Fecha de publicación: 17 de octubre de 2020

Volviendo la vista hacia atrás, en mis años de formación y de preparación en las primeras etapas para ser religiosa de las Hijas de Cristo Rey, recuerdo la canción “Alma misionera” que me encantaba escucharla, cerrar los ojos y decir: “Señor toma mi vida nueva… Llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir…donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente por no saber de ti. Condúceme a la tierra que tenga sed de Dios.

Había en mí como una inquietud, un anhelo y, no sé, si llegaba a ser un sueño: ser misionera. Sí, reconocía el deseo de ir a lugares donde no se conociera el nombre de Jesús y proclamarlo con mi vida. Hoy, ser misionera, para mí, es ver en mi vida que la realidad no es a veces como la imaginamos, sino que es mucho más grande y más hermosa.

Mi nombre es Mari Carmen Cucharero García, nací en Granada, mi pueblo es Huétor-Tájar. Llegué a Ecuador en septiembre de 2019, al cantón de Saquisilí, provincia de Cotopaxi. Tengo que admitir que no sabía bien a dónde venía. La madre general me envió a formar comunidad con otras dos hermanas: Mirtha (Perú) y Ana (La Coruña).

Las hermanas me hablaban de la misión y de la altitud del lugar que está entre 2900 y 4200 m. Realmente me siento sorprendida porque la misión de las Hijas de Cristo Rey, en esta parte del mundo, da respuesta a los anhelos de mi corazón, cuando escuchaba la canción en aquellos años.

Venir a Saquisilí ha sido encontrarme con más de 40 comunidades indígenas en las que queremos vivir nuestro carisma de HACER REINAR A CRISTO con la preparación de los sacramentos de iniciación cristiana. Todos los domingos subimos a diferentes comunidades para compartir la catequesis con las personas mayores de 18 años (en algunos grupos participan más de 100 personas en estos encuentros).

Otra de las “misiones” es la catequesis a niños y jóvenes; la formación a los catequistas en la zona centro de Saquisilí; a los catequistas de las comunidades indígenas, la formación a los padres de familia de los niños de la catequesis, tanto del centro como de los barrios; y las visitas a las familias y a los enfermos.

Un espacio muy importante para vivir la sinodalidad y la intercongregacionalidad es también nuestra implicación en la vida de la Diócesis de Latacunga desde los ámbitos de Pastoral de la mujer, Misiones, Pastoral Juvenil y Vocacional.

Queremos hacer realidad el deseo de nuestro fundador, el venerable José Gras y Granollers: “Ser apóstol de apóstoles” a través de la educación en la fe y viviendo como nos dice el papa Francisco: Comprométete para cambiar el mundo, contempla el cielo, las estrellas, el mundo a tu alrededor. Levántate y sé lo que eres. Ojalá podamos trasmitir con nuestra consagración este modo de ver lo bello del mundo, de nuestro entorno y llegar a ser aquello que somos: ¡Hijos de Dios!.

Me ha tocado vivir la pandemia en Ecuador, un 2020 que está haciéndose “eterno” y que jamás vamos a olvidar. Esta pandemia de la Covid-19 nos ha puesto frente a la existencia de “otras pandemias” de nuestro mundo: la pandemia del hambre, del vivir al día y donde muchos tienen que salir a las calles a la venta ambulante; la pandemia de la crisis de nuestros sistemas sanitarios colapsados y que no llegan a todos; la pandemia de la corrupción. Por último, esta pandemia ha puesto en crisis nuestra pastoral llevándonos a tener que repensar, reinventar y, sobre todo, estar en medio de los hermanos de un modo creativo a través de los medios que hoy la tecnología nos ofrece.

El confinamiento ha impedido el ir cada domingo en camioneta a las comunidades y barrios, estar en contacto con la gente, y poder contemplar la hermosura de los paisajes. Experimentamos que la distancia no es obstáculo para que la gente se reúna a escuchar la Palabra de Dios y descubrir el mensaje de un Rey que murió en la cruz por amor a cada ser humano y que sigue encontrándose con cada uno de ellos.

Saquisilí me está permitiendo vivir la certeza de nuestra fe: Dios es el Dios de los pobres. Así, amar y acoger lo que ocurre en este mundo donde el Hijo de Dios se “hizo carne”, aunque tantas veces nos desconcierte y entristezca porque “gime con dolores como de parto” por el dolor del egoísmo, de la lucha por el bien individualista y no por el bien común.

No quiero finalizar sin reconocer que estar lejos de tu tierra, de tu familia, de las costumbres y de lo conocido, se hace costoso; pero en la opción misionera, el corazón se abre mucho más, se ensancha a esta parte del mundo y se vive la grandeza de lo que dice el profeta Isaías 54,2: “Expande tu tienda al Señor”. Se siente a la humanidad como más cerca, más real, más hermana.

Poder ser Hija de Cristo Rey en Saquisilí me lleva a agradecer a mi Congregación que quiere “salir a las nuevas periferias de la existencia humana y anunciar a Cristo, un Rey que promueve una cultura de vida y hace posible una fraternidad sin fronteras”, como nos recuerda nuestro documento capitular.

Agradezco también que haya contado conmigo y me permita ver el rostro de mi Congregación entre los indígenas y mestizos de Ecuador, ¡tan distinto a su rostro en España! Conocer la cultura, la gente, la riqueza de paisajes, el carácter acogedor y sencillo, la gran generosidad del ecuatoriano, es verdaderamente una suerte para mi vida.

Pido al Señor por la Iglesia, para que sigamos dando respuesta a los signos de los tiempos y sepamos estar allí donde la voz de Dios nos llama a la misión. Pues Él siempre nos da su fuerza para hacer lo que nos pide. En estos tiempos en que la falta de vocaciones nos preocupa, le pedimos al Señor que nos ayude a discernir dónde él nos quiere para más seguirle y amarle, sirviéndole entre los más pobres.

Revista Granada Misionera nº 194

1 de octubre de 2020

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