Fecha de publicación: 24 de septiembre de 2013

 

Homilía en la Eucaristía celebrada el pasado domingo, 22 de septiembre, en la S.I. Catedral ante las Imágenes de la Virgen de las Angustias, Patrona de Granada, y San Cecilio, Patrón de la Diócesis, trasladadas con anterioridad a la Catedral en el día del Centenario de la Coronación de Nuestra Señora de las Angustias.

Queridísima Iglesia del Señor, pueblo santo de Dios convocado este domingo de una manera tan novedosa por la presencia de Nuestra Señora de las Angustias y del otro Patrón de la Diócesis, San Cecilio, celebrando estos días en que la Imagen de Nuestra Señora se ha trasladado a la Catedral para celebrar como corresponde el Centenario de su Coronación.

Muy queridos sacerdotes concelebrantes, hermano mayor y junta directiva, hermanos todos miembros de la hermandad, queridos amigos, todos, también los que estáis de visita, y os asomáis ahora y os sorprende ver esta asamblea tan numerosa, seáis o no seáis miembros de la Iglesia, seáis o no seáis creyentes:

Las lecturas de hoy están llenas de enseñanzas preciosas, y de una riqueza humana muy difícil de abordar en unos pocos minutos, voy a tratar de hacerlo lo más telegráficamente posible.

Primero, en el pasaje que hemos leído, una de las cartas de San Pablo a Timoteo, uno de sus discípulos, aparece la única definición que hay en el Nuevo Testamento de lo que es la voluntad de Dios, palabra que nosotros tendemos a usar cuando nos vemos en dificultades, cuando nos vemos en aprietos, cuando nos viene algo, estamos en algunas circunstancias desagradables o duras, difíciles en la vida. Dices: pues hay que resignarse, es la voluntad de Dios. Y a base de decir eso, en esas circunstancias, terminamos pensando que la voluntad de Dios es algo que irrumpe en nuestra vida pues como a Dios le gustase jugar con nosotros a hacérnoslo pasar mal.

Todo eso, que está muy metido en nuestro lenguaje cotidiano, por desgracia, y que no tiene nada de cristiano, está en directa contradicción con la Enseñanza, la única definición que en el Nuevo Testamento aparece de la voluntad de Dios: “Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad”. Es decir, es nuestra condición de criaturas, es nuestra condición de pecadores quien nos pone, nos somete a toda clase de esclavitud. Y lo que Dios quiere es justamente arrancarnos de esas esclavitudes para que podamos vivir como hijos libres de Dios. La Iglesia es un pueblo de hijos e hijas libres de Dios. Libres porque Cristo nos ha liberado.

Para ser libres (dice también el mismo apóstol San Pablo en la carta a los gálatas) nos ha liberado, nos ha derramado su sangre en Cristo, para que podamos vivir libres, libres de nuestro pasado, Dios mío, que puede ser un pasado lleno de miseria, de dolores, de vidas sabe Dios de cuántas maneras… Libres también de nuestro futuro, de las preocupaciones por nuestro futuro, libres para emplear nuestro presente en amar la única tarea digna de la vocación que hemos recibido como seres humanos, como personas, como hombres y mujeres libres, hijos de Dios.

La voluntad de Dios, recordadlo, incluso en las circunstancias de dolor, en lugar de atribuir a Dios el dolor, buscad a Dios para que nos de la esperanza cierta como roca que nos permita agarrarnos a él, hacer frente el dolor.

Repito, ese sentimiento, aunque lo tenemos metido en los huesos y en nuestra piel por todas partes, no es cristiano, es un pensamiento propio de paganos, de quienes no conocen a Dios, de quienes no han conocido al Señor.

Segunda enseñanza, preciosa, y además, que corrobora nuestra experiencia humana, al final del Evangelio, cuando dice: “No se puede servir a dos señores”, cuando no se puede servir a Dios y al dinero, juntad esa palabra con otra que dice Jesús en el Evangelio: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. En la enseñanza de Jesús y en nuestra experiencia humana, el corazón es como un imán, algo que siempre se pega a algo que lo atrae, está siempre buscando un centro. Y ese centro al que terminamos pegándonos es nuestro dios, puede ser un dios verdadero o puede ser un dios falso, pero siempre nos pegamos a algo. Puede ser el dinero, puede ser en el sexo, o puede ser el ansia de poder y de dominar sobre los demás, pueden ser mil cosas. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

22 de septiembre de 2013

S.I. Catedral de Granada

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