Fecha de publicación: 22 de octubre de 2018

Aunque celebramos esta Eucaristía como comienzo de la celebración de la Fiesta de la Virgen del Pilar y como especia de prefacio, de prólogo, al acto institucional que seguirá, la Eucaristía es siempre una celebración de familia, donde nos reunimos los hijos de Dios para dar gracias porque Dios es nuestro Padre. Y porque Dios no nos abandona y en Su Hijo Jesucristo nos ha hecho el regalo más grande: el regalo de la certeza de su Amor, y al mismo tiempo la certeza de que nuestra vocación no son los logros o los éxitos que podamos conseguir en este mundo, sino que nuestra vocación es la vida divina, la vida eterna, que no es un lugar. La vida eterna es Dios mismo. Participar de esa vida, que es algo que ya hacemos aquí, y sucede aquí, en medio de este mundo de muerte, de dolor, de tantas fatigas y sinsabores, y de tantas cosas bellas, mezcladas todas al mismo tiempo. Sin embargo, poder saber que el mal y la muerte no tienen la última palabra sobre la historia humana, sino que la tiene siempre el Amor infinito de Dios, siempre es una ocasión de dar gracias.

Por eso, los cristianos, siempre que nos reunimos, en familia, damos gracias a Dios. Hoy no resulta nada difícil dar gracias a Dios en esta celebración vuestra. Por supuesto, por lo que las damos siempre, porque en Jesucristo nos ha revelado cuál es la meta de la historia, cuál es el secreto de que la historia sea un lugar de humanidad bello, a pesar de todas nuestras fragilidades. Y en realidad, por qué merece la pena luchar en esta historia. Eso es siempre un motivo. También damos gracias en un funeral. Yo sé que es a veces muy duro celebrar el funeral de un niño o de un adolescente teniendo a sus padres delante y decir que tenemos que dar gracias a Dios. No las damos por la muerte de ese niño, evidentemente; las damos porque Jesucristo nos ha descubierto que la muerte, ni siquiera en ese caso, tiene la última palabra sobre nuestras vidas, y sobre nuestras personas, y sobre nuestra historia. Yo sé que eso no es un consuelo vano, ni artificial, ni fabricado para esa madre que nunca olvidará el día de la muerte de su hijo. Pero sé, al mismo tiempo, que eso nos abre un horizonte de esperanza, de amor, que es lo único que hace la vida verdaderamente vivible.

Pero un día como hoy, celebrando vuestra fiesta patronal, para mi es un motivo de gozo el dar gracias por todo el bien que vosotros representáis en nuestra sociedad, y hacéis en nuestra sociedad. Yo creo que todo el mundo, que no tenga la mirada torcida o corrompida por la ideología, puede reconocer ese bien y creo representar muy sinceramente el corazón del pueblo cristiano y de la inmensa mayoría del pueblo español al dar gracias por lo que representáis.

Un pastor reflexiona muchas veces sobre cómo es la vida de las personas, qué sucede en la vida de las personas. Uno se da cuenta en las familias, pero también en los pueblos, también en la sociedad en general, también en la educación de los niños y de los jóvenes: la falta de una referencia de autoridad no genera sociedades más libres, genera sociedades más esclavas de los instintos más bajos. Y por lo tanto, más expuestas a la esclavitud del último que llega, o del más pirata o del más pícaro. Entonces, la referencia que vosotros sois, en tantas cosas en nuestra sociedad es un bien. Y es un bien para nuestra libertad. Es un bien para saber que no estamos en un mundo donde el objetivo final, bajo el nombre de libertad, es hacer cada uno lo que le da la gana. Un mundo así sería un mundo abocado a las tiranías más espantosas y con los medios tan poderosos de los que hoy dispone el hombre para manipular la opinión, el pensamiento, hasta los deseos y los corazones nuestros, sería un mundo realmente, en muy poco tiempo, invivible.

