivir contentos, sin sombras de tristeza, sólo porque sabemos que Tu Amor es infinito. Porque sino, quién de nosotros, ni con veintisiete, ni con ochenta y siete años de Camino, podría presumir de merecer el Cielo, de merecerte a Ti, Señor.

Concédenos ese don de conocer que tu Resurrección es una Buena Noticia porque es la noticia de la primacía absoluta, radical, originaria de tu Gracia sobre todo lo que nosotros podamos hacer o dejar de hacer. Y que esa primacía no te la va a quitar el demonio, porque tendría que ser más poderoso que Tú y no lo es. Por mucho que pueda enredarnos, no lo es. Jesús dijo: “Yo he visto a Satán caer del cielo como un rayo”.

Vuelvo a los niños. Todas las noches cuando rezáis termináis diciendo (…) “Señor, dame la Fe y el Espíritu Santo”. No conozco -sólo el “Señor, ten piedad”, de la Eucaristía”- una oración tan sencilla y tan pura como ésa. Podríamos terminar esta noche diciéndola todos: “Señor, Tú has resucitado, danos la Fe y el Espíritu Santo, para que tu Resurrección florezca y fructifique en nuestras vidas verdaderamente y plenamente”. Que así sea en esta noche Pascua.

+Javier Martínez
Arzobispo de Granada

20 de abril de 2019
S. I Catedral

Escuchar homilía