Yo sé que todos los hombres somos frágiles y no hay institución que no necesite corregir cosas, mejorar otras, a veces pedir perdón por un error o por una equivocación, pero a mi no me resulta nada difícil -y creo que a la mayoría de los españoles- dar gracias por lo que representáis y por lo que sois en nuestra sociedad.

Al mismo tiempo, si nos reunimos en presencia de Dios es para pedirLe a Dios. ¿Qué le pedimos? En primer lugar, que la intercesión de la Virgen del Pilar y la intercesión de Nuestro Señor Jesucristo os sostenga, os dé fortaleza en la fe. Necesitamos la fe, por mucho que nos parezca la fe una cosa, en ocasiones, del pasado y no entendamos muy directamente las lecturas o el sentido de las lecturas que se leen en la Eucaristía. La fe cristiana es la fuerza humanizadora más grande que ha existido en la historia y no podemos olvidarnos de ello. (…)

Estamos ahora mismo en un mundo muy inestable en todos los sentidos, y no es un problema español. Es un problema de época, de civilización. Situaciones tan nuevas en nuestro mundo en general, no es necesario detenerse en ello. Pero que quienes tenemos el don de la fe tenemos la preciosa tarea y la preciosa responsabilidad de humanizar ese mundo desde dentro. ¿Y cómo se humaniza? Poniendo fe, poniendo esperanza y poniendo amor. Las tres cosas sin nuestra relación con el Señor nos cansamos. La fe se debilita y parece que hay mil motivos para no tenerla. Y sin embargo, un mundo sin Dios es un mundo -como decía San Juan Pablo II, tanta veces- que se vuelve necesariamente contra el hombre.

La esperanza. Pues también hay mil motivos que le hacen a uno desesperar de la raza humana, de nuestra especie, de la capacidad de bondad del ser humano. Y sin embargo, el corazón de todos está hecho para el bien, para la belleza, para la verdad. Y aunque sea mucho más fácil destruir que construir, nosotros que conocemos a Jesucristo somos de los que construyen y siembran esperanza, y sembramos amor. Y aunque el odio pueda alimentar muchas cosas muy negativas y muy destructivas, seguimos poniendo amor donde no lo hay. Seguiremos siempre poniendo amor donde no lo hay, porque eso es lo que nosotros hemos aprendido del Dios verdadero, que es el Dios que es Amor. Y eso es lo que hemos aprendido en nuestra fe cristiana. Poner amor donde no lo hay es la única esperanza, la única medicina insustituible en este mundo. Para eso, necesitamos la fe y la esperanza en la vida eterna.

Mis queridos hermanos, yo lo pido para mi. No os creáis que pido para mi cosas diferentes a las que pido para vosotros. Lo pido para todos vosotros, especialmente quienes tenéis una responsabilidad de un tipo o de otro, también las autoridades tienen como misión servir al bien de este pueblo. Lo pido especialmente para vosotros hoy, que celebráis vuestra Patrona; miembros, mandos, querido Coronel de esta Comandancia de la Guardia Civil, que tenéis que servirnos en este lugar del que yo soy pastor. ¡Todos a una! Vamos a seguir sembrando bien y amor donde sea necesario y donde sea posible. Donde haya el más mínimo resquicio como lo hacéis.

Tenemos que pedir por otra cosa al pedir por vosotros. Vuestra profesión es una profesión de riesgo. Muchas veces ese riesgo significa daños para vosotros, ciertamente preocupación para vuestras familias, inquietudes, ansiedades en la casa, según los destinos…, aunque los destinos sean fáciles, puede encontrarse un destino fácil, y de repente encontrarse con lo más inesperado.

Pedimos también que el Señor cuide de vosotros en vuestra misión, la de cada uno de vosotros, y sostenga también a vuestras familias en la fe, en la esperanza y en amor, que son las cosas que hacen que el mundo pueda seguir siendo un mundo humano, a través de las vicisitudes políticas y de los cambios de cultura. Sin eso, no hay vida humana. Y eso es lo que nosotros esperamos y pedimos a Dios para todos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

12 de octubre de 2018
Acuartelamiento de la Guardia Civil
Almanjáyar, Granada